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Columna
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La patria y el capital

Josep Ramoneda

Se dice que el dinero no sabe de sentimientos y que la única lealtad que conoce es la cuenta de resultados. Pero todo lo acontecido en torno a la famosa OPA de Gas Natural sobre Endesa indica que sí, que el capital tiene patria. O por lo menos así lo entiende el poder político. El Gobierno de Zapatero adoptó la OPA como causa propia, porque era la oportunidad de crear un gran grupo energético español con peso en el mundo. El tripartito catalán presentó la OPA como un elemento más en la estrategia, tantas veces glosada por Pasqual Maragall, de conseguir que Cataluña mande mucho en Madrid. Y los dirigentes del PP, que desde el primer momento rechazó la OPA con una combatividad altamente sospechosa, se encargaron de hacer saber que preferían que Endesa fuera controlada por capital extranjero antes que por capital catalán. Tres maneras de entender que el dinero sí tiene patria, que se corresponden con tres ideas sensiblemente distintas de lo que es la patria: la nacional, la periférica y la separadora. Ahora, ante el curso que han tomado los acontecimientos, con la intromisión alemana en el proceso, cada cual tendrá que dar explicaciones. Los protagonistas políticos no quedan en este caso en mejor posición que los protagonistas empresariales. Y según termine esta historia tendrá inevitablemente consecuencias políticas.

Por más que vayamos hacia una sociedad líquida (Bauman) en que el capital se siente perfectamente desvinculado del territorio que pisa, hay cierta relación entre el poder económico y el lugar en el que residencia la toma de decisiones. La situación de un país en el ranking de los Estados tiene mucho que ver con la capacidad que sus empresas tienen de incidir y decidir sobre la economía global. España tiene un papel muy reducido en este concierto. No son más de tres o cuatro las empresas capaces de desarrollar una verdadera política industrial de carácter internacional. Endesa era una de ellas. Si pasara a manos extranjeras, España tendría una pérdida significativa de poder económico. El tamaño de las empresas españolas las hace vulnerables a los grandes tiburones de la economía global. La OPA de Gas Natural sobre Endesa se presentaba como una operación dentro de la lógica de crear una empresa de unas dimensiones más respetables. Es lógico que Zapatero diga que es "una posición de Estado" que Endesa quede en manos españolas. Lo que no es tan lógico es que su Gobierno no haya sido capaz de encauzar un proceso cuya dilatación en el tiempo era una verdadera invitación a la intervención extranjera, debidamente estimulada por los directivos de la empresa y por el PP.

Desde el primer momento ha sido sorprendente la cantidad de energía gastada por el PP -con intervenciones de sus principales dirigentes, presentes y pasados, ante las instituciones europeas- para evitar esta OPA. Algún día se sabrán las razones ocultas. Pero el indisimulado deseo de que Endesa caiga en manos alemanas antes que catalanas (coherente con la actitud del Gobierno de Aznar de impedir la OPA anterior sobre Iberdrola) obliga a preguntar: ¿quién crea más dificultades a la cohesión política de España, el separador que niega a un proyecto empresarial catalán lo que reconoce a un proyecto alemán, o el separatista que defiende por procedimientos democráticos sus posiciones ideológicas?

Desde Alemania, la OPA de E.ON es vista como una pieza más en el intento de recuperar la autoestima nacional emprendida por el Gobierno de la señora Merkel. En España, produce sonrojo: la torpeza con que el Gobierno ha gestionado esta historia invita a sospechar que Zapatero y los suyos tienen un concepto idealizado del país, muy lejano de su poder real. El tripartito ve cómo el cántaro de su cuento de la lechera sobre el poder de Cataluña se rompe, mientras sigue entretenido en sus peleas sobre el ser y el no ser de la patria. Y el PP, convertido en una verdadera fábrica de separatistas, sigue demostrando que su idea de patria comienza y acaba donde termina su poder. Los que ironizaban sobre la decadencia de Alemania, ¿qué dirán ahora que una empresa alemana cualquiera provoca el gran revuelo al irrumpir entre dos de las grandes empresas españolas? Un poco de realismo, por favor.

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