Kozer o la poesía continua
José Kozer (La Habana, 1940) no es un poeta discreto: es un poeta continuo. Esa categoría resuelve la primera sospecha: que esta antología forma parte de un momento especialmente prolífico, con títulos como No buscan reflejarse (Letras Cubanas, La Habana, 2001) -volumen que jalonó su primera visita a Cuba tras cuarenta años de exilio-, Bajo este cien y otros poemas (Los Libros de la Frontera, Barcelona, 2002); Carece de causa (Tsé Tsé, Buenos Aires, 2004); Ánima (Fondo de Cultura Económica, México, 2002); Ogi No Mato (UACM,México, 2005), o el CD-Rom In situ (editorial Voy a salir y si me parte un rayo, Buenos Aires, 2004). La poesía de José Kozer es movimiento sin pausa, magma que modula diversas intensidades y materias, dispersadas y sutilmente unidas por la centrifugación de una pluma que no se levanta del papel. Reynaldo Jiménez anota en su prólogo preciso: "José Kozer está escribiendo, desde hace décadas, un solo poema que es único verso...".
Y DEL ESPARTO LA INVARIABILIDAD (Antología: 1983-2004)
José Kozer
Prólogo de Reynaldo Jiménez
Visor. Madrid, 2005
234 páginas. 10 euros
Hay una manera Kozer de
estar en la lengua que es una letanía vibrátil, plena de la dulce y doliente ironía del poeta judío y de la máscara de candidez del poeta americano. Nestor Perlongher, en un manifiesto tardío del neobarroco, decía, para elogiar a Kozer (figura a la vez periférica y central de ese movimiento): "Practica una suerte de suspensión narrativa que bastante parece deberle a los climas proustianos". Es cierto que en Y del esparto... la memoria de la casa de infancia, con el abuelo sastre inmigrado -como un personaje de Joseph Roth alelado en La Habana- ocupa un lugar bien visible.
Pero en Kozer están César Vallejo y Ezra Pound (dos modos simétricos y complementarios, la tierra y el fuego de la actitud americana), el profeta Isaías, Job y las chinoiseries hiladas sobre el habano fumado por Lezama Lima. Como en todo poeta fuerte, en Kozer las influencias no son mitos abrillantados en un panteón doméstico sino -llegado el caso- semidioses en plena guerra, disueltos en refracciones no imaginadas todavía.
Las retahílas de este libro tensan el hilván de la identidad dispersa, del destino quebrado en el paso al destierro, de la lectura como consuelo evanescente y único. El periodo gramatical que es capaz de sostener mide la fuerza de un poeta: aquí aparece el contrapunto del paréntesis como retumbo de una segunda voz, como primer coro en la fabulación de la escena verbal: "Ése, es otro (de profesión, la misma): se llama sastre (arpa) (David) (barba crespa) (fuertes pantorrillas) (colmena dura, su corazón): nada tiene que ver con rápidas progenituras de pan comestible (otra) su miga...". Frente a la tendencia a considerar barroco a todo lo que prolifera como vanidad de la palabra o compulsión ante el vacío, el arte de José Kozer da categoría estética al concepto de densidad: un discurso continuo, un diagrama completo del flujo de una voz y de todos sus matices. Estos poemas son partituras gozosas, si dolientes, para un lector que ha de cantarlas en su inteligencia.
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