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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Presidenta en Chile

Mujer, socialista, represaliada, hija de general asesinado por la dictadura. Michelle Bachelet, que asumió el sábado la presidencia chilena, lo tiene todo para simbolizar la reconciliación, no sólo material, porque los últimos privilegios del régimen militar ya habían sido arrumbados por el saliente presidente Lagos, sino hasta psicológica. Y parece de justicia poética que, tras el asalto judicial contra la obra de Pinochet, que fue desencadenado por el juez español Baltasar Garzón en 1998, llegue este segundo fin de la dictadura.

Chile es hoy la única historia verdaderamente exitosa de América Latina. La ciudadanía cumple las leyes; el Estado, aunque conciso, funciona; el panorama macroeconómico del país resulta alentador; sólo hay una grave lacra: las desigualdades son tan atroces como antes de emprender la ruta del desarrollo. Cabría añadir que en algunos aspectos el ordenamiento legal se ha quedado rezagado; a título de ejemplo, el divorcio es apenas una posibilidad reciente. Bachelet, representante de una izquierda comedida y realista, quiere atacar a fondo este frente.

Para ello, y contando sólo con un mandato de cuatro años por la reciente reforma legal, ha anunciado un plan de choque que en 100 días ponga al corriente a la nación de todo lo que pretende cambiar: nacionalización de la seguridad social, fomento de la paridad hombre-mujer, tanto en lo económico como en lo políticamente representativo, y, en general, todo un esfuerzo de aggiornamento para que el relativo milagro chileno de los últimos años lo sea para todos sus nacionales. Ése es el rumbo propio que desea seguir la presidenta socialista, huyendo de la definición que pretende establecer el presidente venezolano Hugo Chávez, de quienes están a favor o en contra de Estados Unidos.

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