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Columna
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Esclavos

Rosa Montero

Hace nada fue la locura de las Navidades. Luego, el desparrame de las rebajas. Y ahora vienen los avances de temporada. Además, en estas tiendas de las que voy a hablar suelen recibir género nuevo todas las semanas. Y hay que desempaquetarlo, etiquetarlo, colocarlo. El trabajo no se acaba nunca. Me refiero a las cadenas de tiendas de ropa joven. O, al menos, a un par de ellas. Son marcas conocidísimas con precios asequibles, divertidos locales en los que siempre he gastado demasiado dinero y en los que ahora, de repente, me repugna comprar.

Me escribe una lectora y me cuenta, con datos concretos, una pequeña historia de terror. Una chica con diploma universitario e inglés entra a trabajar como encargada en una tienda madrileña de una de estas cadenas, digamos XY. Tiene un sueldo de 1.000 euros al mes y hace jornadas de 15 y 16 horas diarias, con semanas enteras sin librar porque el local abre los domingos. Ha firmado un contrato por 40 horas semanales, pero hace 80 o 90, desde luego no retribuidas. Entonces nuestra amiga recibe una oferta de trabajo de otra cadena de ropa juvenil, digamos XP. Ella les explica que no quiere más dinero, pero sí que le respeten el horario. Por supuesto, le dicen. La joven se despide de XY y empieza en la otra tienda. El primer día sale a las 12.30 de la noche. Y al día siguiente, a las 3.30 de la madrugada. Tras varias jornadas semejantes, llama desesperada a Dirección. Sí, le dicen; has firmado 40 horas, pero no se van a cumplir. A este despampanante descaro, a este despotismo colosal hemos llegado en la democracia, tras doscientos años de luchas sindicales. Inmenso logro el nuestro.

Naturalmente, estos nuevos negreros saben de quién abusan. Acuérdate de ellas, de esas dependientas amables y eficientes, chicas muy jóvenes, normalmente con baja formación, necesitadas de trabajo e ignorantes de sus propios derechos. Lo que más me asquea es esa imagen de modernidad y de falsa alegría que intentan dar estas tiendas, cuando en realidad son centros de esclavitud. ¿O a lo peor es que la modernidad es justamente eso? Por cierto: ni siquiera ha sido la chica quien me ha escrito, sino su madre. Ella estaba demasiado ocupada trabajando.

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