_
_
_
_
LA COLUMNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cambiar de discurso

TORTURANDO el lenguaje hasta el límite de lo soportable, el presidente del Gobierno anunció hace pocos días que "estábamos en unas circunstancias que [le] permiten tener la convicción de que puede empezar el principio del fin de la violencia". Cuáles fueran esas circunstancias se resumen en una evidencia notoria: que ETA lleva mil días sin matar, dato sin precedente en esta larga historia criminal. Pero que tal circunstancia permita abrigar una convicción, la que fuere, se basa en algo no notorio, o sea, oculto: informaciones que el presidente dice poseer, y que, dada su naturaleza, no son susceptibles de hacerse públicas. Este maridaje de lo que es notorio con lo que permanece oculto produce una extraña criatura: la convicción del presidente se refiere a una probabilidad, no a un hecho.

Pero estar convencido de que algo puede ocurrir es muy barato: no ya algo, sino todo puede ocurrir. Lo caro es estar convencido de que algo va a ocurrir, y decirlo. En todo caso, mientras el presidente se entregaba a estas conjeturas, ETA actuaba. Es verdad que cuidando de no matar a nadie, sino dirigiendo sus ataques a objetivos bien precisos y con efectos devastadores para lo que se ha dado en llamar la paz: el empresario que tenga abierto cualquier negocio en Euskadi ha de pasar por las horcas caudinas de la extorsión: o pagas, o tu negocio salta por los aires. De modo que, a la vez que ha dejado de matar, ETA ha ampliado su red extorsionadora, cobra a más gentes y es muy posible que hoy disponga de un cash flow más saneado que nunca. Si esto fuera así resultaría que ETA podría anunciar lo que se ha dado en llamar tregua a la vez que fortalece su entramado mafioso: de momento, no necesitan la muerte para alcanzar lo que parece ser su objetivo a medio plazo: perdurar sin matar.

El Gobierno y sus asesores han dado en estos dos años muestras sobradas de saberlo todo acerca de una forma de hacer política que consiste en mostrar públicamente la convicción de que el proceso de formación de la opinión y de la voluntad de los ciudadanos, y, en consecuencia, la solución de conflictos, se consigue a base de impulsar diálogos incluyentes. Pero dos años dan mucho de sí en política, tiempo más que suficiente para haber comprendido que el disparatado procedimiento seguido con el proyecto de Estatuto de Cataluña tuvo algo que ver con una explosión de expectativas que sólo podía conducir a lo que los teóricos de movimientos sociales llaman privación relativa: hay ahora muchos más catalanes convencidos de que se les ha privado de algo sustancial que antes de iniciarse aquel proceso.

La razón de la frustración de expectativas radica en que la retórica del republicanismo cívico es música celestial cuando hay fuerzas sociales y políticas cuyo objetivo no es la inclusión, sino la exclusión o la separación. Puede ocurrir que la política como conversación entre ciudadanos libres e iguales sea estupenda receta cuando todo el mundo está de acuerdo en las bases sobre las que se fundamenta la convivencia; pero cuando hay fuerzas organizadas con el explícito y mil veces confesado propósito de destruir esas bases, esa misma política acaba en un galimatías incomprensible para las inteligencias medias, que echan de menos entonces la simple receta que consiste en que al pan se llame pan, y al vino, vino.

Para clarificar las cosas, tal vez fuera conveniente no hablar nunca más de convicciones acerca de probabilidades y comenzar por no sucumbir al discurso de quienes llevan treinta años amenazando, extorsionando y atentando contra las personas y sus bienes. Desterrar de la conversación el lenguaje construido en torno a procesos, escenarios u horizontes de paz, que transmiten con su solo enunciado que aquí se trata de poner fin a una guerra. Nadie está en guerra, y no hay por qué entregar una baza fundamental en política, la palabra, hablando de proceso de paz, de escenarios de resolución, de si esto acaba o no con vencedores y vencidos. Lo único que se pretende es que una organización terrorista se disuelva, y que sus miembros y sus cómplices, tras la inevitable negociación, hagan política sin recurrir al terror.

Marcar diferencias en el lenguaje para mostrar desde el principio que no todos hablamos de lo mismo es una elemental cautela para no alentar expectativas desmesuradas. No puede haberlas, en efecto, si los destinatarios de estas políticas tienen a sus espaldas una larga historia criminal y, hasta donde sabemos, cuando vuelven a sus lugares de origen, después de cumplir condena, reservan para sus víctimas la mirada infame del desprecio y la arrogancia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_