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APUNTES

Benimaclet, barrio de estudiantes

Seis universitarios nos cuentan el "modus vivendi" de los pisos compartidos

"Se penalizará a aquel que no haga debidamente su trabajo, como por ejemplo: no cumplir las actividades asignadas en el horario establecido, cagar y no pasar la escobilla, recoger la mesa y no tirar los restos a la basura", reza la hoja de obligaciones del piso que Óscar Robledo, de 23años, José Vicente Ramos, 25, y Alexandro Faggiani, 22, tres estudiantes valencianos, comparten desde principios de septiembre en el barrio de Benimaclet. Cualquiera que no respete las normas impuestas deberá depositar un euro en el "bote de las penalizaciones", o dicho de otra forma, en una funda cilíndrica de cartón donde puede leerse "Knockando pure single malt scotch whisky". Con el dinero, asegura Óscar, se pegaran "una buena farra".

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La vida en esta casa de estudiantes, todos cursan Arquitectura Técnica en la Universidad Politécnica de Valencia y mantenían una buena amistad antes de convertirse en compañeros de piso, tiene aroma familiar. Cada lunes van juntos al Mercadona y hacen las compras de la semana. Se reúnen diariamente para comer y cenar. Solían ver los Simpson por la tarde y siguen la serie Aquí no hay quien viva los miércoles por la noche. Y para colmo, parecen tener clonadas sus papilas gustativas: a todos les encanta el zumo de naranja y los yogures de Mercadona.

"Una madre es una madre", afirma Óscar, quien reconoce que aún no ha utilizado la lavadora porque su progenitora sigue encargándose de hacerle la colada. "Los fines de semana siempre vuelvo a casa. Me llevo conmigo la ropa sucia y regreso con todo limpito y con un montón de tuppers repletos de comida. La especialidad de mi madre son las albóndigas y el ajo arriero", explica orgulloso este joven de 23 años. Sus compañeros también suelen volver los domingos con una maleta que rebosa arte culinario. Las madres de Óscar y Alexandro prefieren las tortillas, la ensalada rusa, las croquetas y el pollo al ast.

"Decidimos venir a vivir a la ciudad porque estudiábamos en Valencia y perdíamos muchísimo tiempo entre idas y vueltas. Óscar y yo somos de Buñol, a 40 kilómetros de Valencia, y Alexandro es de Peñíscola, Castellón", argumenta José. A su modo de ver, Benimaclet ofrece comodidad, pues está a pocos minutos de la universidad y de los bares y las discotecas por donde suelen salir, precios económicos, el alquiler sólo asciende a 450 euros, y tranquilidad en un ambiente universitario.

En el mismo barrio, en la misma calle y sólo a 60 metros de su portería se encuentra el número 21. Allí viven Nayem Labatt, mauritano de 34 años, Elkin Escobar, colombiano de 26, J. S, castellonense de 28 que prefiere ocultar su identidad, y Marc, de Alemania. "La verdad es que no me acuerdo del apellido de Marc, ya se lo preguntaré cuando vuelva de Italia", confiesa Elkin. Acordarse de un apellido es toda una epopeya teniendo en cuenta que en apenas un año han pasado 12 personas por el piso, el último J.S. Sin embargo, hace tiempo que este joven reside en Benimaclet. "Creo que el ambiente estudiantil activa a la gente mayor del barrio. Ver a los universitarios rondando de aquí para allí rejuvenece la zona y pienso que este es el punto, la peculiaridad, la esencia de Benimaclet", asegura.

Los tres coinciden en señalar que lo mejor es convivir con desconocidos y con gente de diferentes nacionalidades, pues así no se forman guetos. La tranquilidad, el respeto y la higiene son para ellos los puntos básicos del manual para una convivencia armoniosa. Para evitar fricciones, han elaborado un plan de tareas domésticas, cada semana uno de ellos se libra de estas obligaciones.

Compras individuales y, en la nevera, una estantería para cada uno. En estos pisos, los veteranos suelen tener las habitaciones más amplias y confortables. "Por eso a mi me ha tocado la más pequeña", se lamenta J.S.

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