Savonarolas
En una pared de la antigua cocina del convento de San Marcos en Florencia hay un retrato del fraile dominico Girolamo Savonarola, que sembró la ciudad de hogueras donde ardieron no sólo las ideas humanistas y los libros de Platón sino también la aspiración a la felicidad tranquila que es el sueño de las sociedades civilizadas donde la gente se reúne a media tarde y bromea o hace planes.
En el cuadro, el monje loco aparece cubierto con una capucha negra que resalta su perfil caballar e imperativo, la frente estrecha y el semblante agrio de todos los vendedores de Apocalipsis. No hubo desgracia que no profetizara, "Arrepentíos que se acerca el diluvio", gritaba por la plaza de la Signoria, mientras las llamas llegaban hasta las mismas puertas del palacio Viejo.
Aunque el lienzo apenas mide 50 centímetros, su efigie emite tal magnetismo negativo que al contemplarlo una se pregunta dónde demonios ha visto antes a ese tipo. Ni Savonarola, ni Nostradamus, ni los Adventistas del Séptimo Día acertaron entonces en sus predicciones de fin del mundo, pero su mismo aire espectral traspasa hoy la actualidad en todos los telediarios. La simple caricatura de un profeta ha resucitado el fantasma de las guerras de religión en un mundo en que cada vez son más difusas las fronteras entre el libre pensamiento y las servidumbres de la fe. Es precisamente en el corazón del fanatismo donde proliferan los predicadores. En nuestro país el furor de Savonarola ha alcanzado a algunos políticos de la derecha que antes pasaban por ser personas sensatas, capaces de encajar los reveses con ironía y disfrutar de una sobremesa con café, copa y puro sin endosarle sus problemas de digestión a nadie. Sin embargo ahora van por ahí removiendo la bilis ciudadana que es la forma más irresponsable de encender hogueras. Hasta tal punto se hallan imbuidos del espíritu de Savonarola que han llegado a confundir El Estatut de Catalunya, que sólo es un proyecto de ley, con el Mal propiamente dicho. No hay desastre que no vislumbren con el ojo tuerto del mal perdedor: España se rompe, la familia en peligro, arde la patria. Arrepentíos.
En cualquier fundamentalismo hay una fascinación por el fuego, ya sea temporal o eterno. Hasta la ciudad de Florencia que en un tiempo rebosaba alegría de vivir, belleza e inteligencia sucumbió bajo el discurso gafe de un dictadorzuelo con sayo, pero como nadie puede soportar por mucho tiempo un sermón tan aciago, la estrella de Savonarola pronto empezó a declinar. Cuando finalmente fue apresado, alegó el carácter sobrenatural de su misión y para demostrarlo, propuso someterse a la prueba del fuego. Pero cuando su propuesta fue aceptada, se lo pensó mejor e intentó que fuera otro monje de su orden el que pasara por las brasas en representación suya. Lo que demuestra que a la hora de la verdad el instinto de supervivencia es más fuerte que las visiones del Apocalipsis. Una lección que deberían recordar algunos antes de predicar el fin del mundo. Porque como sabía perfectamente Groucho Marx: basta un puro mal apagado para reducir a cenizas a cualquier político iluminado.
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