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Inteligencia artificial y globalización

Actualmente, la creencia general es que el auge de India y China será el principal factor impulsor del empleo y los salarios a escala mundial durante el siglo XXI. Cabe esperar que los trabajadores muy bien pagados de los países ricos vean su ventaja competitiva erosionada por la competencia de trabajadores capaces y tremendamente trabajadores de Asia, Latinoamérica y puede que algún día incluso de África. Todo esto compone una bonita historia, llena de dramatismo y de luchas de poder. Pero me pregunto si no habrá, ya desde las próximas décadas, otro factor que influirá aún más en nuestras vidas: el desarrollo exponencial de aplicaciones de inteligencia artificial.

El portal que me comunica con la inteligencia artificial es estrecho y lo forman los 500 años de historia del ajedrez. Puede que a ustedes no les interese lo más mínimo este juego, considerado desde hace tiempo el prototipo de deporte intelectual. Pero los asombrosos descubrimientos que surgieron del mundo del ajedrez en la década pasada seguirán dominando nuestra atención. El ajedrez ocupa desde hace tiempo el centro de las investigaciones sobre inteligencia artificial. Aunque sea, en principio, un juego soluble, su complejidad computacional es prácticamente inabarcable. El decir que en el ajedrez hay más movimientos posibles que átomos en el universo es sólo una pequeña exageración. Durante gran parte del siglo XX quedó patente que los programadores no conseguían diseñar jugadores de ajedrez informáticos capaces de competir con los mejores jugadores humanos. La facultad del maestro de carne y hueso para intuir, visualizar y priorizar se imponía con facilidad al tosco enfoque de los ordenadores, que, pese a ir mejorando paulatinamente, parecían seguir siendo muy inferiores a los mejores humanos. O eso es lo que pensábamos.

Entonces, en 1997, en lo que seguramente se recordará durante mucho tiempo como un hito en la historia del hombre moderno, el ordenador Deep Blue de IBM asombró al mundo al derrotar al campeón del mundo Gerry Kasparov. El orgulloso maestro, quizá más sorprendido que nadie, estaba seguro de que el equipo de IBM había hecho trampas. Declaró sarcásticamente ante la prensa que tenía la sensación de que "la mano de Dios" guiaba a su oponente de silicio. Pero el equipo de IBM no había hecho trampas, sino que, combinando un ingenioso programa y una enorme capacidad de cálculo paralela, había producido un ente de silicio capaz de un refinamiento y una sutileza que asombró por completo a maestros de ajedrez de todo el mundo (incluido yo mismo). Desde 1997, los ordenadores no han hecho más que mejorar, hasta el punto de que a sus programas ya no les resulta un gran desafío derrotar a seres humanos.

Dirán ustedes que sólo se trata de un juego. Quizá, pero déjenme decirles algo: hace 30 años, cuando era ajedrecista profesional (en una ocasión representé a Estados Unidos en el Campeonato del Mundo de Ajedrez), tenía la sensación de que podía comprender muchas cosas de la personalidad de alguien, aunque fuera un aficionado, sólo con observar algunas de sus partidas. Hasta hace bien poco podía distinguir sin equivocarme entre un ordenador y un adversario humano. Ahora todo ha cambiado radicalmente. Las máquinas pueden incluso programarse para imitar tan bien a jugadores famosos -incluso sus fallos- que sólo un experto (¡y en ocasiones únicamente otro ordenador!) puede distinguir la diferencia.

La "prueba de Turing" es el santo grial de la investigación sobre inteligencia artificial. Una partida de ajedrez, al menos para mí, es una especie de conversación. En mi opinión, los programas informáticos que se pueden comprar en la actualidad están a un paso de responder al desafío de la prueba de Turing. En unas pocas partidas de ajedrez que eché por Internet no me resultaba fácil detectar la diferencia. Es cierto que los ordenadores de hoy en día no han alcanzado el nivel del trastornado HAL que jugaba al ajedrez en 2001, una odisea del espacio, la obra maestra de Stanley Kubrick, y mucho menos el de los androides con aspecto de Arnold Schwarzenegger de las películas de la serie Terminator. Pero su nivel actual ya es suficientemente terrorífico. ¿Y qué viene a continuación? Desde luego, como profesor de economía, yo no me siento seguro. No me cabe duda de que a finales de este siglo será posible comprarse profesores de bolsillo -quizá con imágenes holográficas- con la misma facilidad con que hoy se puede adquirir un juego de ajedrez Kasparov.

De manera que volvamos a India y China. La globalización se ha desarrollado a gran velocidad durante gran parte del siglo pasado, y a un ritmo especialmente acelerado en las últimas dos décadas. Sin embargo, se dispone de gran cantidad de datos que indican que los cambios tecnológicos impulsan mucho más las pautas salariales globalizadoras que el comercio. Es decir, la tecnología, no el comercio, fue el elemento primordial del siglo XX (evidentemente, los dos interactúan, y el comercio ayuda a difundir y estimular la tecnología, pero todo esto es una cuestión semántica). ¿Estamos tan seguros de que será diferente en este siglo? ¿O acaso la inteligencia artificial sustituirá la letanía de la subcontratación y la migración de las fábricas? Los ajedrecistas ya saben la respuesta.

Kenneth Rogoff es catedrático de Economía y de Políticas Públicas en la Universidad de Harvard y anteriormente fue economista jefe del FMI. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2006.

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