Dos veces
Me acuerdo de que una vez leí que el príncipe Felipe, al volver del colegio, le preguntó a su madre, la reina Sofía, si era verdad que en España se torturaba. Se lo había oído a un compañero de clase. Fue en los años setenta. No sé si algún niño de ahora, oyendo la radio en el autobús escolar, o en su casa, o viendo la televisión, podría preguntarle a su madre si es verdad que aquí, en Andalucía, en la costa, en Roquetas, o en Marbella, la policía puede tratar a un individuo de tal modo que, en el curso de la experiencia, el individuo se muera.
La Reina le dijo a su hijo que la tortura era una cosa del pasado, aunque, digo yo, en aquel pasado inmediato poquísimos jueces, fiscales y forenses habían visto algo reprobable en el comportamiento de la policía, como tampoco la policía tenía ninguna queja de sí misma. Las muertes en Roquetas y Marbella, de finales de julio y principios de febrero, también pertenecen ya al pasado. Pero, a diferencia del pasado más pasado, ahora nueve guardias civiles de Roquetas están procesados por tratos degradantes y lesiones, después de que la propia Guardia Civil ayudara a aclarar lo sucedido en su cuartel. Y, por orden del juez que levantó en Marbella el cadáver del belga Lieven De Wilde, la Policía Nacional detuvo a los cuatro policías locales que derribaron a De Wilde en la calle inmediatamente antes de su muerte.
Hay en Marbella cuatro policías acusados de homicidio imprudente. Su sindicato apela, con toda razón, a la presunción de inocencia y, más aún, está convencido de la absoluta inocencia de sus compañeros. La alcaldía de Marbella dice que su Policía "hizo lo que tenía que hacer", pero no ha demandado por calumnias a los testigos que sostienen haber visto a los policías pegarle a De Wilde contra un coche y un poste, y, una vez derribado y esposado, boca abajo, ponerle la rodilla en el cuello, contra el suelo. Los policías dicen que intentaban que el caído no se hiciera daño a sí mismo ni le hiciera daño a nadie.
Lieven De Wilde no había hecho nada malo, salvo ir en pijama, con el torso desnudo, por la calle, después de bañarse en febrero. La Policía Local dijo que insultaba a la gente, pero quienes pasaban en aquel momento sólo recuerdan que el hombre gruñía de frío y que la gente se quejó de la conducta de los policías. Parece que De Wilde fue una persona peculiar, profesor de idiomas silencioso. Su jardinero dice que lo quería como a un hijo. Para la policía era "muy agresivo", pero un albañil que trabajaba en la zona sólo vio en De Wilde una imperturbable actitud de perplejidad. No sé si los testigos que hablaron con los periodistas tienen algún motivo para contradecir o calumniar a los policías.
En poco más de seis meses ha habido dos casos fatales, dos muertos en tratos con policías. Una muerte fue grabada por las cámaras del cuartel de la Guardia Civil en julio, y otra ocurrió hace cinco días, en la calle, en público, a las dos y media de la tarde. Es como si estos tratos policía-ciudadanos fueran lo normal, siempre que nadie acabe muerto. No hay que taparse para poner una multa.
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