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Cataluña-España: cinco reflexiones mínimas

Andreu Mas-Colell

El tema catalán no desaparecerá, en un horizonte previsible, del panorama político español. Es una constatación. Creo que las distancias son demasiado grandes para generar en el corto plazo un acuerdo que visto desde Cataluña pueda constituir una resolución definitiva del tema. Habrá, por tanto, y por largo tiempo, muchos catalanes que, en mayor o menor grado, se sentirán insatisfechos en las tres dimensiones que, de forma interrelacionada, configuran el tema catalán. Es decir, continuará la reivindicación de mayores niveles de, por así decir, reconocimiento nacional (incluidos mayores niveles de autogobierno y de consideración hacia características propias como la lengua); de una contribución a la cohesión territorial española más proporcionada a la realidad, no muy robusta, de la economía catalana, y de una configuración no centralizada del Estado.

Para el devenir diario, la observación anterior milita a favor de una versión simetrizada (para españoles y catalanes) de algo así como la conllevancia orteguiana. La presencia del tema catalán en el panorama político español va a ser continua, pero ello no significa que vaya, o deba, serlo en primera fila. En verdad, la conllevancia no es difícil de practicar. Por ejemplo, yo tengo, afortunadamente, muchos amigos españoles, gente, por descontado, muy civilizada. No sé muy bien que piensan muchos de ellos del tema catalán (aunque tengo mis sospechas). Por elección mutua, y tácita, procuramos relacionarnos alrededor de las muchísimas cosas que nos unen y evitar las que, quizás, pudieran separarnos. Es como, sin decírnoslo, nos hubiésemos puesto de acuerdo en no estar de acuerdo.

La conllevancia fracasó en los años treinta. No tiene por qué fracasar ahora. Disponemos de bienestar económico y estamos integrados en la Unión Europea. Además, y seguramente como consecuencia, vivimos un fenómeno radicalmente nuevo en la historia de España: la desaparición de la opción militar. No es todavía, lamentablemente, una desaparición completa. Todavía hay quien piensa que agitando y provocando a los militares creara situaciones propiciadoras de ganancias electorales. Ojalá no sea así, pero nótese que, al final, de votos se trata y de nada más. En este sentido, se ha alcanzado la normalidad.

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En este contexto de normalidad hay diversas evoluciones posibles de la relación Cataluña- España en el medio y largo plazo. Es poco probable que, de repente, los catalanes se cansen de su reivindicación y que España pudiera seguir, sin resistencia alguna, una senda de estilo francés. Tampoco es concebible que se abra una crisis política con componente militar: el camino, digamos, balcánico. La cosa está, pienso, muy abierta: España podría evolucionar, siempre a golpe de elecciones y sólo de elecciones, hacia unos parámetros parecidos a los de Alemania, o a los del Reino Unido, o a los de Canadá, o a una combinación de todos ellos. En cualquier caso, y ésta es la consideración decisiva, no son estos destinos terribles.

Más a corto plazo, no me atrevo a formular ninguna predicción en torno al Estatut, excepto que ocurra lo que ocurra la agenda estatutaria no se reabrirá en muchos años. Es claro que, llegados a este punto, sería mejor que hubiese Estatut. Pero sí me atrevo a predecir que lo que ocurra será pactado y que no habrá rompimiento político alguno. Una consideración muy importante desde el punto de vista catalán es demostrar que la estridencia anticatalanista no proporciona mayorías suficiente para gobernar España. Éste es un objetivo que, claro está, no puede conseguirse enterrando el tema pero que justificará, cuando menos, que no convenga, y por tanto no haya, una ruptura política dramática con el Gobierno actual. De hecho, lo contrario es más probable.

Andreu Mas-Colell es catedrático de Economía de la Universitat Pompeu Fabra. Las cinco anotaciones precedentes fueron aportadas al "Encuentro Cataluña-España de académicos e intelectuales" celebrado el pasado 14 de enero en la Universitat Pompeu Fabra, bajo los auspicios de ésta y de la Fundació Pi i Sunyer, y la dirección de Josep Colomer.

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