¡Santa afición la valenciana!
Los taurinos, a veces, parece que programan las cosas para que salgan del revés. Ayer, con plaza llena y expectación por todo lo alto, se ofreció un producto de tercera a precios de primera. ¡Santa afición! la valenciana, que soportó, con resignación cristiana, un festejo hundido desde el principio. En el primero, una piltrafilla inválida e insignificante, aun elevó alguna protesta tímida, como pidiendo perdón por ser sometida a tal humillación. Después, asumió el triste papel de pagano sin derecho a utilizar las hojas de reclamación. ¡Santa afición! la valenciana. Se propone que el próximo mes de julio, con motivo de la visita a Valencia del papa Benedicto XVI, se solicite su beatificación. Se lo merece.
Parece mentira que feria tan bien planteada en su teoría se vaya al traste día tras día por cuestiones tan fáciles de resolver. Ayer, por ejemplo, saltó al ruedo una anovillada corrida de Núñez del Cuvillo, impropia de una plaza como esta. O, quizás, a base de comulgar con ruedas de molino, se asuma que en Valencia cuela esto y bastante más.
Del primero al último, seis astados que se ignora cómo pudieron pasar el filtro veterinario. Poderes ocultos deben ser los que manejaron el asunto para que a los facultativos se les marcara un gol con la mano y en fuera de juego. Claro que a lo peor contaban con el consentimiento de ellos mismos.
A esa falta de trapío se le añade escasez de fuerzas y un vacío de raza y el resultado se adivina. Así, la piltrafilla que abrió plaza se derrumbó de salida y tras el inexistente tercio de varas. Hubo protestas, conato de bronca, pero tampoco era cuestión de abrir la tarde con un cabreo. Eso mismo debió pensar el presidente, que mantuvo en el ruedo a aquel proyecto de toro sin futuro alguno. Ponce se lo pasó ante la indiferencia general. El amelocotonado cuarto, dócil y con la fuerza de un merengue, tampoco tuvo historia. Ponce jugó con él, en medio de una superioridad aplastante a favor del torero.
Igual que hay toreros que son estrellados ante corridas duras y a contraestilo, hay otros que les sucede lo mismo pero al revés. Es el caso de El Cid, que se pierde en la más absoluta vulgaridad ante toros como los de ayer. El Cid fue un torero sacado de su contexto. Una contradicción. Su relación con los dos astados de Núñez del Cuvillo, cuestión antinatura. Sus dos faenas parecían sacadas del cine mudo: un silencio absoluto les acompañó. No encontró enemigo en su primero; no existía. Y en el quinto, un bonito muñeco jabonero, terminó por no saber por dónde echarle mano. Se le abombó el cerebro porque aquélla no era su guerra. La suya es otra: la que le ha encumbrado y a la que parece renegar en ciertas plazas, como la de Valencia.
Banderillas
Lo único que divirtió a la gente fueron las banderillas de El Fandi. Digo divertir y no emocionar, que son conceptos distintos que en tauromaquia cabe distinguir. Pues eso, que El Fandi le puso al público una sonrisa en la boca. Algo es algo. En sus dos toros, sendas demostraciones de un poderío físico incontestable. Al tercero le colocó tres pares, de tres variados conceptos. El tercero, al violín. Par que se ha puesto de moda y que tiene sus raíces en la tauromaquia de Rafael Dutrús, el gran Llapisera. No se engañe la gente, por favor. En el sexto clavó hasta cuatro pares. En esta ocasión no repitió el musical, lo que no pareció importarle mucho al respetable, que vibró de igual manera.
El problema de El Fandi viene luego, cuando hay que coger la muleta. Los buenos detalles que apuntaba toreando al natural hace unos años han quedado en el monte del olvido. A su primer novillejo le dio las vueltas, siempre fuera de cacho. El sexto, que parecía el torillo de más aire de tan lamentable corrida, se desinfló pronto. El Fandi anduvo por allí. Hasta que decidió bajar el telón de tan falso espectáculo.
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