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Reportaje:

Un modelo de integración en crisis

La creciente brecha social entre la población autóctona e inmigrante en Holanda pone en duda las políticas multiculturales

Isabel Ferrer

Ninguno de los partidos políticos holandeses que acudirá a las elecciones municipales, el próximo 7 de marzo, menciona en sus programas para las 30 ciudades más grandes del país el elevado índice de paro de la comunidad inmigrante. Y ello a pesar de que la Oficina Central de Estadística alertó a finales de enero de que un 40% de estos jóvenes, entre 18 y 23 años, está desempleado. El departamento añadía que la población autóctona tiene cada vez menos trato con sus vecinos de origen turco y marroquí. Una brecha social que, según el Consejo para el Desarrollo Social, no podrán cerrar las iniciativas multiculturales que suelen resaltar los aspectos étnicos de cada grupo. Sólo la inversión en planes educativos y de empleo recobrarían algo la situación actual.

Las embajadas holandesas examinarán de lengua y cultura para dar la residencia
La segunda generación de inmigrantes se siente menos en casa que sus padres

"Conocido no es sinónimo de apreciado", concluyó el Consejo para el Desarrollo Social en un informe recién remitido al Ministerio de Inmigración e Integración. La promoción de almuerzos en la calle, fiestas cívicas o partidos de fútbol no mejora la imagen que los ciudadanos autóctonos tienen de los inmigrantes. O viceversa. "La convivencia es efectiva siempre que lo étnico no sea el punto de partida. Hay que buscar intereses comunes entre los ciudadanos. Además de reducir distancias económicas y sociales", señala el trabajo.

Poco antes de recibirlo, Rita Verdonk, titular de Inmigración, señaló que el Ejecutivo (una coalición de centro-derecha formada por la democracia cristiana y dos partidos liberales) ya añadió a finales del pasado año 75 millones de euros a la recuperación de alumnos fracasados -en su mayoría de origen inmigrante- en la formación profesional. No harían falta, por tanto, nuevos desembolsos para reducir el paro de este grupo.

Verdonk reconoce que los primeros en sufrir discriminaciones son los aspirantes no autóctonos. Pero prefiere favorecer la integración a través del idioma y la asunción de las normas y valores holandeses. Sus exámenes de lengua, cultura y sociedad pensados para los solicitantes de un permiso de residencia son un claro ejemplo. A punto de entrar en vigor el próximo 15 de marzo, serán efectuados en las embajadas de Holanda en el extranjero. Equipadas con un sistema cibernético de reconocimiento de la voz para la prueba oral, y de ordenadores corrientes para el escrito, allí deberán acudir los inmigrantes que busquen un futuro en los Países Bajos.

Los gastos corren de su cuenta, y la idea de Verdonk es doble. Por un lado, espera que los viajeros comprendan mejor la tierra a la que acuden y respeten sus costumbres. El manejo del holandés les ayudará a integrarse. El otro objetivo tal vez sea menos digno de alabanza, aunque igualmente legítimo. La ministra supone que esta primera barrera puede desanimar a muchos a intentar la aventura holandesa.

Han Noten, senador socialdemócrata holandés, prefiere centrarse en realidades tangibles. De la lectura del informe de Estadística ha subrayado un dato que le parece muy duro. Apunta que las segundas generaciones de inmigrantes, nacidas y criadas en Holanda, se sienten menos en casa aquí que sus padres. "Cuanto más saben, más se irritan. No ascienden, ni en los estudios ni en el trabajo. Por eso es fundamental mejorar sus expectativas laborales", ha dicho.

En su opinión, se habla mucho más del velo femenino, o bien de medidas antiterroristas, que de la integración de los inmigrantes. Abdelhale Adlj, un techador de 35 años, lo sabe bien. En paro desde 2003, acabó firmando una de sus múltiples solicitudes de empleo con el nombre ficticio de Erik. "Me llamaron a la primera", asegura.

En Inmigración admiten que muchos patrones son reticentes a la hora de contratar jóvenes con apellidos que suenen árabes. "Puede que hayan tenido una mala experiencia en el pasado y teman correr riesgos inexistente", señalan dichas fuentes. En círculos diplomáticos turcos se añade otro testimonio. "Nuestros inmigrantes y los de Marruecos llevan en Holanda 40 años. Pero sólo ahora se habla de integración".

Es cierto que los prejuicios políticos se impusieron en el pasado a la lógica de la presencia de trabajadores temporeros. Aunque traían a sus familias en lugar de regresar a su tierra, integración era casi sinónimo de racismo. El vacío dejado por la falta de planes oficiales, y del diálogo intercultural ahora tan en boga convirtió el asunto en uno de los más incómodos de la política nacional. La famosa tolerancia holandesa acabó en indiferencia.

Por eso ministras como Rita Verdonk, que presenta proyectos muy concretos sobre la repatriación de los sin papeles son muy populares. Aunque a veces también se escalda. Como ahora, con Taïda Pasic, una joven kosovar de 18 años, que desea terminar la secundaria en Holanda, a pesar de que regresó en su día a su tierra con su familia al rechazarse su demanda de asilo. A su vuelta en solitario a Winterswijk (este del país), la ministra la sacó del colegio y la internó en un centro para inmigrantes a punto de devolución. Los tribunales ordenaron su puesta en libertad.

El Parlamento y la calle se preguntaron si tanta rudeza era necesaria. La chica había pedido regresar en dos ocasiones anteriores. Sin éxito. Entonces recurrió a un visado francés de turista. Un fraude, según la ministra. Pasic tiene 28 días para abandonar Holanda sin su título escolar, pero ha apelado dicha orden. El Parlamento ha vuelto a preguntar si cabe una solución, y la ciudadanía está dividida. La mitad de los holandeses cree que debe marchar. El resto, que acabe el colegio en paz.

En otras ocasiones, sin embargo, no es la imagen del Gobierno la que sale malparada. El centenar largo de adolescentes de origen marroquí que alborotan en algunos barrios de Amsterdam invalidan sus demandas de integración. El alcalde, Job Cohen, prefiere subrayar los esfuerzos de su propia comunidad por ayudarles. El primer ministro, Jan Peter Balkenende, le ha dado un toque más político al asunto. Tras alabar "la mesura de las organizaciones musulmanas ante la polémica de las caricaturas de Mahoma", ha pedido su voto en los próximos comicios locales

Dos mujeres musulmanas charlan en un mercado a las afueras de Amsterdam en una foto de archivo.
Dos mujeres musulmanas charlan en un mercado a las afueras de Amsterdam en una foto de archivo.ASSOCIATED PRESS

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