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Reportaje:CENTENARIO DE FRANCISCO AYALA

Un moralista que juega

José-Carlos Mainer

Los relatos de Francisco Ayala se reconocen porque son, fundamentalmente, un modo de contarlos. Tanto como su trama o su intención (que las tienen, por supuesto), nos importa la estrategia de su focalización: la voz que los cuenta y que es la de un implicado en la misma narración, alguien que quiere justificarse o defenderse. Los memorables cuentos de La cabeza del cordero (1949) -nuestra primera recomendación al lector interesado- constituyen, por ejemplo, un asedio a la Guerra Civil pero también son inseparables de los cuatro testimonios personales que los sustentan: el del viajante de comercio que riñe con sus familiares por culpa de una carta indescifrable; el del soldado nacional que mata estúpidamente a un enemigo y nunca podrá olvidar su crimen; el del exiliado que regresa y acaba por hallarse en la cama -mercenaria- de la hermana de quien creyó su mejor amigo y había sido su denunciante; el del viajero en Marruecos que acude a la casa de quienes se le presentan como antiguos parientes y va recordando al hilo de los hechos su poco gallarda actuación durante la guerra. Sólo el segundo cuento no está narrado en primera persona; en los otros, es precisamente la voz narrativa -todavía irritada, o impersonal y ajena, o hipócrita y mendaz- la que nos muestra la profunda vulgaridad, y hasta la abyección, de los actores de esto que llamamos orgullosamente Historia (y ésta, la Historia de España, precisamente fue el tema de otra serie de cuentos rigurosamente coetánea, que resulta también una lectura obligada: Los usurpadores).

Además de la literatura, sus temas como ensayista son el liberalismo, la tecnificación de la política y el papel de los intelectuales
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Ayala básico

En un libro de ensayos algo anterior, Histrionismo y representación (1944), Ayala reflexionó agudamente acerca de la condición social del ser humano que siempre actúa (o sobreactúa) y representa. El poder sobre los demás y, en su marco, el poder político ha llegado a ser, sin duda, la forma más tentadora de representación, y por lo cual es también una usurpación. Por eso, el lector de Ayala tendrá muy en cuenta el trabajo que encabeza aquel libro (aunque ya no lo hallará sino en librerías anticuarias) y los cuentos de Los usurpadores, a la hora de leer las dos únicas novelas extensas del escritor, Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1961), porque son bastante más que una caricatura de las dictaduras arbitrarias y populistas de la América Latina, que conoció entre 1939 y 1956. Son una profunda reflexión sobre la naturaleza de los seres humanos y su desamparo, su egoísmo y a veces su inocencia.

Ese enredo de voces donde todos mienten y se revelan, se justifican y se condenan, está ya en el camino de otra joya narrativa, diez años posterior: me refiero a El jardín de las delicias (1971), que podría parecer un sarcástico almacén de voces chillonas, de episodios chocarreros y de historias de amores escaldados, si no fuera, a la vez, un libro profundamente coherente en lo deliberadamente fragmentario y una suerte de danza de la muerte, digna de la imaginación de El Bosco (a eso alude el título, claro...), que se anticipa milagrosamente a juegos de ficción muy actuales.

Ayala ha sido siempre un moralista, pero tampoco ha dejado de ser un escritor que juega. No se debe tomar muy al pie de la letra el prólogo de La cabeza del cordero que sólo limitadamente es una palinodia del vanguardismo. Nuestro autor no ha vacilado en reimprimir a menudo los ensayos narrativos de sus años juveniles y ahora el lector puede adquirir esa joyita que es Cazador en el alba, en coqueta edición facsimilar, que contiene dos relatos: el epónimo y 'Erika ante el invierno', una inquietante y sutil historia alemana, llena de turbias premoniciones, como si un cuadro de Marc Chagall se hubiera cruzado con un dibujo de Otto Dix. La cubierta es del pintor falangista Luis Ponce de León y el escritor precede a sus relatos de una desenvuelta 'Carta a mis editores': todos son signos del tiempo.

Pero Ayala fue y es siempre un hombre sobreaviso. Tal es la segunda naturaleza del ensayista -la atención a lo aparentemente menudo y la capacidad de inferir consecuencias de lo efímero- y, por eso, nos hallamos ante uno de los mejores del siglo XX español. Los ensayos de Ayala tienen dos vertientes dominantes, aunque no se dan puras sino mezcladas: la política-sociológica y la literaria. Para quien quiera saber algo de la primera dedicación, resulta imprescindible la compilación Hoy ya es ayer, que vio la luz en 1972. El título tiene un inevitable eco de Quevedo, pero poco de nostalgia y bastante más de satisfacción personal al comprobar lo certero de sus premoniciones y la congruencia del propio pensamiento. Sus temas son las mutaciones del liberalismo, el porvenir de la libertad tras la caída de los fascismos, la tecnificación de la política y el papel de los intelectuales en la nueva sociedad. Al fondo del 'Ensayo sobre la libertad' o de El problema del liberalismo están los pensadores más abiertos del neoliberalismo (desde Mannheim hasta Popper) y, en lo que toca al librito Razón del mundo (1944), los serios avisos de Julien Benda en La trahison des clercs. Pocas gentes del exilio español -quizá sólo María Zambrano y José Ferrater Mora- supieron ver con tanta amplitud e independencia de sus legítimos prejuicios lo que andaba ocurriendo en el mundo y en qué medida iba a marcar sus destinos.

Al recoger sus principales ensayos literarios en dos volúmenes, Ayala los agrupó en dos apartados: las reflexiones generales (El escritor en su siglo, 1990) y los concretos estudios de literatura española (Las plumas del Fénix, 1989). En el primer libro, el lector disfrutará de las 'Reflexiones sobre la estructura narrativa' y, en general, de los trabajos sobre la novela, incluidos los que (como la carta a Hugo Rodríguez Alcalá) tanto nos dicen acerca del autor. Pero también apreciará sus independientes (y hasta heterodoxas) reflexiones sobre el destierro: '¿Para quién escribimos nosotros?' (1949) y 'La cuestionable literatura del exilio' (1987). Del segundo no es fácil recomendar nada en detrimento de otras cosas. Y sin embargo, convendrá señalar que lo escrito sobre el Lazarillo o sobre Cervantes ha modificado nuestra perspectiva de estos clásicos. Y que 'El túmulo' (acerca del soneto cervantino sobre el de Felipe II) o 'Comentarios textuales a El Aleph' son textos casi tan imprescindibles como aquellos a los que se refiere.

Por último, quien quiera gozar a su sabor de la prosa de Ayala, entonada y hasta una pizca arcaizante, aunque también certerísima en el choteo, no debe perderse unas memorias que tituló -con sabiduría y circunspección muy suyas- Recuerdos y olvidos (1982-1983; la edición definitiva fue de 1988), para que nadie se llamara a engaño sobre el alcance de la relación entre vida y literatura (un tema que exploró y reexplora a menudo). El prólogo de la última edición es uno de los mejores, si no es el mejor, de este auténtico especialista en retratarse al pie de sus propias obras.

Fotograma del cortometraje '1939', de Juan Antonio Barrero, basado en el relato de Francisco Ayala 'Diálogo de los muertos'.
Fotograma del cortometraje '1939', de Juan Antonio Barrero, basado en el relato de Francisco Ayala 'Diálogo de los muertos'.

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