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Columna
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Deshielo

Manuel Vicent

Aquella lluvia de la infancia se ha convertido en una categoría del alma. La recuerdo en las tardes moradas de la cuaresma durante los temporales de levante sonando en los canalones del patio mientras leía tebeos al volver de la escuela con el pelo todavía mojado o en las noches de invierno en que dormía en la misma cama con un hermano y hacíamos una cabaña con la sábana para refugiarnos en ella y dentro de aquel espacio, que me parecía inmenso, nos contábamos historias de terror. Aquella lluvia persistente, mansa y oblicua de la infancia la llevo asociada a las lecturas de piratas; en cambio, el frío y la nieve forman parte de una mitología de pájaros ateridos, de los petirrojos y estorninos que se lanzaban a muerte sobre el cepo que les había preparado con una aceituna negra. La noche suspendía todos los sonidos cuando nevaba. Los perros no ladraban, no se oía ninguna voz en la calle y el silbido del tren parecía llegar atravesando un silencio blando. La pureza de aquella nieve tardaba mucho tiempo en ser vulnerada hasta el punto que la conservamos dentro de nosotros intacta todavía. Con niebla en el belfo sobre aquella luz metálica iban los caballos al campo. El deshielo de marzo, al final de un frío largo, es un espectáculo muy puro cuando se produce en el corazón del bosque o se desliza desde aquellos aleros de la niñez que sólo pertenecen a nuestra memoria. Por otra parte, no hay corrupción mayor que la de la nieve cuando en el asfalto se convierte en un fango oscuro expuesta a la realidad de cada día. La gente va al trabajo con sus pasiones a cuestas y las ruedas de los coches aplastan la primera luz de la nieve que sólo pertenece a los niños, aunque ellos la pisan transformada ya en barro cuando vuelven del colegio. A simple vista se trata de la vida, pero esa sucia amalgama que se forma en la ciudad al día siguiente de la nevada es la metáfora de otra suciedad a la que hoy estamos sometidos. Mientras aquí abajo la política se ha convertido en un barrizal, la nieve que cayó estos días pasados ha ido a refugiarse de nuevo en el corazón del bosque. Cualquier ciudadano está zarandeado por la propia vulgaridad; la violencia de los fanáticos y la agresividad de ciertos políticos nos hacen sentir miserables, pero en este momento el sol de marzo en algún lugar muy preservado está transformando la nieve en un hilo de luz que se desprende desde las ramas de los abetos hasta el humus fermentado. Durante la caída atraviesa nuestra memoria y también el corazón de los pájaros.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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