Lecciones de un maestro
Meses atrás, en su artículo Lecciones iraníes, Michael Ignatieff relataba cómo en su visita a aquel país, en el transcurso de una conferencia, le plantearon el siguiente interrogante: ¿por qué los derechos humanos son universales?
"Porque las leyes de derechos humanos codifican nuestro consenso sobre la necesidad de detener injusticias evidentes", contestó el profesor de Harvard, asumiendo la imperfección inherente a la realidad. Su interlocutor, un profesor iraní, adujo que la noción de injusticia es subjetiva, y retó a Ignatieff a cimentar su argumento sobre bases más sólidas.
Recordaba esa disputa en estas fechas en que se cumple el décimo aniversario del asesinato de Tomás y Valiente, y como modesto homenaje me gustaría recordar sus palabras ante este mismo interrogante, su justificación de dichos derechos, de unos derechos que tienen que ser universales para ser humanos. Y es que, según sus palabras, "el respeto de los derechos humanos constituye el mínimo ético que, asumido democráticamente, permite la construcción de fórmulas de convivencia pacífica (derechos humanos, democracia, convivencia, paz)".
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