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Columna
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Lágrimas de cocodrilo

Los políticos valencianos son unos llorones. Y los empresarios llamados mediáticos también. En cualquier ocasión pública sacan el pañuelo y se lamentan ruidosamente de lo maltratados que estamos por el enemigo exterior. Preferiblemente suelen atacar a los catalanes como los más taimados contra nuestra proverbial bondad y entrega. Son los culpables de que siempre seamos los terceros en todo. Por eso les vamos a la zaga en la Liga, por demostrar que podemos ser unos dignos segundones. Pero el término más recurrente es Madrid, ese ente extraño que igual le servía a Albiñana para quejarse de la tenaza de Alfonso Guerra que ahora utiliza Francesc Camps para justificar todos nuestros males. Hay que conseguir que haya culpables para mejorar en las encuestas.

Los políticos valencianos lloran en público y se ejercitan para ello en privado. "Digamos que Madrid no nos quiere, que Zapatero nos tiene condenados por ser una autonomía pepera", dicen que dice el argumentario político que marcan a la sazón Ricardo Costa y Esteban González Pons, el llamado think-tank (tanque de pensamiento) del PP valenciano. Adela Pedrosa no está en el think ni en el tank. Lo piensan y luego se pasan el día diciéndolo ellos y toda la corte celestial. "Magnífico, así los valencianos nos querrán más a nosotros porque Zapatero no nos quiere nada de nada. Y Carod Rovira mucho menos. Los sacaremos en una falla", acaba diciendo el argumentario. Más lágrimas de cocodrilo, que ya saben que llora hasta cuando se come el brazo de capitán Garfio.

Y no es que sea una cosa nueva impuesta en el reinado de Francesc Camps. Ya lo hacían Joan Lerma y Eduardo Zaplana, hasta cuando los suyos mandaban en Madrid. Lo han hecho un par de alcaldes de Valencia y a uno lo cesó Franco y a otros les hicieron la vida imposible. Llorar es un estilo de ir a pedir a Madrid. Los catalanes van con un par de lobbys en cada bolsillo y Fernando Casado (el jefe de todos los lobbys catalanes) se trae a Zapatero a cenar con la OPA en el bolsillo y los andaluces con unas guitarras para divertir al señorito y que reparta un poco de jamón en forma de Fondo de Compensación Interterritorial. Nosotros lloramos. Hasta lo hizo Ignacio Villalonga, aunque luego se fue a vivir a la Castellana. Lo malo es que los llorones no se dan cuenta que en la Comunidad Valenciana cuando lloras mucho los valencianos acaban con una conclusión clara. Si estos le lloran a aquel es que aquel es el que manda. El personal sabe más de política que todos los think-tank juntos.

Pero los políticos y empresarios mediáticos valencianos lloran a moco tendido porque así entienden que son más reivindicativos. García Miralles lloraba ante Valencia y consiguió ser vizconde de Alicante. Antonio Tirado no supo hacerlo y se quedó sin la alcaldía de Castellón. "El que no plora no mama...". Y si usted asiste a una reunión de los planes de competitividad que se ha inventado Justo Nieto todos lloran porque otros empresarios se han llevado más que ellos.

Decía Cervantes que sólo por tres cosas es lícito que llore el varón prudente: "La una por haber pecado. La otra por alcanzar el perdón. Y la tercera por estar celoso". ¿Se da alguna de estas tres circunstancias en el caso valenciano? ¿Por qué no tenemos un AVE supersónico o un trasvase que mane riqueza? ¿Por qué tenemos infraestructuras del siglo XIX y unas concentraciones urbanas propias de la otra orilla del mediterráneo? Pues lloramos porque no hemos sabido hacerlo. A buenas horas llega Bruselas o un delegado del Gobierno de Madrid y le dice a la Generalitat de Pujol o Maragall que se mete en sus competencias urbanísticas porque le da la gana. Aquí da lo mismo. Somos tierra conquistada desde que llegó El Cid. Y estamos encantados. Mejor llorar y que nos manden que gastarnos una perra en fer País. Ni una perra ni un gramo de esfuerzo. Como en Castellón, que no hay aeropuerto por culpa del aguilucho cenizo.

Por eso, cuando oigo esas cumbres empresariales con interminables listados de seriales lacrimógenos aún me resulta todo más incomprensible. Menudo grupo de presión está hecha esa Asociación Valenciana de Empresarios de Francisco Pons que el jueves en Castellón sólo les faltaba ponerle un altarcito al ministro Jordi Sevilla con reclinatorio para Joan IgnaSi Pla. "Hagamos un pacto estratégico", les dijo el ministro después de las lagrimas. Y cayeron en la trampa: "¡Estamos salvados! Hay pacto. Sevilla nos traerá un AVE y Camps un coche de Formula 1". Si lloramos un poco más igual llenamos los canales del trasvase para que naden los patos de la gripe aviaria.

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