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Una ciudad militarizada

El despliegue de seguridad en la capital paquistaní durante las 24 horas que duró la visita de Bush fue apabullante. El Air Force One descendió sin luces y aterrizó en la base militar de Chaklala, y no se supo si el presidente y su mujer fueron a Islamabad por aire o tierra, pero la caravana fue protegida por tres Blackhawk. Los helicópteros sobrevolaron el trayecto desde la fortaleza-embajada de EE UU, residencia de Bush durante su jornada, hasta Aiwan-e-Sadr (Casa del presidente, en urdu) donde se celebraron las entrevistas.

La visita sólo tuvo dos escenarios: éste y el de la Embajada americana, en donde Bush hizo sus pinitos en el cricket, deporte nacional paquistaní y una de las dos cartas -la otra fue la importante ayuda norteamericana en el terremoto de octubre- que la Casa Blanca jugó para tratar de contrarrestar la extrema impopularidad de Bush y de EE UU.

El tráfico fue mínimo y las medidas, implacables (el embajador español no pudo salir de su casa); en las calles semidesiertas reinaban controles, soldados y policías. En el centro administrativo de la ciudad fantasma que era la capital tampoco había protestas. Sí hubo manifestaciones en varias ciudades, desde Quetta -bastión del fundamentalismo islamista- hasta Lahore y Karachi, donde el jueves un coche bomba mató a cuatro personas, entre ellas a un diplomático estadounidense.

La policía detuvo en su domicilio a Imran Khan, líder de un pequeño partido de oposición, Tahreek-i-Insaf (Movimiento para la Justicia) y capitán de la selección nacional de cricket de Pakistán que logró el campeonato mundial en 1992. Khan, que en 2005 encabezó las manifestaciones que hubo después de que Newsweek mencionara una supuesta ofensa al Corán en Guantánamo, tenía previsto hablar en un mitin en Rawalpindi.

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