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Columna
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Una 'donassa' llamada Pessarrodona

La tendencia que este país tiene a perpetuar pacientemente el arte del esperpento no dejará nunca de admirarme. Especialmente cuando tan noble género es cultivado por las administraciones públicas, cuya tendencia a hacer el ridículo sólo es equiparable a su capacidad de complicar las cosas. Veamos una tontería cualquiera, de esas que ocurren en la ciudad de los prodigios con tanta asiduidad que ya forman parte de su identidad urbana. Se avecina el Día Internacional de la Mujer y como ningún rinconcito público quiere quedar al descubierto en tan simbólica fecha, el atropello de actos, conferencias, presentaciones, etcétera, es tan mayúsculo, que la mayoría de las mujeres que nos movemos por el mundanal planeta empezamos a odiar al tipo que inventó tamaña fiesta. Si no fuera porque somos conscientes de todo lo que queda por luchar, de los millones de mujeres que aún están en situación de dominio, de la cantidad de países que les niegan los derechos fundamentales, del sufrimiento de todas ellas, si no fuera por tantas cosas, estaríamos por enviar el calendario a freír espárragos. Pero en fin, llega el día y los actos se acumulan con más voluntad que brillo. Sobre todo las 3.000 fotos de todos los hombres con poder, rodeados de todas las mujeres esforzadas que los rodean, para demostrar que lo suyo es la solidaridad de sexo. Me ahorraré el sarcasmo, pero una empieza a estar harta de este paternalismo político que resulta ser, lindo él, siempre piramidal. Hasta que la foto del Día de la Mujer no sea la de una presidenta de gobierno y sus ministras, rodeadas de los chicos que las acompañan en el gabinete, no empezaremos a ir bien. Pero, en fin. Lo cierto es que yo misma, como todas las que conozco, acumulé un Día Internacional de la Mujer de ataque al corazón, tanto que el año que viene, por el 8 de marzo, pido vacaciones. Lo mejor del día, en mi caso, tenía un nombre, un lugar y una lujosa excusa: la presentación del libro de Marta Pessarrodona Donasses, en la Biblioteca Bonnemaison. Cuando me plantearon la presentación, tuve la convicción de que era el acto más bello y simbólico que podía hacer en un día como aquel: una escritora como Marta, poetisa de prestigio e intelectual de una categoría que no es muy usual por estos lares. Mujer, además, discreta, tanto como lo es su sutil humanidad. El libro que se debía presentar era un viaje emocionante por la vida de 22 mujeres catalanas que marcaron el siglo XX. Como tal, además de una lectura rigurosa, Donasses es un desmentido al olvido, una brillante lucha contra la negación del papel de las mujeres en la historia. El acto se desarrollaba en la Biblioteca Bonnemaison, cuyo espacio es un homenaje, él mismo, a esa fémina excepcional que fue Francesca Bonnemaison Farriols, auténtica pionera del compromiso social de la mujer para con la mujer. Y personaje, a la vez, del libro de Marta. Finalmente, todo ello pasaba el día que hemos marcado a fuego para recordar la atávica lucha de la mujer por sus derechos. Pensé: hay actos que tienen una belleza redonda, un sentido profundo. Y así enfilé la montaña del 8 de marzo, con la convicción de que acabaría felizmente acompañada de gente a la que quiero, compartiendo un espacio simbólico y haciendo algo con mucho sentido.

¿En qué momento debieron de pensar que había que agriar el vino? El azar juega a dados, me dirán, y no siempre es simpático. Pero no fue el azar el que obligó a desconvocar, al mediodía del propio 8, un acto que incluso había anunciado TV-3, y que había generado interés en mucha gente. No. Ocurrió que alguien en el Ayuntamiento decidió que tocaba desinfectar la sala de la Bonnemaison esta semana, y que no era importante tener en cuenta ni los actos programados, ni avisar a los afectados del previsible desaguisado. Ni el director de la biblioteca sabía qué pasaba, a pesar de la ironía añadida de que había sido él mismo quien había pedido el acto para esas fechas, con aceleración editorial incluida. Y nada, cosas de Barcelona y de su Ayuntamiento, tan ecosostenible, republicano y multicultural, que se permite militar en la improvisación, la descoordinación y el cachondeo con persistente alegría. Hace mil años escribí un artículo cuyo malévolo título era La socialización de la miseria cultural. Años mil después, ese título se equivocó sonoramente de objetivo. Lo rescato del olvido para dirigirlo en la dirección precisa: este Ayuntamiento socializa de tal manera la miseria cultural, que ha conseguido convertir la mediocridad en algo de prestigio.

Nada nuevo bajo el sol, dirían los clásicos. Y por ello, acabo el artículo dejando las miserias a un lado, y focalizando en lo fundamental: el magnífico texto que ha escrito Marta Pessarrodona. De Lola Anglada a Montserrat Roig, de Federica Montseny a Mercè Vilaret, de Dolors Monserdà a Margarida Xirgu, el libro es un recorrido por la médula femenina de nuestro cuerpo histórico, mujeres que lucharon, que fueron parte activa de nuestra mejor sociedad, que impregnaron con su obra, su sabiduría, su fuerza, y que consiguieron marcar la ruta de las mujeres que vendrán. Donasses no es un libro sobre mujeres, es un libro sobre el olvido, sobre la dificultad de romper una mirada masculina de la historia, sobre la dificultad de feminizar el prestigio. La mirada violeta de nuestro pasado, la cara oculta de nuestro patrimonio. Libro importante escrito desde el amor al pasado, por una donassa de nuestro presente. Algún día, cuando acaben de fumigar, conseguiremos presentarlo.

www.pilarrahola.com

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