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Columna
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Frente a ETA

A la manifestación de un sector de las víctimas asociadas del terrorismo, celebrada el pasado sábado en Madrid en protesta contra el Gobierno, se sumó ese mismo día un comunicado de 40 folios de ETA, 39 más de los que hubieran hecho falta para anunciar el desistimiento definitivo del recurso a las armas y explosivos, que con tanta esperanza barruntan en La Moncloa. Son dos hechos relevantes que incitan a indagar por qué se ha evaporado aquella situación compartida, en la que todos proclamábamos estar unidos en defensa de las libertades y en contra del terrorismo etarra, y se ha instalado otra nueva, en la que han estallado los recelos, de forma que los unos se sienten legitimados para sospechar de las actitudes entreguistas que atribuyen a los otros, y los otros se duelen argumentando con la deslealtad de los unos y además con la instrumentación partidista que hacen de las víctimas y de otras cuestiones, cuando debieran ser causa común.

Entre las cosas que se dijeron desde el tablado al que accedieron los organizadores, el que funge de presidente de las víctimas asociadas a la AVT señaló que a las víctimas nadie les preguntó si querían serlo. Dio a entender así que carecieron de esa oportunidad, otorgada incluso al más leve de los infractores, de presentar un pliego de descargo antes de que sea firme cualquier sanción de tráfico comunicada. Pero, aunque unidas en la desgracia, la condición de las víctimas puede estudiarse desde ángulos muy diferentes, como, por ejemplo, el de la voluntariedad. Aceptemos que, en línea con lo dicho por el presidente antes citado, fuera aplicable para algunas víctimas la definición que hace el escritor Juan Marsé en su novela Rabos de lagartija, según la cual "el héroe es una casualidad sangrienta". Este sería el caso de las víctimas que pasaban por ahí, sin más compromiso en ese momento que el del azar. Dígase inmediatamente que sin duda ni reserva alguna, son merecedoras de toda consideración.

A partir de ahí cabe establecer una escala en la que figurarían de manera progresiva quienes eran de antemano conscientes de que el cumplimiento de sus deberes les situaba en una posición de riesgo, asumido con voluntariedad y entendido como servicio tanto a sus conciudadanos como a la sociedad donde se articulan. En algunos casos vieron su rostro en los carteles con una diana sobre sus cabezas pero muchos más sabían que estaban en el punto de mira de las armas terroristas y, sin embargo, no desistieron del ejercicio de sus funciones. Ese comportamiento ejemplar de tantos ha sido la clave para infligir la primera derrota a ETA, empeñada como estaba en avanzar mediante una estrategia del desistimiento. La lista de los que sabían que sobre ellos pesaban las más graves amenazas de muerte, de quienes sin arrogancia pero sin rehuir un ápice de sus responsabilidades aceptaron quedar expuestos a la barbarie encierra los nombres de muchos de los mejores sin acepción de afinidades políticas. Privarles de sentido, sería deshonrarles, desalentaría el sacrificio cívico y nos precipitaría por el despeñadero de la desintegración social, del sálvese quien pueda.

Cuestión distinta es la actitud de los actuales líderes del PP, que todo se lo permitieron cuando gobernaban, que tuvieron la completa colaboración de los socialistas en materia antiterrorista y que, desalojados del Gobierno, han pasado a impugnarlo todo en este ámbito tan sensible desde el primer día en que abandonaron La Moncloa. Su virtuosismo mediático les ha permitido además que el público crea a pies juntillas que el "veo, veo" lanzado de modo intermitente por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero es prueba irrefutable de la existencia de negociaciones entabladas para la rendición del Estado a la banda terrorista y la aceptación de todas sus pretensiones. Cuánto mejor para todos si quedara constancia inequívoca de que el PP exhibiría también como suyo el éxito en el final del terrorismo y se esforzara en ofrecer la garantía de que en su obtención se habían evitado atajos indebidos. Además, los peperos deberían tranquilizarse, porque en parte alguna está escrito que, si el desistimiento de ETA sucediera durante la actual presidencia del Gobierno de ZP, su logro suponga el aval irresistible para una segunda victoria.

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