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Columna
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Benidorm

Miquel Alberola

Las familias más soberanas de Benidorm acaban de cerrar uno de sus tradicionales pulsos para dirimir cuál de ellas se lleva el gato al agua. El control del poder local siempre ha seguido ese formalismo pese a que estas familias se cubrían bajo un mismo paraguas ideológico, aunque eso tampoco era garantía de nada. Baste recordar que en el año cincuenta ante un escenario de imposible consenso ni desempate hubo de intervenir el gobernador civil de Alicante, Jesús Aramburu, y desbloquear la situación con una tercera vía que dio la alcaldía a un joven Pedro Zaragoza que revolucionaría Benidorm. También los años previos a la refundación del PP están plagados de implacables episodios entre la Alianza Popular de Miguel Barceló y el Partido Demócrata Popular, o después el Centro Democrático y Social, de Vicente Pérez Devesa. Y en esa secuencia está clavado el ridículo de Barceló al filtrar a instancias de su yerno, Eduardo Zaplana, una carta-trampa que le remitió Pérez Devesa en la que le confiaba que se había comprado unos terrenos próximos a la zona industrial (el cementerio) con los que pensaba "forrarse para la eternidad". Luego esas corrientes las engulló el sumidero del PP y Zaplana forjó un pacto basado en el reparto. Pero ahora esos mismos grupos han vuelto a chocar, puesto que las complicaciones de salud retiran del horizonte a Pérez Devesa. La candidata de su cuerda, Gema Amor, ha resultado elegida por un margen de votos que no siendo escaso tampoco es tan formidable como para haber aplastado a su contrincante, Ángela Barceló, cuñada del mismo Eduardo Zaplana que auspicia tácitamente a Amor. Porque ahí se inscribe el jeroglífico psiquiátrico de esta confrontación que ha quebrado la armonía entre ambos bandos. Es cierto que Zaplana no se ha decantado por ninguna de las dos en público, pero no lo es menos que por él lo han hecho, con toda la maquinaria provincial a su alcance, los que a él se deben y nada hacen sin él. Ahora Zaplana reabre el conflicto entre dos bandos insolubles y se enfrenta a algo que supera su escarchada circunstancia familiar, y que sin duda tendrá consecuencias en los acontecimientos orgánicos y electorales del que apenas es ya medio feudo suyo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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