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Columna
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Una coincidencia

La reunión en Granada del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, con el primer ministro polaco, Kazimierz Marcinkiewicz, amplía por un momento las dimensiones del mundo, como recordándonos que Granada está en España y en Europa, una entidad política que alcanza las fronteras polacas con Ucrania y Bielorrusia. Se encontraron en la Alhambra Zapatero y Marcinkiewicz, y el escenario moruno se dilató aún más, en el espacio y en el tiempo, con la Legión rindiendo honores, como en una estampa épico-africana de los años veinte o una película de 1942. Marcinkiewicz celebró la cálida España: la temperatura mínima de Granada superaba la máxima de Varsovia.

En Varsovia, por este tiempo, vi colas de hombres que buscaban visado para venir como esquiladores a España, a Castilla, y colas de mujeres para las fresas de Huelva. Era en 2004. Polonia iba a entrar en la Unión Europea con una gran desconfianza hacia Europa. Radio Maria, emisora católica, difundía la falta de valores y principios estrictos, el relativismo moral de la sociedad europea. Ponía como ejemplo de país religioso a los Estados Unidos de América. Quería una Polonia polaca, para los polacos. Y Europa desconfiaba de sus nuevos miembros, Estonia, Letonia, Lituania, la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia y Polonia, y les cerraba las fronteras a sus ciudadanos. Los orientales podían sentarse en el Parlamento europeo y en el Consejo de Ministros de la Unión, pero tenían prohibido moverse libremente por el territorio político y económico al que pertenecían.

Ahora, en Granada, los españoles abren sus fronteras a sus conciudadanos de Polonia, que se guarda de los inmigrantes que llegan por Ucrania y Bielorrusia, como España vigila el límite africano. Estas fronteras insalvables son las que alimentan las campañas de pureza polaca de Radio Maria, único medio de comunicación admitido en la firma del Pacto de Estabilización que Ley y Justicia, el partido del primer ministro Marcinkiewicz, ha firmado con Autodefensa, partido de campesinos nacionalistas, y la Liga de Familias Polacas, católica y nacionalista. Ley y Justicia es un partido de derecha nacionalista, católica y liberal, si estos tres adjetivos son conciliables. Estas fulminantes definiciones de los partidos polacos me las facilita una amiga varsoviana. En Polonia no queda izquierda, después de inacabables años comunistas.

Busco si en los cines de Granada echan No matarás, del polaco Krzysztof Kieslowski, que, hace diez años, a los 55, murió en Varsovia, un 13 de marzo. Acababa de hacerse bastante famoso en Europa con la Trilogía de los Colores, Azul, Blanco y Rojo, y casi ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1994, que se llevó Pulp Fiction, de Tarantino. A Juliette Binoche, según Richard Williams, le dijo, rodando Azul: "Sólo me interesa tu intimidad. Es lo que quiero filmar". La intimidad podía ser un crimen, en Varsovia y sus afueras de detritus industriales y químicos, colores químicos, corroídos y contundentes, en No matarás: un muchacho que coge un taxi, un asesinato, una ejecución rodada como un trámite burocrático en una oficina estrecha, abrumadora y descarnada.

Richard Williams dice que Kieslowski trata de la vida como destino, como una serie de coincidencias que no son coincidencias. Da la coincidencia de que España y Polonia coinciden en la Alhambra en el aniversario de Kieslowski, y quizá llegue aquí No matarás, que ahora se reestrena en Madrid, mientras se programan festivales Kieslowski en Calcuta, Londres o Nueva York. No matarás es una bella, desagradable, directa y reflexiva obra maestra, un capítulo, el quinto, del Decálogo de Kieslowski sobre los mandamientos. Me acuerdo de unas frases cruzadas entre el juez que ha condenado a muerte y el abogado defensor, en su primer y desastroso caso: el debutante duda si con otro abogado la sentencia hubiera sido distinta. Y el veterano juez, un anciano, le dice que él también se pregunta si otro juez no hubiera resuelto el caso de distinto modo.

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