Feísmo
Dejar en un lienzo el horror a la violencia, a la guerra o al espanto mediante colores y figuras de soldados destrozados; contemplar un mundo en ruinas a través de la expresiva mirada del bíblico Job; echar una mirada amarga y furiosa a unas clases sociales pudientes, festivas y despreocupadas, que no se fijan en la comitiva de ajadas putas de arrabal o elegantes meretrices emperifolladas que pululan a su alrededor. Eso era y es la pintura de Otto Dix. Una pintura expresionista y simbolista, genial, y feo reflejo de una fea realidad: desalmadas guerras europeas, totalitarismos, crisis económicas y miseria generalizada. Algunos de sus cuadros cuelgan en el recientemente inaugurado museo de arte contemporáneo de Stuttgart; otros, y quizás muy representativos, los puede contemplar el vecindario en la muestra monográfica sobre el pintor que tiene montada la Fundación March en la capital de las Españas; y no pocas de sus obras no las podrá ver nadie, porque fueron pasto de las llamas que atizó la muchachada de Hitler. La sinrazón y la barbarie siempre vieron con malos ojos la "nueva objetividad" pictórica, como la denominaron con acierto los críticos de arte. La barbarie y la sinrazón suelen con frecuencia calificar de decadente y fea la realidad que pretenden esconder, y prefieren otro tipo de realidad más evasiva. Pero el feísmo de Otto Dix y otros pintores de la época es arte, porque la estética de sus colores está al servicio de la emoción, como en su día lo estuvieron las pinturas negras de Goya o el tenebrismo de Caravaggio.
Aunque el feísmo no es tan sólo una corriente, tendencia o estética determinada. El feísmo está en la realidad, y artistas, como Dix, son los fotógrafos. Porque a la vista y a los sentidos molesta, y no poco, divisar un chamizo de ladrillos cubierto con uralita junto a las venerables piedras de una construcción gótica. Fea es la suciedad que invade plazas y calles tras cualquier evento festivo; antiestéticas son las construcciones que esconden el mar o aniquilan el paisaje. Repugnante, vergonzoso, indelicado y feo es cualquier comportamiento violento que altera la convivencia y el decoro cívico. La fealdad, aunque no tenga el Dix oportuno, está ahí al alcance de la mano y de la vista.
Nos tropezamos con el feísmo en la inmediatez de nuestra geografía y en la inmediatez de nuestros días. Feo, dice el hasta ayer mismo encargado del parque natural, es construir un hotel de mucho cemento en un paraje tan singular como el Cabo de Gata. Y el cesado conservador del espacio natural no tuvo tiempo para ver y estudiar los megalómanos proyectos que acosarán, si no lo remedia Dios o el Diablo, la belleza natural de El Prat de Cabanes. Y es casi seguro que desconoce los destartalados planes en materia de infraestructuras que van a poner en peligro la belleza ambiental, paisajística y sentimental del cerro castellonense de La Magdalena; peligro que han puesto de relieve las gentes del Gecen, de los que se dedican al estudio y conservación de los espacios naturales, que es tanto como dedicarse a combatir el feísmo, y no precisamente el que nos dejaron los grandes pintores europeos.
Y feísta es la agresión de unos jóvenes a un discapacitado, que se negó a entregarles un euro en la ciudad de Alicante. La cotidiana fealdad de los puñetazos y las patadas en los titulares de las noticias. ¿Y la increíble antiestética de lo feo que encierra un altercado en una asamblea de pensionistas, de la eufemísticamente denominada tercera edad, en las comarcas valencianas del norte, en Torreblanca; una algarada con pelea, golpes, airados exabruptos y heridos, aunque lo fuesen de poca consideración? Un cuadro feísimo, sin colores ni pintores, esperpéntico en una asociación, denominada La Concordia, formada por miembros que peinan canas. Y si las canas son la dignidad de la vejez, como escribió Terencio, ¿dónde quedaron la belleza y la sabiduría de la edad, el ejemplo y la dignidad de las canas? ¿No teníamos suficiente fealdad con el frecuente y en ascenso matonismo de las bandas juveniles? Más de un Dix necesitamos por aquí para pintarla.
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