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Los Balcanes, Europa y nosotros

Josep Ramoneda

1. La muerte de Milosevic le permite escapar del veredicto del Tribunal de La Haya, pero es una ocasión para analizar uno de los periodos más sombríos de la Europa poscomunista: el desmembramiento de Yugoslavia. El papel de los gobiernos europeos fue tan triste en este episodio, que se dieron por buenos los más absurdos apaños -hablar de paz sería excesivo- con tal de poder mirar a otra parte. El resultado es que a estas alturas el Estado yugoslavo ha sido sustituido por una serie de Estados, simulacros de Estado y proyectos de Estado que han convertido la antigua federación en un mosaico de nichos étnicos en que los ciudadanos viven sometidos al virus nacionalista y con licencia para odiar al vecino.

Milosevic representa uno de los modelos de las transiciones del Este: la metamorfosis del poder comunista en militarismo nacionalista, es decir, la alianza entre lo rojo y lo pardo. El enemigo deja de ser de clase para convertirse en étnico, pero la técnica de dominación de las masas persiste: exaltación de la superioridad de lo propio -el orgullo serbio- y construcción de una relación paranoica con el entorno. El tamaño, la potencia, el petróleo y la capacidad nuclear de Rusia hacen que raramente se haya establecido el paralelismo entre Milosevic y Putin. Los gobernantes rusos demostraron una particular predilección por Milosevic; su familia y algunos de sus colaboradores han sido acogidos en Moscú y no se sabe hasta dónde llegan las terminales de los negocios del clan. Rusia escogió a Serbia como aliado en la pugna con Occidente por las áreas de influencia. Pero, más allá de esta complicidad, todas las distancias guardadas, el modo en que Putin ha construido su sistema autoritario, en su viaje desde el KGB al nacionalismo imperial ruso, con Chechenia como baño de sangre legitimador, pertenece a esta misma lógica de conversión del totalitarismo comunista en un autoritarismo de corte fascistoide, apoyado en la neutralización de las instituciones y de las prácticas democráticas -empezando por la libertad de expresión- y en un control directo de las fuerzas determinantes del poder económico. Las dimensiones de uno y otro país, de uno y otro poder, han hecho que Milosevic acabe creando un régimen de carácter familiar, tinglado de una banda mafiosa, y que Putin haya construido un sistema oligárquico autoritario, en el que nadie puede moverse sin la connivencia del Kremlin, pero los dos casos tienen un inevitable aire de familia. La diferencia es que la pretensión de Milosevic de liderar la unidad de Yugoslavia desde su autoritarismo fracasó y, en cambio, Putin ha conseguido incrementar hasta límites insospechados su poder sobre la federación rusa. La diferencia es que los Estados Unidos y la OTAN se atrevieron con Milosevic cuando Kosovo, y que ni EE UU ni Europa han plantado cara, ni siquiera en términos diplomáticos, por Chechenia. Pura cuestión de relaciones de fuerzas.

2. Los Balcanes salen menos en los periódicos que en la década de los noventa, pero siguen teniendo casi todos los problemas por resolver. La independencia de Montenegro, último apéndice de la Gran Serbia, es un episodio más de esta especie de apoteosis del multiculturalismo. Cuando la condición de origen, los rasgos étnicos y culturales, se convierten en factor primordial de nuestras identidades y, por tanto, en coartada sobre la que construir presuntos derechos colectivos, se acaba de esta manera: encerrados en los placeres de la endogamia en estado de perpetua paranoia con los vecinos y de guerra permanente con los que resistieron a la limpieza étnica (el enemigo interior). Es lo que ocurre cuando se olvida el imperativo categórico kantiano, que me permito enunciar para esta ocasión siguiendo la reformulación de Ralph Dahrendorf: "Obra de tal modo que tu máxima de acción pueda ser considerada el principio de una sociedad que aplica universalmente el derecho".

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Por más que se prefiera olvidarlo, el fracaso balcánico ha marcado profundamente a la Unión Europea, como dramática prueba de la incapacidad de definir verdaderas políticas conjuntas. Allí se acumularon muchos asientos en el debe de los gobernantes europeos: el error -compartido con Estados Unidos- de apostar inicialmente por Milosevic; la pugna de intereses en la zona entre Francia (Mitterrand veía en Milosevic el gran gendarme serbio de la puerta de Oriente), Alemania e Inglaterra; la impotencia ante las masacres perpetradas ante la mirada impasible de las tropas de las Naciones Unidas; la absurdidad de medidas adoptadas como la partición de Bosnia; y, en general, la incapacidad de impedir la guerra, que condujo a la intervención militar de Estados Unidos. Una verdadera cadena de despropósitos de la que nunca han dado cuenta los gobiernos europeos. Y que han dado como resultado final una situación muy precaria en la que muchos criminales de guerra aún andan sueltos, los ciudadanos viven con pocas garantías democráticas y sometidos a fuertes presiones de discursos excluyentes y, en cualquier momento, pueden aparecer nuevos brotes de violencia.

3. Del fracaso europeo al ridículo hispano. En los últimos días, el ex presidente Aznar ha llegado a decir que la aprobación del Estatuto de Cataluña podía abrir un proceso de balcanización de España. No estaría de más que Aznar repasara la historia del desmembramiento de Yugoslavia. Entre otras cosas, aprendería algo elemental: quienes crearon las condiciones para el incendio y después pusieron el fuego fueron precisamente Milosevic y Serbia. Es una historia, perfectamente documentada, de reconstrucción de una mitología nacional que rompía cualquier equilibrio anterior e imponía la dominación de Serbia sobre las demás partes. Fueron en Macedonia las primeras manipulaciones lanzadas por Milosevic para provocar los enfrentamientos, sobre los que él debía construir, a sangre y fuego, su autoridad. Después de decenas de miles de muertos, la fantasía quebró. Naturalmente, abierto el fuego del conflicto étnico no faltaron, en los distintos territorios de la ex Yugoslavia, los emuladores -a veces, viejos compadres comunistas de Milosevic- que respondieron con el mismo juego de la exaltación-exclusión-paranoia. Y vimos estragos en otros lugares, por ejemplo, en la Croacia de Tudjman, donde también reinaba el principio de limpieza étnica. Yugoslavia se fue fragmentando y Milosevic se quedó solo y llevó a Serbia a un callejón sin salida, bombardeada por Estados Unidos y la OTAN y profundamente dividida. La dificultad para enraizar el nuevo régimen político es la mejor prueba de la enorme confusión y desmoralización que Milosevic llevó a Serbia.

Ante esta realidad, cabe preguntarse sobre el sentido de la demagógica afirmación de Aznar. ¿Está advirtiendo de un peligro o se está proponiendo como candidato al papel de Milosevic con guante de seda?

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