Bloy, profeta en el desierto
Ésta es, según mis noticias, la segunda edición española de este libro singular, uno de los más importantes de este autor, mucho más singular todavía, a más de un siglo de su aparición original en francés (1894), y además en su primera traducción completa, pues la anterior, Cuentos descorteses (Siruela, 1994), incluía menos de la mitad de los cuentos, seleccionados por Borges para su colección La Biblioteca de Babel, inspirada por el bibliófilo y editor Franco Maria Ricci. (Aunque he descubierto por Internet Cuentos de guerra, Del Cobre, que por su tema parecen coincidir con el que comento). Esta edición cuenta con un buen prólogo de Cristóbal Serra enamorado de los místicos, por heterodoxos (o negativos) que sean, pues para terminar editó y tradujo la primera edición de su magnífico Journal.
HISTORIAS IMPERTINENTES
Léon Bloy
Traducción de Ascensión Cuesta
Menoscuarto. Palencia, 2006
264 páginas. 14 euros
Pero no son las únicas garantías de este libro ni en su conjunto de Bloy, el profeta más heterodoxo de la literatura contemporánea. Nacido en Périgueux en 1846, hijo de familia burguesa, de un matrimonio compuesto por un ingeniero masón, laico y volteriano, y una mujer muy creyente de origen español, se convirtió al cristianismo bajo el influjo del escritor legitimista Barbey d'Aurevilly a los 23 años y tras participar en la guerra francoalemana de 1870 y después de alguna experiencia desgraciada se casó con la danesa Jeanne Mölbeck, con la que tuvo dos hijas. Intentó ser fraile, vivió en monasterios y tras una vida marcada por la miseria y el sufrimiento, falleció en 1917 tras una larga enfermedad, después de haber publicado unos veinte libros. Fue un hombre pobre, aunque sus libros y panfletos le proporcionaron cierta celebridad, que concitó en su torno a círculos de intelectuales religiosos importantes, entre otros convirtió a Jacques y Raissa Maritain futuros inspiradores de la democracia cristiana.
Los avales de Léon Bloy son
numerosos y dispares: van de Kafka ("es el profeta de los tiempos modernos, ante los cuales todos los demás parecen mudos") a Borges ("nuestro tiempo ha inventado el humor negro, nadie lo ha intentado con la eficacia y brillantez de Bloy"), de Cristóbal Serra ("no se encontrará una palabra benévola en él") y los Maritain ("es el Job de los tiempos modernos") a toda la progresía cristiana nada contenta con la evolución del mundo contemporáneo, pues sus raíces surgen del Antiguo Testamento, de San Juan Bautista el Precursor pues tomó su relevo con un ímpetu y una violencia absolutas y totalitarias, ya que empezó alabando la Inquisición, intentando llevar a los altares a Napoleón y Colón, fustigando la banca y a los ricos por el mero hecho de serlo, fue antirrepublicano, anticapitalista y defensor de los pobres, que escribía "a latigazos", hasta se alegró por el incendio de unos grandes almacenes, que causó víctimas innumerables. Bloy fue muy traducido entre nosotros, sobre todo en América Latina. En Buenos Aires se publicaron unos veinte libros, en dudosas versiones, salvo una antología de Ayala en 1946. El desheredado (autobiográfica, a través del personaje "Marchenoir", que introduce en un diálogo el presente tomo). Y así en los cincuenta conocimos La mujer pobre, La salvación por los judíos, El mendigo ingrato, Exégesis de los lugares comunes (uno de los mejores), El peregrino del absoluto y así sucesivamente.
Lo más destacable de estas
Historias impertinentes es sin duda su excelente traducción de Ascensión Cuesta, que no palidece ni siquiera ante la de Los cautivos de Longjumeau, que hizo Borges y en la que vio la huella de Kafka. Aquí se reúnen treinta relatos publicados en la revista Gil Blas como artículos que cuentan episodios situados durante la guerra francoalemana del setenta. Se trataba de un diario popular que le daba algo de comer, pero al que llegó a odiar y por lo que llegó a considerarse como una especie de colaboracionista. Son episodios crueles, aunque no todos "de guerra", repletos de crímenes, traiciones, robos y suicidios, y que resultan si no impertinentes, sí un ataque a la burguesía y a los "biempensantes" de la época, contra la cual el autor tronaba sin parar.
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