El 'pequeño Ratzinger' español
El papa Benedicto XVI, de seglar Joseph Ratzinger, no ha dejado pasar su primera oportunidad para proclamar en quién tiene puestas sus mejores complacencias en la Iglesia española y cuál es la sede episcopal a la que quiere distinguir cuanto antes con un capelo cardenalicio. Ni Barcelona ni Valencia. Toledo. Ni los arzobispos Lluís Martínez Sistach, ni Agustín García Gasco, como se venía diciendo. El elegido es el arzobispo primado de Toledo, Antonio Cañizares Llovera, el más joven de todos (apenas 60 años, un chaval teniendo en cuenta que la edad media de la jerarquía romana supera con creces los 70 y que el Papa tiene 78).
A Cañizares (Utiel, Valencia, 15 de octubre de 1945) se le conoce cariñosamente como el pequeño Ratzinger, no sólo entre sus detractores, sino también entre sus muchos amigos. No sólo en España, también en Roma. El propio Ratzinger ha bromeado con esta circunstancia. Es que el nuevo cardenal perteneció, durante años, a la romana Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición). Fue el papa Juan Pablo II quien lo nombró para ese cargo en noviembre de 1995, pero la simpatía entre el obispo valenciano y el brillantísimo policía de la fe cristiana ya era profunda desde la década anterior: el nuevo cardenal había trabajado para Ratzinger entre 1985 y 1992, como director del secretariado de su comisión doctrinal en la Conferencia Episcopal Española.
Además de la marginación de Barcelona, que deberá esperar al menos un año para recuperar para su arzobispo Sistach el capelo cardenalicio que ostentaron siempre los predecesores, el Papa subraya aún más la rareza de la cúpula eclesiástica española. El actual presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) es el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez; su vicepresidente será un cardenal desde el próximo día 24, el hoy arzobispo Cañizares. Nunca había sucedido semejante cosa. Los anteriores presidentes de la CEE o fueron cardenales (Bueno, Monreal, Tarancón, Rouco, Suquía), o fueron arzobispos: Yanes, Morcillo, Díaz Merchán. Nunca hubo vicepresidentes que superaran en rango a su superior orgánico, a lo sumo existió paridad, como en los tres años en que coincidieron Rouco (presidente y cardenal de Madrid) y Ricard Maria Carles (vicepresidente, cardenal de Barcelona). Si el moderado obispo Blázquez tenía hasta ahora dificultades para hacerse con las riendas de la Conferencia Episcopal, dominada todavía por Rouco, la ascensión de Cañizares a la máxima confianza papal le resultará más comprometedora, por mucho que ambos comparecieran ayer juntos y contentos y dijeran que habían celebrado el nombramiento con "un vino".
Bajito, risueño y dicharachero cuando está en confianza -huye de la prensa como un clandestino de los faroles-, el nuevo cardenal cursó los estudios eclesiásticos en el seminario de Valencia y en la Universidad Pontificia de Salamanca, en la que obtuvo el doctorado en Teología, con especialidad en catequesis. Ha sido obispo de Ávila (1992) y arzobispo de Granada (1997). En octubre de 2002 fue nombrado primado de Toledo.
En la Conferencia Episcopal, fue presidente de la Subcomisión de Universidades (1996-1999) y de la Comisión de Enseñanza y Catequesis, desde la que aguijoneó a los socialistas por la enseñanza de la religión en las escuelas. No ha sido su única mortificación al Gobierno de Rodríguez Zapatero. El agrio discurso de Juan Pablo II sobre España, incluso contra los planes hidrológicos del Ejecutivo del PSOE, en enero de 2005, fue obra de Cañizares, que abriga otro empeño: la redacción de un documento sobre "la unidad de España", una cuestión moral, según él. El colectivo Esglesia Plural, de cristianos de base, y también el PSOE sostuvieron ayer que su designación como cardenal es un "signo inequívoco del Vaticano" para que la Conferencia Episcopal mantenga una "línea de enfrentamiento duro" con el Gobierno.
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