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Crítica:TEATRO | 'Cien minutos'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Alegoría pálida

Javier Vallejo

Vito Taufer, Tomaz Pandur y Matjac Pograjc, los directores eslovenos de mayor proyección internacional, han traído en los cuatro últimos años a Madrid alguna muestra de su trabajo. Pandur (Maribor, 1963) saltó a la fama hace década y media con Sheherezade, espectáculo en el que recreaba el universo de Las mil y una noches a partir de la estética de la danza kathakali y del kabuki. Sheherezade representó a Yugoslavia en festivales de todo el mundo, cuando estaba a punto de desintegrarse. Un año después, Eslovenia y Croacia declararon su independencia, y estalló la guerra.

Eslovenia, la más industrializada de las repúblicas ex yugoslavas, salió bien parada de la secesión: en Croacia hubo una guerra larga, y la de Bosnia se resolvió tarde y mal. Las heridas siguen abiertas. Cien minutos, el espectáculo que la compañía de Tomaz Pandur representa en Madrid, es una alegoría de aquella desintegración. El director ha bautizado a sus protagonistas con los nombres de los hermanos Karamazov, pero las diferencias que mantienen en escena simbolizan las de aquellas naciones, otrora hermanas.

Cien minutos

De Tomaz Pandur. Intérpretes: Goran Susljik, Siegan Kapicic, Livio Badurina, Felix Stroebel, Sonja Vukicevic, Vesna Miles, Nina Violic y Hristina Popovic. Vídeo: Mileusnic y Serdarevic. Música: Richard Horowitz. Vestuario: Jelena Prokovic. Escenografía: Marko Japelj. Dramaturgia: Livia Pandur. Dirección: Tomaz Pandur. Madrid. Centro Cultural de la Villa. Hasta el 19 de febrero.

Como ocurre con tantos espectáculos destinados a la exportación, en éste prima lo visual. Su texto, puro relato, es repetitivo: está dicho al micrófono, en varias lenguas (el Centro Cultural de la Villa ofrece sobretítulos en castellano). Pandur y sus colaboradores cultivan una estética muy elaborada. Los figurines de su Hamlet pasaban la época isabelina por el tamiz de los filmes de ciencia-ficción rusos de los años veinte. Los intérpretes de su trilogía sobre La divina comedia iban rapados y maquillados a la manera de Nosferatu: este montaje río del Teatro Nacional de Maribor fue el apogeo de Pandur; el Thalia Theater de Hamburgo le invitó en 2001 a reproducirlo con actores alemanes, y el Centro Dramático Nacional, el verano pasado, a poner en escena Infierno, la primera parte, con elenco español. Abarrotó de jóvenes el teatro María Guerrero, en temporada baja.

Los personajes de Cien minutos combinan maquillajes a lo Alice Cooper con un vestuario como el que lleva Charlotte Rampling en el cartel de la película Portero de noche: caras blancas, pechos al aire, cuero, botas militares. Las luces de algunas escenas son muy de discoteca, y sobre los buenos actores y la escenografía se proyectan casi todo el tiempo unos dibujos que estorban la visión del gesto. Insisto en la estética porque es la sustancia misma de este espectáculo. La tragedia de los Balcanes fue hórrida, y lo que se ve en escena es una metáfora pálida y poco elaborada, o demasiado críptica.

Escena de <i>Cien minutos,</i> de Tomaz Pandur.
Escena de Cien minutos, de Tomaz Pandur.
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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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