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Columna
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Extravagancias

Las reputaciones suelen basarse en malentendidos que a su vez se basan en tergiversaciones. Gracias a uno de esos malentendidos, los artistas padecen una reputación de seres extravagantes y pirados, de gente aislada del fluir común, de tipos que flotan en los limbos estéticos de los caprichos abstractos (o por ahí), con los pies a tres metros del suelo y de la realidad, como si fuesen peritos en levitación.

No sé. Puesto uno a buscar seres extravagantes y pirados, los encuentra a manojos en cualquier ámbito de la vida. Pirada y extravagante puede ser una concejala que reclama un puesto de trabajo para ella y para varios familiares suyos a cambio de apoyar una moción de censura. Extravagante y pirado puede ser un cónclave de individuos que estudian el modo de lanzar una OPA hostil para ser más poderosos de lo que ya son, porque el poder tiene ese defecto: que nunca es suficiente, de igual modo que el dinero puede ser una materia infinita para el codicioso. Extravagante y pirado perdido puede ser un párroco que se mete a teólogo dominguero para desentrañar el alma femenina con postulados propios del Concilio de Trento. Pirados y extravagantes pueden ser unos guardias civiles que deciden ganarse un sobresueldo por hacer la vista gorda, aunque la comunidad les pague un sueldo para hacer la vista fina. Extravagantes y pirados pueden ser unos guardias municipales que tienen encomendada la tarea de mantener un orden convencional en las calles y provocan una muerte en plena calle, lo que es siempre un desorden. Extravagantes y pirados pueden ser esos políticos que quieren dar a entender que la unidad de un país puede resolverse mediante una recogida de firmas. Piradas y extravagantes pueden ser esas corporaciones municipales que miden el progreso en patrón ladrillo. Pirados y extravagantes pueden ser esos devotos adustos que se enfadan por un chiste. Muy pirados y muy extravagantes pueden ser los guionistas de algunos programas televisivos, empeñados como andan en convertir a media humanidad en bufón de la otra media. Extravagantes y pirados pueden ser los directivos de las empresas tabaqueras, que no sólo se dedican a envenenar a sus clientes, sino que además parecen interesados en someterlos a torturas psicológicas mediante una continua oscilación del precio del veneno.

¿Pirados y extravagantes los artistas? No creo, la verdad. Cuando anda uno saturado de insensateces públicas, de escándalos públicos, de aquelarres públicos y de rarezas públicas en general, recurre uno a un libro, a un disco, a una película o a una exposición de pintura para restablecer la realidad en su conciencia, para comprobar que hay gente razonable que inventa cosas, incluida en esas cosas la esencia melancólica y prodigiosa de la vida, su deriva peligrosa y fascinante. Gente que sabe hablar desde la duda, desde las conclusiones frágiles, desde la sabiduría que ha aprendido a temblar. Gente, en fin, que equilibra la extravagancia de tantos y tantos pirados que se creen dueños y señores de la realidad y que, por creerse dueños y señores de ella, nos la intentan vender a precios abusivos, como si en vez de realidad vendieran arte. Los muy pirados, ya digo.

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