"Me veo como si fuera mi propio antepasado"
Francisco Ayala es la lucidez incesante. Radical, escueto; su compromiso mayor es con la exactitud, su mirada es la que a veces te da las respuestas, y sus silencios son sosegados pero también exactos, inmediatos. Sus ojos hablan; son penetrantes, a veces te abrazan, y a veces también te preguntan, en silencio. Ayala se acerca a su siglo. Lo cumple el 16 de marzo. Asume con cierta indiferencia todos los compromisos que tiene por delante, y se defiende de tanto ajetreo sintiéndose "otro" cuando le hablan del cumpleaños.
Estos días lleva encima muchas preguntas, y muchas respuestas; "me siento", dice en broma, "como un contestador automático". Así que a veces repregunta. "Usted siempre ha parecido soliviantado, rabioso con lo que sucede". "¿Y qué entiende usted por soliviantado?" "Dijo hace poco que lo que nos rodea es deleznable". "¿Y qué entiende usted por deleznable? Preguntaré en la Academia a ver qué se entiende allí por deleznable".
"La República no pasó de ser un proyecto. Respondía a un ideal que era rechazado tanto por soviéticos como por fascistas"
Ahí está, Ayala, es así. La edad, cree, es un accidente de la vida, la vive así, con vigor pero también con la convicción de que ya no puede hablar del futuro, "el futuro es algo que a mí ya no me es dado, he sentido cómo se aleja". "Tuve una enfermedad hace poco, la superé, y desde entonces mi posición consiste en verme un poco como si fuera mi antepasado. Es decir, yo ya no miro al futuro como mi futuro". Dice Ayala, con esa mirada que a veces cae sobre ti como un interrogante: "Yo no avanzo hacia un futuro, sino que veo cómo pasó". Pero se enfrenta al centenario con el ánimo "de quien está expectante; yo sé que estamos pendientes de la celebración de un centenario, que todos los amigos lo esperan, y claro, aquí estoy yo, dispuesto a no defraudarles. ¡No depende tan sólo de mí! A esta edad, cualquier cosa puede dar al traste con esta expectativa. Como dice el tango, un tropezón cualquiera lo da en la vida. ¡Imagínese qué pasaría si la expectativa no puede cumplirse!".
Estos días todos le pedimos que haga memoria, que repita anécdotas, que están en aquel libro extraordinario, Recuerdos y olvidos, y él bromea: "¡Voy a hacerme promoción! ¡Que lean mi libro, ahí están las respuestas!". Su memoria, dice, es "rara; recuerdo cosas que están en la noche de los tiempos, y no consigo traer a mis recuerdos sucesos que están perfectamente documentados...".
Sin embargo, hace unas semanas, cuando se reunió con los arquitectos que preparan, para Granada y para Madrid, la gran exposición de su centenario, le fueron evocadas algunas escenas de su niñez, cuando a los ocho años iba al cine con su madre, y relató con todo detalle, por ejemplo, la vez que fue a ver en la Gran Vía granadina La bestia humana, basada en la novela de Zola. Apareció en la pantalla Francesca Bertini, recordó Ayala, "y le pregunté a mi madre: '¿Ésa es la bestia humana?', y mi madre me dijo: 'Calla, tonto".
Su madre era pintora; cuando ella decidió abandonar los pinceles se los pasó a Ayala... "Fuimos muchos hijos", recuerda él ahora, "así que un día abandonó su equipo de paletas... Me sentí un poco obligado, porque el arte me interesaba, y pinté. Pero no lo hacía a satisfacción mía... En literatura me ha pasado lo mismo: cuando no he estado satisfecho no he publicado, sólo he publicado aquello de lo que hubiera estado satisfecho. Y destruí todas las pinturas que hice. ¡Y ahora no he querido dejar nada escrito con lo que no estuviera conforme para que no me saquen las vergüenzas después de muerto!".
Siempre ha sido muy exigente, en primer lugar "para conmigo mismo; yo me pongo un límite a lo que hago. Si lo alcanzo, me siento bien, y si no alcanzo los niveles que me he impuesto, pues se acabó".
Exigente consigo mismo, desde siempre. "Y supongo que ese carácter es el que tuve desde niño; los caracteres varían muy poco, por lo que veo, por lo que aprecio en los demás. Yo me reconozco a mí mismo en cada momento de mi vida. También en las posibles fallas...".
En Recuerdos y olvidos esa impresión que tiene Ayala sobre sí mismo se hace patente: equilibrado, radical, ha visto la vida como un espectáculo que le ha sorprendido a veces, y que a veces también le ha llenado de melancolía. Contenido, también, no ha dejado que la emoción excesiva nuble su capacidad para entender que no todo el monte es orégano. Del mundo que le rodeó, y del que le rodea, tiene ahora una opinión que pudo haber escrito en cualquier lugar de esas memorias: "Me siento un espectador soliviantado, e incluso asqueado, porque están pasando muchas cosas que no me gustan".
Quienes lean ese libro, Recuerdos y olvidos, y ahora Alianza Editorial lo va a reeditar, con importantes incorporaciones, podrán asombrarse de la capacidad de observación, de retentiva, de penetración intelectual, sentimental y literaria de Ayala, pero sobre todo notarán que en todas las circunstancias de su vida (los descubrimientos, las contrariedades, la guerra, el exilio, la vida literaria) ha sido un contemplador radical de los que lanzan primero una mirada implacable contra sí mismo y después comprueban el estado "deleznable" del mundo que les ve vivir.
Entre las actividades que el centenario le ha deparado, hubo una en Granada que el autor de El fondo del vaso no hubiera querido perderse por nada del mundo: el encuentro con unos escolares granadinos que iban a hablar con él sobre su Historia de la libertad, que este año se regala en su ciudad natal y que él escribió en 1943, en plena guerra mundial.
Una ligera indisposición le impidió estar en el Ayuntamiento. "¡Y es lo que más he sentido! Quiero que conste... Escribí ese libro en un momento en que estaba desacreditada la libertad; por un lado estaba el fascismo, y el nazismo, y por otro lado estaba el comunismo, y yo me sentí en el deber de escribir un libro muy simple, muy didáctico, con una prosa totalmente clara, inteligible, sencilla, para los muchachos, para los chicos de instituto...". Ese libro está ahora ahí, reeditado; "y ojalá valga de ayuda para la formación de los muchachos".
PREGUNTA. Que no haya más mártires ni verdugos, es lo que parece proponer su libro.
RESPUESTA. Eso no necesito ni proponerlo: ¡es lo que haría cualquier persona decente! ¡Que no haya más mártires ni verdugos!
P. Desde que escribió ese libro, la libertad ha sufrido múltiples acosos...
R. ¡Y los que seguirá sufriendo! Lo que yo hacía en Historia de la libertad era explicar el concepto de libertad civil; era un libro didáctico, en él no hay un gramo de propaganda.
P. Ahora podría leerse como una reflexión para este tiempo.
R. Pero yo escribí el libro en un momento muy especial. Había en torno nuestro propuestas políticas que negaban la libertad del individuo, había totalitarismos de un lado y de otro, y yo lo que proponía es una idea liberal, un sistema político en el que el individuo tuviera su propio terreno, su propio reino...
En aquella reunión con los chicos, el comisario de su centenario, su paisano Luis García Montero, pidió a los estudiantes que hicieran sus preguntas al maestro. Nosotros también tomamos notas, y se las expusimos a Ayala, tal como fueron hechas. Nos dijo: "Hágalas, póngase en el terreno de los niños".
P. Una pregunta de los niños. ¿Por qué escribió cuentos?
R. Pues yo diría que porque me dio la gana, pero como no le estoy respondiendo a usted sino a los niños, les diría que los formatos literarios responden a las épocas, cada época tiene sus formatos... La novela tuvo su tiempo, que fue un tiempo glorioso, pero ahora mismo no se escriben novelas, simplemente se escriben, pero sería mejor que no se escribieran. Hablo, por supuesto, del género novela tal como lo conocemos.
P. ¿Ve mal la literatura?
R. La literatura no la veo mal, porque es eterna como expresión de la personalidad. La literatura es la expresión verbal de los valores estéticos. Eso es la literatura para mí.
P. ¿Y cree que el formato de la novela se ha desnaturalizado?
R. No, creo simplemente que se ha agotado. Se han escrito tantas y tan buenas novelas, pero ahora creo que el formato se ha agotado... Pero, bueno, esperemos a que se publique alguna buena novela, como la que escribió Proust, por ejemplo...
P. ¿En Proust pone usted una frontera?
R. Yo no pongo fronteras en ninguna parte... La realidad no es tajante nunca. Y ya no se puede hablar de los géneros como hablamos en el pasado. ¿Qué es una novela, o un drama? Ya no hay fronteras tajantes ni en los géneros.
P. Otra pregunta de los niños. ¿Qué libros había en su casa?
R. ¡Todos los libros! Qué sé yo. Estaban los clásicos, desde luego, estaba la novela del siglo XIX, las grandes y las mediocres...
P. A los chicos les hizo mucha gracia lo que les contó García Montero sobre las malas palabras que aprendió del Quijote...
R. Sí, lo he contado varias veces: leí el Quijote desde muy chico, y cuando mi madre se asombraba de las palabras que usaba, y que no eran ortodoxas en casa, me preguntaba: "¿Y de dónde sacaste esas palabras?". Y yo le señalaba el libro, del Quijote, de dónde iba a ser.
P. Los niños le preguntan de nuevo: ¿qué le queda a usted de Granada?
R. Me queda todo, porque el sitio donde uno ha nacido marca las primeras huellas que el mundo deja en la conciencia del ser humano. Y eso es indeleble. La huella de la primera juventud no se borra.
P. Decía Antonio Muñoz Molina, su paisano, que hay en usted un inconfundible humor granadino, y que los granadinos son muy especiales...
R. Yo creo que sí, que en todas partes hay rasgos muy volátiles, muy mutantes, rasgos colectivos que van cambiando. Y sí, hay un humor muy especial, un poco amargo, no es un humor festivo, como puede ser el que hay en otras regiones de Andalucía; por ejemplo, el de Sevilla es un humor festivo. Era un poco melancólico el de Granada. Y digo era porque llevo sin vivir en Granada muchísimo tiempo. Desde la adolescencia, cuando me fui, he vuelto a Granada pero no he vivido allí, por lo tanto no puedo juzgar. A veces pregunto si algo se dice tal como yo lo escuché en la infancia, y no se dice así... Todo cambia.
P. Usted volvió a Granada en 1960...
R. Después del largo exilio. Y la encontré más o menos igual. Había cosas que se habían perdido... Tuve allí una recuperación de cosas del pasado. ¡Y todo era mucho más chico en la realidad que como lo recordaba yo con mis ojos de niño!
P. Lo cierto es que en el exilio, y usted lo cuenta, no se sintió nunca extranjero.
R. ¡Ni en España me he sentido nunca patriota!
P. ¿Sigue siendo ahora ésa su sensación?
R. Pues sí, para qué le voy a engañar.
P. Volvió luego muchas veces.
R. Pero no a quedarme. Entre 1960 y 1975 volví muchas veces, sobre todo en verano. A veces aprovechaba las vacaciones, porque yo era catedrático en Estados Unidos, y venía para seguir en contacto con España. Así que viví el espectáculo de transformación que desde esos años se estaba dando en este país. ¡Este país ha cambiado de fisonomía tantas veces a lo largo de mi vida! Ha cambiado tanto que no se parece nada una España a las otras, y de eso mucha gente no tiene noción aquí. Sobre todo los jóvenes...
P. ¿Y esta España de ahora qué le parece?
R. Se parece al resto del mundo occidental... Se ha homologado por completo.
P. ¿Y eso es bueno?
R. ¿Por qué no?
P. ¿Y contempla alguna etapa de su vida con una especial melancolía?
R. No, yo procuro tener una visión objetiva con respecto a todo lo que veo...
P. Se suele interpretar que la República es una época para añorar... ¿Estamos equivocados?
R. La República fue un proyecto, no pasó de ser un proyecto, un proyecto que tuvo su inicio, pero nada más.
P. ¿Por qué falló?
R. El régimen republicano no estaba en conexión con el mundo de aquel momento; había aquí un concepto de la libertad que era rechazado por los bloques existentes, algo que expongo en mi libro sobre la libertad. El proyecto de República respondía a ese ideal que era rechazado tanto por soviéticos como por fascistas. Ése era entonces el mundo occidental. La República no tenía amigos y, por tanto, no tenía perspectiva.
P. ¿Se paró a sí misma?
R. Fue inmediatamente destruida... Cuando se produjo la sublevación militar se acabó la República, porque durante la guerra lo que se sostenía era una expectativa, una posibilidad de recuperar la República...
P. Cuando volvió de Buenos Aires, a reintegrarse a la vida española, en medio de la Guerra Civil, hubo un episodio que le define, en el puerto de A Coruña...
R. Sí, cuando un fascista se pavoneaba diciendo que nos iba a poner en fila en el barco, para que hiciéramos el saludo romano... Decidí atrincherarme con la familia en el camarote... Al final aquel personaje no llevó a cabo su bravata... Me preparé para no sucumbir, pero si no había otro remedio lo habría aceptado. Yo siempre he aceptado la fatalidad.
P. Cuando ya se produjo el exilio definitivo, ¿cuál fue su actitud?
R. Estabilizar mi vida. Cuando me encontré fuera de España decidí ir a Buenos Aires, donde había tenido una buena acogida...
P. Se sintió como un argentino...
R. No, ¡si no me siento ni como español, cómo iba a sentirme como argentino! El patriotismo ha sido una cosa de época también...
P. Pero ahora se vuelve a hablar de patriotismo...
R. Son nostalgias. Pasan cosas, luego se quieren recuperar: las nostalgias. Pasa con tantísimas cosas.
P. Usted cuenta en Recuerdos y olvidos los vaivenes de su relación con su paisano Melchor Fernández Almagro, que le ayudó al llegar a Madrid...
R. Sí, era amigo de la familia, vecino nuestro en Granada; era, pues, una relación muy estrecha... Sí, esa relación se puede leer en Recuerdos y olvidos...
P. Y cuando volvió usted del exilio él se asustó: ¡un republicano en casa! ¿Fue amarga la impresión que le dejó esa reacción?
R. Fue una impresión de escepticismo, de melancolía... Pero, bueno, ya uno no puede dolerse por una debilidad humana...
P. Los chicos, otra vez: ¿por qué aborrecía las matemáticas?
R. No es que las odiara, pero he sido bastante torpe y lo sigo siendo para las matemáticas. Con la geometría todavía podía, ¡pero con la aritmética! Siempre se me resistió.
P. ¿Qué le interesa más de la celebración que preparan?
R. La celebración del centenario es algo superpuesto a mí; la acepto en su integridad, porque sé que es algo que no hago yo, sino que hacen conmigo, es decir, utilizándome a mí, bondadosamente, generosamente, porque después de todo no soy yo el que lo hace, sino que me someto a lo que hagan conmigo. Si fuera iniciativa mía yo no haría nada. No va en mí todo eso. Yo vivo en una actitud de mirar el pasado con desapego, con distancia.
P. Celebran sobre todo su obra literaria.
R. Eso ya es cuestión de cada cual, cada cual cumple como quiere. De todas maneras, la literatura es una cosa secreta que poquísima gente entiende y capta, pero que envuelve a mucha gente.
P. Ahora mucha gente vuelve a Recuerdos y olvidos para saber más de usted...
R. Sí, es un libro que revela bastante de mí, de épocas de mi vida
... En todas las épocas he tratado de crear literariamente algo que tuviera un valor estético; otras cosas son discursivas, con las que he procurado formar, persuadir, y otras son circunstanciales, respuestas a situaciones concretas. El ser humano vive expresándose de un modo u otro, con palabras y a veces sin palabras.
P. Habrá más Recuerdos y olvidos...
R. De eso mejor le habla Carolyn.
Y Carolyn Richmond, la esposa de Ayala, que trabaja con García Montero con intensidad en la preparación del centenario, y que ha sido decisiva en el proceso de reedición de obras de Ayala, apunta el proyecto: "Son escritos posteriores, y nuevas fotos, que completan el volumen que ya publicó Alianza Editorial, que lo reedita. Van a ser nuevos para los lectores. Y habrá un ensayo muy hermoso sobre lo que Francisco piensa de la vejez".
P. ¿Y qué piensa usted de la vejez?
R. Pues la verdad es que no sé qué decirle.
P. Es curioso, con lo discreto que es usted, con lo íntimo que es, cuánta autobiografía ha hecho.
R. Yo creo que todo lo que se escribe es autobiográfico en un sentido o en otro. Mostrando tu actitud ante un suceso ya estás mostrando tu propia biografía sin querer.
P. Y mientras ha revisado los textos que ahora publica, ¿qué le ha sorprendido más?
R. Todo lo que he recuperado. Y lo que no he querido recuperar lo he tirado. Me solidarizo con lo que publico. Respondo de ello. El resto, suprimido.
P. ¿Y a Carolyn, qué le ha sorprendido?
R. A mí me ha sorprendido la belleza de algunas ediciones antiguas, como Historia de la libertad, Cazador en el alba o El boxeador y un ángel... Y la revista Realidad, que va a ser la gran sorpresa del año. Renacimiento la va a publicar en facsímil, tal como la hizo Francisco en Argentina. Los dieciocho números, desde 1943 [cuando Ayala escribió su libro sobre la libertad]. Se ha dicho y se ha repetido que fue la mejor revista de Occidente en aquellos años, y no sólo del exilio. Del mundo. En ella escribieron Jean Paul Sartre, Bertrand Russell, Borges, los grandes escritores de entonces... Una revista de ideas, cargada de sorpresas.
Cuando nos vamos, Ayala nos deja hojear el primer número. Su editorial, escrito por él, comienza así: "Nuestra cultura -la vieja cultura de Occidente- ha llegado hoy a una situación excepcional. Por una parte, atraviesa una formidable crisis; por la otra, se halla en la obligación de proporcionar al mundo entero (...) un programa completo de vida y de pensamiento, porque el proceso de unificación mundial que venía avanzando desde hace tiempo se ha acelerado prodigiosamente en los últimos años, por razones y en maneras tan varias como bien conocidas, haciendo de todo el planeta una sola unidad...".
La realidad entonces, la realidad ahora. Francisco Ayala, 100 años mirándola.
UNA VIDA
1906. Nace en Granada el 16 de marzo.
1918. Se traslada con su familia a Madrid.
1925. Publica su primera novela,
Tragicomedia de un hombre sin espíritu.
1931. Doctorado en Derecho.
1936-1939. Funcionario del Ministerio de Estado de la República.
1939. Sale de España. Se instala como profesor en Argentina.
1943. Publica Historia de la libertad.
1956. Se instala en Estados Unidos como profesor.
1960. Vuelve temporalmente a España.
1972. Premio de la Crítica por El jardín de las delicias.
1980. Se instala en Madrid.
1982. Comienza la publicación de sus memorias, Recuerdos y olvidos.
1983. Miembro de la RAE.
1991. Premio Cervantes.
1998. Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
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