Respeto mutuo sí, sumisión no
Flemming Rose, jefe de Cultura del diario Jyllands-Posten de Copenhague, resumió con claridad la filosofía subyacente en su decisión de publicar las 12 viñetas que han provocado el estallido de odio antioccidental en el mundo islámico: "Una cosa es el respeto a la religión [su periódico se disculpó por la ofensa] y otra muy distinta la sumisión a los tabúes de cualquier religión". Y en eso consiste la libertad de expresión, consagrada por primera vez en el mundo por la Primera Enmienda de la Constitución de EE UU. En no estar sometidos a los tabúes religiosos, políticos o sociales de ningún grupo, con la única limitación que impongan las leyes vigentes, interpretadas por los tribunales de justicia y no por una muchedumbre de fanáticos alimentada de odios, resentimientos y complejos por las arengas incendiarias de clérigos fundamentalistas y, en algunos casos, por regímenes dictatoriales, que ven en los sistemas democráticos occidentales el peor enemigo para su permanencia en el poder.
Por la independencia de su periodismo y por la gallardía de su Gobierno, encabezado por el primer ministro Rasmussen, Dinamarca merece una solidaridad que se le ha escatimado. Como ocurrió durante la ocupación nazi, cuando el rey Christian X paseaba por las calles de Copenhague luciendo la estrella amarilla de David en su pecho, la pequeña Dinamarca ha dado un ejemplo de gallardía al resto de los países de la Unión Europea, a EEUU y al Vaticano, que han esperado a la quema de embajadas para condenar -algunos con un vergonzante sí, pero- el vandalismo de los últimos días. Qué duda cabe que todas las creencias merecen respeto, pero el respeto debe ser mutuo. Y todos los días periódicos del mundo árabe e islámico, muchos de ellos pagados por sus Gobiernos, se dedican a insultar a los cruzados (cristianos) e infieles (judíos) y a sus creencias sin que nadie se rasgue las vestiduras ni se dedique a la quema de representaciones. Es la diferencia entre teocracia y democracia. En una, el centro de su universo es Dios, único titular de derechos. En la otra, lo son el Hombre y sus derechos inalienables. Y ésa ha sido la lucha en Occidente desde la Ilustración y desde las revoluciones americana y francesa. Por lo menos, hasta ahora. Como declaraba André Glücksman al Corriere della Sera, "ceder ante las amenazas equivale a permitir la instauración de un embrión de la Sharia en Europa occidental". No hace falta recordar la fetua contra el escritor Salman Rushdie o el asesinato del director de cine holandés Theo van Gogh, ni las amenazas de muerte contra diputadas y diputados holandeses para deducir que los peligros de sumisión son reales y no imaginarios.
Las pancartas exhibidas durante la manifestación en Londres del sábado son el resultado directo de las soflamas de algunos imanes residentes en Europa, empeñados en destruir por cualquier medio el modo de vida occidental, como lo demuestra la condena el martes por un tribunal británico del clérigo Abu Hamza, considerado culpable de 11 delitos de incitación al asesinato y al odio racial. "¡Europa es el cáncer! ¡El islam es la solución!" eran algunas de las leyendas más suaves. "Masacrar y degollar a los blasfemos" era el tono de la mayoría. Unos imanes que ni se inmutaron hace dos años cuando las televisiones árabes mostraron colgados de un puente los cadáveres mutilados de cuatro contratistas civiles norteamericanos en Faluya. Se ve que para algunos una viñeta considerada insultante desde el punto de vista religioso resulta más hiriente que un cadáver decapitado. En todo caso, respetando el diálogo entre culturas, siempre necesario, la solución al problema que plantea a Occidente el fundamentalismo tiene que originarse desde dentro, y no desde fuera, del islam. Alguien ha escrito antes de la actual crisis que "el Titanic Europa ha chocado con el iceberg fundamentalista". Lo malo es que, a la vista del panorama en Palestina (Hamás), Irán (Ahmadineyad) o Egipto (auge de los Hermanos Musulmanes), por poner unos ejemplos, el iceberg amenaza con crecer empujado por la política del avestruz y las cesiones gratuitas.
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