Luz de Strehler, luz de Mozart
La Scala abrió su actual temporada con una ópera de Mozart, pero no ha dejado pasar mucho tiempo desde entonces y ha vuelto a su fondo de armario mozartiano para sacar una de sus joyas escénicas más preciadas: la producción, que cumple este año su primer cuarto de siglo, de Le nozze di Figaro, con dirección de Giorgio Strehler, escenografía de Frigerio y figurines de Squarciapino. Así que pasen 25 años, así que pase un siglo, así que pase la eternidad entera. El espectáculo es de una sencillez, de una sabiduría y de una belleza teatral a prueba del paso del tiempo. La emoción teatral preside cada movimiento, cada gesto. Los personajes desprenden melancolía y humanidad con una iluminación lateral a contraluz en una gama de colores del blanco hueso al amarillo mostaza. El tercer acto, por ejemplo, es de una modernidad apabullante, simplemente con un piano, unos atriles y unos ventanales. Por allí deambulan los diferentes personajes en busca de sí mismos y de una confidencialidad con el público que, ensimismado, sigue sus pasos. Y el final del segundo acto... Qué hermosura de ritmo teatral para puntualizar los avatares musicales.
Le nozze di Figaro De Mozart
Dirección musical: Gerard Korsten. Dirección de escena: Giorgio Strehler, realizada por Marina Bianchi. Escenografía: Ezio Frigerio. Figurines: Franca Squarciapino. Con Pietro Spagnoli, Miriam Gauci, Diana Damrau, Ildebrando D'Arcangelo, Monica Bacelli y Marcella Orsatti Talamanca, entre otros. Teatro alla Scala. Milán.
Llevó el pulso de la representación Diana Damrau, una Susana irresistible de picardía y vitalidad, que además debutaba el papel. Se mostraron a buen nivel los cantantes que entraban en la piel de los personajes principales: Spagnoli, D'Arcangelo, Bacelli, y también aquéllos, como Matteo Peirone, de jardinero Antonio, u Oriana Kurtheshi, de Barbarina, de cometidos más modestos pero no por ello irrelevantes. Mención aparte merece la condesa, o, mejor dicho, las condesas. Miriam Gauci, la titular, se sintió indispuesta después del intermedio del segundo acto y manifestó que no podía seguir cantando. ¿Qué hacer? Se avisó por megafonía el incidente y nadie se sobresaltó. El ambiente, aun tratándose de un estreno, era relajado y en ese tono se mantuvieron las conversaciones. Nadie pidió la comparecencia del jefe de Gobierno para dar explicaciones, como en otros teatros podría suceder.
A la hora del intermedio se reanudó la representación con condesa nueva: Marcella Orsatti Talamanca. Era la del segundo reparto que, según me dijeron, había estado en la sala de espectadora los dos primeros actos y se había retirado después a descansar. No hubo posibilidad. Salieron a buscarla y ella no desaprovechó la oportunidad de hacer realidad un cuento de hadas. Cantó un Dove sono que puso el teatro en pie. Qué bonito, acompañar el éxito de una debutante. James Vaughan al cémbalo fue una baza importante en el protagonismo del bajo continuo. El austriaco Gerard Korsten dirigió la excelente Orquesta de La Scala con tendencia a la lentitud y al sonido de corte filológico. Pero lo hizo bien y contó con la flexibilidad de la orquesta. En una ópera y con un montaje siempre dirigido en La Scala por Muti, esto era una opción de alto riesgo. Pero el público había ido a pasárselo bien y se dejó de fundamentalismos inútiles.
Babelia
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