Sánchez Vázquez
El Centro Cultural de la Generación del 27, en colaboración con el Fondo de Cultura Económica, ha editado en la colección Letras Mexicanas la Poesía de Adolfo Sánchez Vázquez. No es ningún desvarío que la obra de un escritor nacido en Algeciras, en 1915, y formado en Málaga, se edite en una colección de autores mexicanos. Se trata más bien de una realidad histórica, porque Adolfo Sánchez Vázquez fue uno de los exiliados que llegó a Veracruz, a bordo del Sinaia, en junio de 1939, junto a otros poetas andaluces como Juan Rejano y Pedro Garfias. 67 años de vida en México, justifican que los mexicanos lo valoren como propio.
Pero está bien que el Centro Cultural de la Generación del 27 no se haya olvidado de que Sánchez Vázquez nació en Algeciras y se educó en Málaga. Emilio Prados tenía la costumbre de leer a los pescadores la revista Octubre, dirigida por Rafael Alberti, y entre esos pescadores se encontraba a veces el estudiante Sánchez Vázquez. Alberti publicó en la revista su primer poema, un Romance de la ley de fugas. Fue en el año 1933. Ya militaba en la FUE y en la Juventud Comunista, oponiéndose al caciquismo y a las injusticias sociales. Cuando la Junta de Andalucía le concedió el Premio María Zambrano, Sanchez Vázquez recordó que la experiencia juvenil andaluza había generado su apuesta por los ideales de libertad, de igualdad y dignidad humana. A ellos se ha mantenido siempre leal.
Por ellos luchó en la Guerra Civil, escribió poemas, dirigió el periódico Ahora, participó en las batallas de Teruel y del Ebro, y salió al exilio, donde publicó su libro El pulso ardiendo. Los versos mezclaban el testimonio político, el cultivo generacional del verso clásico y la imaginería surrealista que aprendió en poetas como Prados, Alberti y Neruda. El inconformismo surrealista había intentado responder a la crisis de la sociedad encerrando a los sentimientos en su propia subjetividad, y descubrió que los individuos aislados se devoran a sí mismos y se estrellan en el vacío. No es extraño que el autor de El pulso ardiendo agradeciera al pueblo, incluso en la derrota, haberle dado una salida a la angustia y a la desesperanza.
Ya en el exilio Adolfo Sánchez Vázquez se convirtió en profesor de filosofía y en uno de los estudiosos más brillantes de la estética marxista. También entonces se portó como un luchador, no ya contra los intereses de la derecha, sino contra las deformaciones dogmáticas de sus propios camaradas que prefirieron cerrar los ojos a la realidad antes que poner en duda sus consignas. Al publicar Las ideas estéticas de Marx (1965), utilizó el concepto de trabajo del joven Marx para defender la libertad transformadora de la creación artística frente a las acartonadas imposiciones del realismo socialista. Con Filosofía de la praxis (1966) desplazó esta libertad a territorios de mayores implicaciones políticas. Más que los problemas metafísicos de la materia y espíritu, se interesó por la relación práctica, transformadora, del ser humano con el mundo. Quien no había querido encerrarse en su propio individualismo, también se negó a diluirse en el todo, y se afirmó en la defensa de ese ámbito, al mismo tiempo libre y vinculado, que es la conciencia.
Adolfo Sánchez Vázquez es hoy es uno de los pensadores más respetados en el mundo hispánico. Pero en su actitud moral contra las homologaciones propiciadas por el capitalismo o por las tentaciones cientifistas y totalitarias de algunos sacerdotes del Partido, quizá pesara desde el principio su condición de poeta, que ahora se rescata en el Fondo de Cultura Económica, con un prólogo iluminador de María Dolores Gutiérrez Navas. La sinceridad ante la propia conciencia es un valor poético de inmenso calado en la obra ensayística de Adolfo Sánchez Vázquez. Pocos pensadores se han preocupado tanto como él por mantenerse al mismo tiempo leal con sus ideas y sincero con su conciencia. Sigue siendo el muchacho andaluz que escribía poemas revolucionarios en Málaga, pero a costa de no engañarse se ha convertido en un maestro del pensamiento español y mexicano.
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