Segunda oportunidad histórica
Las empresas españolas tienen todavía que ganarse el afecto de la sociedad. Eso y la llegada de inmigrantes a España cierran el círculo de un nuevo encuentro con América Latina
Si España depende tanto de América Latina, parece claro que las grandes multinacionales y la Administración tendrán que repensar y reforzar su relación con el subcontinente, reorientar su diplomacia y su acción exterior. Una tarea ciclópea y, sin embargo, urgente es modificar la negativa imagen de numerosas empresas, entre otras razones, porque su protagonismo en el sector de los servicios básicos les hace muy vulnerables socialmente a las críticas y a las campañas difamatorias. La nueva estrategia pasa por desprenderse de la imagen de "nuevos conquistadores" que tanto explota esa prensa anglosajona siempre dispuesta a reeditar "la leyenda negra española".
Sustituir la idea de explotación por la de cooperación y oportunidad parece un requisito indispensable si se quieren sentar las bases de un nuevo encuentro entre España y América Latina, un gran compromiso para el desarrollo que dé cuerpo político y social a la actual comunidad de intereses económicos. Conviene tener en cuenta que también Latinoamérica se ha personado ya en nuestro país con cientos de miles de inmigrantes que se afanan por encontrar un espacio entre nosotros y que contribuyen con sus ahorros a sostener la economía de sus respectivos países. Esa presencia brinda la oportunidad de cerrar el círculo a los dos lados del Atlántico, no sólo con lazos económicos, sino también culturales, sociales y afectivos.
Cuanto más arreciaban las críticas contra las empresas, más larga era la cola ante el consulado español
La adaptación al terreno llega hasta el camuflaje y, casi siempre, a la adopción de un perfil muy bajo
Aunque las multinacionales no son precisamente ONG -tampoco las españolas-, en esta nueva aventura no se puede ignorar que la mitad de la población del subcontinente vive en la pobreza, que hay 125 millones de iberoamericanos sin acceso directo al agua potable y que 200 millones carecen del saneamiento adecuado. "Hay que hacer las cosas de otra manera, porque en muchos de estos países la lógica económica de la iniciativa privada no garantiza el acceso universal a los servicios básicos. Hay que asumir una cierta cuota de responsabilidad social". Quien se expresa así no es un observador ajeno a la actividad empresarial, sino el consejero de una potente multinacional española con grandes intereses en la región. "Tenemos que trenzar las relaciones con América Latina en todos los órdenes, construir una malla que nos asegure un futuro fecundo y mutuamente provechoso", insiste el director de Inversiones de Cofides, José Luis Curbelo.
El Latinobarómetro de 2004 muestra que únicamente el 29% de la población latinoamericana cree que las inversiones españolas son beneficiosas para su país, frente a un 35% que se manifiesta abiertamente en contra. Son datos que mejoran los resultados de la encuesta del año anterior, particularmente en Venezuela y Colombia, pero no parecen una base de apoyo público muy sólida en el actual contexto político. Curiosamente, el mayor apoyo se produce en países pequeños como Paraguay, República Dominicana y Uruguay, donde las inversiones españolas son más discretas, mientras que el rechazo mayor se da en México, Bolivia y Guatemala.
Contra lo que pudiera pensarse, dada la proximidad cultural, la inversión española no ha traído consigo una mejora de la imagen, e incluso puede decirse que la distancia emocional ha aumentado tras la sorpresa de descubrir como patrón a un país considerado hasta hace poco en una situación más o menos similar. En cualquier caso, la opinión sobre las empresas está claramente disociada de la idea general de España que cuenta con un 68% de opiniones positivas en el subcontinente. Las figuras del Rey y del ex presidente Felipe González gozan de gran prestigio en sociedades en las que se valora en mucho el modelo español de transición a la democracia y se celebran en clave de acontecimiento la llegada de cantautores como Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.
El giro en la tradicional política exterior española que supuso el apoyo a la intervención militar en Irak, luego rectificado por el Gobierno actual con la salida de las tropas, suscitó un gran malestar. Según Fernando Delage, ex subdirector de la revista Política Exterior y actual director en Madrid de Casa Asia, "los latinoamericanos quieren que España tenga su propio punto de vista, no que adopte el de EE UU". En una crítica implícita al anterior Ejecutivo, el catedrático José Luis Curbelo sostiene que España debe trabajar intensamente por dar estabilidad a la región, "en lugar de empecinarse con maniqueas apuestas de buenos y malos países que sólo sirven para encanallar más la política, ahondar las diferencias y zaherir los intereses de la economía y la sociedad española".
Entre los 22 países que conforman Iberoamérica, Argentina parece un buen exponente de los problemas y contradicciones a que se enfrentan los intereses españoles. "Argentina es un caso especial para España, porque la mitad de nosotros somos españoles o descendientes de españoles", comenta el analista del periódico La Nación, Joaquín Morales. "Cuanto más arreciaban las críticas contra las empresas españolas, más larga era la cola que se formaba ante el consulado español para obtener el pasaporte. Hay que tener en cuenta", añade, "que en situaciones de crisis, nosotros somos muy dados a buscar culpables fuera". Es una opinión que comparte Marcelo Bonelli, analista del diario Clarín, aunque no hasta el punto de exonerar de las críticas a la totalidad de las compañías españolas. "Telefónica y Repsol YPF figuraron en el ranking de las empresas que, en plena crisis, sacaron del país unos 30.000 millones de dólares", recuerda.
Sin ignorar los grandes beneficios obtenidos con anterioridad a la crisis, conviene recordar, igualmente, que muchas empresas españolas aguantaron a pie firme el chorreo diario de pérdidas que supuso la debacle argentina, que tanto el banco Santander como el BBVA perdieron unos 1.300 millones de euros, que la propia Telefónica reconoció 1.400 millones de pérdidas y que algunas compañías quedaron completamente arruinadas. Los dos analistas argentinos coinciden en señalar que las firmas españolas practican una política informativa errónea, nada popular, en la medida en que se centran sus protestas en el congelamiento de las tarifas. Con más de 130.000 empleos en Argentina, estas empresas son las grandes suministradoras de gasolina, gas, electricidad, agua y telecomunicaciones. Telefónica, por ejemplo, tiene 13 millones de clientes argentinos.
"Costará mucho cambiar la opinión antiespañola", subraya Marcelo Bonelli, "pero les costará mucho más si no ponen el énfasis en sus esfuerzos inversores y en la mejora en la calidad de los servicios". Joaquín Morales critica, de todas formas, que la congelación de las tarifas se aplique uniformemente a todos los estratos sociales. "Tenemos un 35% de la población sumida en la pobreza, pero no tiene sentido que financiemos el combustible de los coches de lujo y a los hogares de los barrios ricos en los que se regula el aire acondicionado por el simple procedimiento de abrir las ventanas", indica.
Por mucho sentimiento antiespañol que se albergue, es evidente que los servicios de telefonía, electricidad, agua y gas han mejorado notablemente de la mano de las compañías españolas, entre otras razones, porque no hay peor servicio que el que no existe. Antes de la entrada de Telefónica, un apartamento con teléfono costaba mucho más, porque para conseguir una línea había que esperar un mínimo de un año y adelantar un buen dinero, 3.000 dólares en algunos casos, por un enganche que ahora cuesta 80. "Además, como para tantas otras cosas, para conseguir un teléfono aquí tenías que pagar la coima (soborno)", puntualiza un empresario del sector de la exportación que prefiere quedar en el anonimato.
Moneda corriente en no pocos países del área, la corrupción ha salpicado, con razón o sin ella, al desembarco empresarial en Latinoamérica y situado a la imagen española bajo la sospecha. "Siempre se ha dicho que los españoles pagaron 65 millones de dólares de coima para obtener un trato de favor en los tiempos de Menem", comenta Marcelo Bonelli. El mismo BBVA fue implicado en un caso de supuesto soborno con el Gobierno peruano de Alberto Fujimori que investigó en 2002 el juez Baltasar Garzón. "¿Y adónde fueron a parar las sumas de dinero que se pagaron por la compra de las compañías privatizadas?", responde, más que pregunta, un empresario español.
La eterna pregunta: "¿Quién es más corrupto, el que cobra la mordida o el que paga, el empresario que plantea el soborno para obtener una ventaja, superar un obstáculo, o el funcionario que exige el pago?", planea, irresuelta, en la charla con el director de Inversiones de Cofides. "Conozco el caso de un empresario que con la mayor desfachatez intentó sobornar a un ministro en su propio despacho. Ha habido de todo, pero las firmas que trabajan con nosotros se comprometen por escrito a no utilizar prácticas de corrupción y me consta que ese compromiso se cumple en la gran mayoría de los casos", subraya José Luis Curbelo. A título de ejemplo, un analista narra, asimismo, la experiencia de una empresa española que ha renunciado a aumentar su cuota de mercado en un país latinoamericano por no pagar un soborno.
-Bueno, ¿cuánto pagas si llegamos a un acuerdo?
-No, de mordida nada, nosotros no entramos en eso, pero estamos dispuestos a poneros gratis otras 200 líneas de teléfono.
-No, no, yo hablo de lo mío. ¿Cuánto me das a mí?
La corrupción mina considerablemente las posibilidades de desarrollo y es un obstáculo mayor en la actividad empresarial en la región. Se puede polemizar, sin duda, la operación de venta de YPF a Repsol, efectuada en 1999 por 14.900 millones de dólares, pero no se puede perder de vista que antes de la entrada de la compañía española, la empresa estatal argentina era un caso único de petrolera que perdía dinero. De la misma manera, que tampoco puede negarse que la implantación de la banca española ha contribuido poderosamente a la estabilidad y modernización de los sistemas bancarios, elementos claves del desarrollo de los países modernos. "No me importa decir públicamente que Argentina ha podido salir con mayor rapidez de la crisis gracias a las inversiones españolas en infraestructuras", señala el analista de La Nación Joaquín Morales.
Desde luego, ése no es el discurso público del poder ni en Argentina ni en otros muchos países de la región, pese a que, como dice Marcelo Bonelli, "el establecimiento tiene una opinión muy positiva sobre las inversiones españolas aunque juegue a dar la razón a la opinión de la calle". ¿Es posible exigir a los mandatarios de la región que, además de acabar con la corrupción, atenúen ese populismo exacerbado que les lleva a arremeter alegremente, sin autocrítica alguna, contra las bichas de la opinión popular, ya sea el FMI o las empresas españolas? ¿Se pueden pedir nuevas inversiones si desde la presidencia se da pábulo a rumores interesados y falsos, como que los cortes de luz son fruto del boicoteo y no resultado de las tomas ilegales de energía, o que la ruptura accidental de una tubería es una muestra de sabotaje?
Según fuentes cercanas a la presidencia argentina, Néstor Kirchner está interesado en que el grupo Marsans continúe al frente de Aerolíneas Argentinas, pero el acuerdo alcanzado en diciembre, que llevó a la empresa española a aceptar subidas salariales cuando la huelga de pilotos dejó al país sin vuelos de cabotaje y sin turismo, no ha sido todavía cumplido por la parte gubernamental. Existe, además, la sospecha de que las huelgas que promueve el ex secretario de Transporte y líder sindical Ricardo Ciricelli en un momento en el que la compañía ha salido milagrosamente de los números rojos responden al propósito de reabrir la crisis para facilitar la entrada en el capital de un grupo de inversores.
Aerolíneas es el exponente mayor de los fiascos empresariales españoles en la región y, por lo visto, un ejemplo también de impericia profesional. Adquirida por Iberia y gestionada por su socio industrial American AirLines, Aerolíneas fue incrementando su déficit sin que los nuevos directivos supieran reaccionar. La SEPI tuvo finalmente que acudir a su rescate e invertir en su reflotamiento unos 800 millones de dólares antes de conseguir venderla.
"Las empresas están aprendiendo ahora a adaptarse a la situación", indica el embajador en Argentina, Carmelo Angulo. "Ahora ya utilizan un lenguaje más respetuoso, pero para poder sobrevivir, mejor necesitarán integrarse en la sociedad y crear un buen clima en torno a ellas. Algunas tendrán que soltar parte de sus acciones", apostilla. Es el caso de Marsans, actual propietaria de Aerolíneas Argentinas, que proyecta sacar a Bolsa el 35% de sus acciones para dar entrada al capital argentino. En esta fase de adaptación, Telefónica, CAF y otras empresas han optado por comprar en los países en los que sirven materiales que hasta hace poco importaban desde España. Y en general, las compañías están aceptando tarifas especiales para las poblaciones que viven en la pobreza extrema. Incluso empiezan a hacer obra benéfica y social.
La adaptación al terreno llega, en ocasiones, al camuflaje de la identidad española y casi siempre a la adopción de un "perfil de visibilidad muy bajo". La promoción, lógica, de los directivos locales a los puestos de máxima responsabilidad va acompañada, a menudo, de acciones dirigidas a difuminar el origen de la propiedad. Y es que hay que tener en cuenta que los asuntos entre argentinos y españoles son, en buena medida, asuntos domésticos, peleas de familia, y por eso más difíciles de gestionar. Las empresas se declaran multinacionales, no específicamente españolas, y, por lo mismo, algunas, caso de Marsans, ni siquiera participan en la Fundación de la Cámara de Comercio Argentina Hispana (Fucaes), fundada hace 118 años. Poco conocida, Fucaes se ha convertido en un verdadero lobby que paga ahora la torpeza de haber apoyado a Menem en un acto preelectoral.
La particularidad de las relaciones, algo esquizofrénicas, entre España y el resto del mundo hispano, unidas a la sensibilidad y visibilidad social que implica la gestión de servicios básicos, explica, quizá, que las inversiones masivas sólo hayan contribuido a añadir el toque de la modernidad al viejo cliché de los conquistadores, explotadores españoles, aunque poco a poco empieza a valorarse el compromiso de la apuesta a largo plazo. La marca España gana respeto entre las élites, pero no cala afectivamente en las sociedades. Y, como señala la directora de Relaciones Económicas Internacionales, María Jesús Figa, cualquier queja contra una compañía determinada -no faltan tampoco las acusaciones mayores de haber violado los derechos de los indios a la hora de construir presas en Chile o de beneficiarse de las actividades de los paramilitares en Colombia- se extrapola al país de origen.
"España debe interiorizar que el crecimiento sostenido y equilibrado de Iberoamérica responde a sus intereses nacionales y que, por lo tanto, constituye un objetivo prioritario de su acción política", subraya el director de Inversiones de Cofides. Se trata, pues, de un nuevo encuentro histórico, de una segunda oportunidad para esa comunidad que unió sus destinos durante tres siglos.
mañana, capítulo 3: Cuestión de liderazgo
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