_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La mala política energética de Bush

En una de las sesiones más surrealistas del Foro Económico Mundial de Davos de este año, los expertos de la industria del petróleo explicaron cómo el derretimiento de la capa de hielo polar -que está ocurriendo más rápido de lo que nadie hubiera previsto- representa no sólo un problema, sino también una oportunidad: ahora puede que facilite el acceso a vastas cantidades de petróleo.

El presidente George W. Bush tiene una extraña habilidad de no ver el mensaje mayor. Año a año, se ha hecho cada vez más evidente que su política energética está bastante errada. Siguiendo los dictados de la industria del petróleo, incluso miembros de su propio partido se refirieron a una ley energética anterior como una que "no dejó a ningún lobbista insatisfecho". Al tiempo que alaba las virtudes del libre mercado, Bush no ha hecho más que dar enormes prebendas a la industria energética, incluso en tiempos que el país enfrenta altísimos déficit.

Año tras año, se ha hecho cada vez más evidente que la política energética del presidente Bush está bastante errada

Hay una falla del mercado en lo que se refiere a la energía, pero la intervención del Gobierno debería ir precisamente en dirección opuesta a la que propone la Administración Bush. El hecho de que los estadounidenses no paguen todo el precio de la contaminación resultante de su derrochador uso de la energía significa que ésta se encuentra subvaluada, lo que a su vez sostiene un consumo excesivo.

El Gobierno debe estimular la conservación, e intervenir en el sistema de precios -a través de impuestos a la energía- es una manera eficiente de hacerlo. Sin embargo, en lugar de estimular la conservación, Bush ha impulsado una política de "drenar a Estados Unidos primero", dejado a EE UU más dependiente del petróleo externo en el futuro. No importa que la alta demanda haga aumentar los precios del petróleo, creando una lluvia de dinero para muchos de los actores de Oriente Próximo que no son precisamente amigos de EE UU.

Hoy, a más de cuatro años de los ataques terroristas de septiembre de 2001, Bush parece haber despertado a la realidad de la creciente dependencia de EE UU; con el gran aumento de los precios del petróleo, le será difícil no notar las consecuencias. No obstante, casi con toda seguridad, las vacilantes medidas de su Administración empeorarán las cosas en el futuro inmediato. Bush todavía se niega a hacer cualquier cosa en lo referente a la conservación, y ha apoyado con muy poco dinero su constante cantinela de que la tecnología es lo que nos ha de salvar.

Entonces, ¿qué se puede pensar de su reciente declaración de un compromiso para hacer que EE UU sea un 75% menos dependiente del petróleo de Oriente Próximo dentro de 25 años? Para los inversionistas, el mensaje es claro: no invertir más en el desarrollo de reservas en Oriente Próximo, que es la fuente más barata de petróleo mundial.

Sin embargo, sin nuevas inversiones para el desarrollo de reservas en Oriente Próximo, el crecimiento debocado del consumo de energía en EE UU, China y el resto del mundo implica que el ritmo de la demanda superará el de la oferta. Por si eso no fuera suficiente, la amenaza de Bush de aplicar sanciones contra Irán plantea el riesgo de que ocurran interrupciones en el suministro de uno de los mayores productores del mundo.

Está claro que no se debería acusar a Bush de, por lo menos y finalmente, haber reconocido que existe un problema. Pero, como siempre, una mirada más detallada a lo que propone sugiere otro truco de manos por parte de su Administración. Además de negarse a reconocer la importancia del calentamiento global, estimular la conservación o dedicar fondos suficientes a investigación para hacer una diferencia real, la grandilocuente promesa de Bush de lograr una reducción de la dependencia del petróleo de Oriente Próximo significa menos de lo que parece. Puesto que sólo el 20% del petróleo utilizado en EE UU proviene de Oriente Próximo, su meta se podría lograr con un modesto cambio de adquisición desde otras fuentes.

Como ocurre a menudo con la Administración Bush, la explicación de la política oficial no resulta muy halagüeña. ¿Está Bush jugando a hacer política al azuzar el sentimiento antiárabe y antiiraní en EE UU? ¿O es sólo otro ejemplo más de incompetencia y desorden? Por lo que hemos visto en los últimos cinco años, la respuesta probablemente contiene más que algo de mala fe y pura ineptitud.

Joseph E. Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Columbia y fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton. © Project Syndicate, 2006.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_