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Reportaje:

Los mineros del metro

Unos 400 obreros horadan a mano 3,8 kilómetros de túneles de la ampliación del suburbano

Soledad Alcaide

Como en la mina. A golpe de pistolete -un martillo mecánico que pesa unos 20 kilos-, los obreros van arrancando trozos de roca a las entrañas del túnel. Abren una galería. Con todas sus fuerzas, los hombres descargan la herramienta contra la piedra y van ampliando por los laterales el espacio en el que antes apenas cabían dos de ellos. Al mismo tiempo, van colocando puntales de madera contra las paredes para sujetar el espacio que le han ganado a la tierra.

Como en la mina, pero bajo las calles de Madrid. Así se trabaja en algunos tramos de la ampliación del metro. Es el denominado método belga. Las enormes tuneladoras que han horadado la mayor parte de los nuevos túneles del metro no entrarán en la prolongación de la línea 1 entre plaza de Castilla y Chamartín, ni en la línea 2 hasta el barrio de La Elipa. Tampoco en algunos tramos del metro a Villaverde.

Sólo suena el motor del pistolete. Todos están atentos al crujido del álamo negro
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Túneles hechos a mano

A golpe de pistolete y con el ritmo de la pala. Día y noche, en tres turnos, 423 operarios van agujereando sin descanso cuatro túneles que en total sumarán 3,8 kilómetros. La distancia de cada uno es tan corta que, apenas arrancadas, las tuneladoras llegarían al final de su trabajo. Aunque la razón de que en estos tramos se trabaje artesanalmente es que los edificios de viviendas pasan demasiado cerca de los subterráneos y, sobre todo, porque el pozo de ataque de las tuneladoras no cabe en estas obras.

Avanzando a un ritmo de 2,5 metros diarios, poco a poco, la galería se va abriendo. Van entrando en ella más hombres, hasta alcanzar entre seis y ocho trabajando codo a codo. No caben más. Ahora atacan el suelo, hasta abrir el espacio en un abanico de varios metros de diámetro. Sólo entonces colocan el encofrado: primero arrastran una enorme estructura de madera en forma de anillo hasta el espacio que acaban de abrir y, después, inyectan en su interior el hormigón que va fijando las paredes.

Abierta una galería, hay que seguir con la siguiente. No hay descanso. Durante ocho horas, los hombres pican y apuntalan, acercan tablones y "palean" los pedazos que antes eran una pared compacta y ahora son deshechos. Detrás de ellos, los montones de tierra suben y bajan, mientras las máquinas se acercan para retirarlos.

Bajo el túnel no se sabe si es de día o de noche y el trabajo prosigue a su ritmo. Sólo suena el motor del pistolete y la tierra al caer. Pero todos andan atentos a un sonido más sutil: el crujido del álamo negro. Con este tipo de madera se fabrican todos los puntales. Es un seguro de vida.

"En cuanto comienza a apretar el terreno, el álamo cruje", explica el director de obra, Álvaro Abel. Cuando esto ocurre, los obreros saben que tienen que dejar lo que estén haciendo y alejarse del tajo. Por eso también están obligados a trabajar sin tapones ni protecciones en los oídos. Un crujido es señal de peligro, pero también puede ser un tablón mal puesto. Y entonces lo que tienen que hacer es repetir la tarea.

Éste es un trabajo duro. Muy duro. Aquí no hay mujeres y la media de edad de los trabajadores ronda los 35 años. Todavía los inmigrantes son minoría, pero junto a los 214 españoles que excavan con el método belga, hay ya muchas nacionalidades: 95 dominicanos, 20 ecuatorianos, 15 marroquíes... Y entre ellos destacan 56 portugueses. "Se trata de una tradición. Siempre han estado muy bien considerados en el sector y se han especializado de generación en generación", dice una portavoz de la Consejería de Transportes e Infraestructuras.

Muchos de los encargados y capataces que trabajan con este sistema tienen también amplia experiencia en las ampliaciones del metro. Como Teodoro Expósito, oficial picador de 53 años, que comenzó hace cuatro de ayudante. "Cuesta adaptarse a este trabajo", asegura Expósito, que hasta entonces había sido comerciante. "El comercio no era boyante entonces, porque cada vez había más grandes centros comerciales", explica. "Pero éste es un trabajo que me da de comer".

Eso sí, Expósito reconoce que no lo haría todo el mundo. "Mis hijos no quieren esto. Tienen una carrera y lo normal es que la ejerzan. ¡Aunque tampoco se les iban a caer los anillos!", explica. Tampoco se resiste a subrayar el mérito de su hacer: "Picar, pica todo el mundo. Pero aquí hay que saber coger el terreno", apunta.

Por eso, mientras la cuadrilla va avanzando por el túnel, también hay tiempo para la didáctica. Los obreros de más categoría están encargados de transmitir a los más jóvenes su sabiduría. "No sólo se trata de picar. Hay que saber los trucos. Si abres un poco, tienes que rellenar con las tablas, para que el terreno no se te venga encima. Y eso sólo aprendes de verlo", agrega.

Como premio, a veces a los ayudantes les permiten dejar de "palear" y tomar el pistolete. "De vez en cuando nos quitan el martillo. Que estar ocho horas seguidas picando se hace muy pesado", explica Expósito. A su lado, Carlos Delcán y Miguel Ángel Sánchez, los dos ayudantes de 18 años, asienten.

"En el fondo es un trabajo llevadero. Vengo de la construcción y esto es sólo un poquillo más duro", afirma Delcán. Ninguno de los jóvenes tiene experiencia en túneles, pero su maestro les explica que ya, para siempre, ese subterráneo será como si fuera suyo. "Yo estuve en el túnel de María de Molina. De vez en cuando paso con el coche y le digo a la gente: 'Ese túnel lo he hecho yo", cuenta. Y en su cara se refleja la satisfacción que justifica sus manos encallecidas.

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Sobre la firma

Soledad Alcaide
Defensora del Lector. Antes fue jefa de sección de Reportajes y Madrid (2021-2022), de Redes Sociales y Newsletters (2018-2021) y subdirectora de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS (2014-2018). Es licenciada en Derecho por la UAM y tiene un máster de Periodismo UAM-EL PAÍS y otro de Transformación Digital de ISDI Digital Talent. 

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