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Tribuna
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No necesitamos héroes

Hace unos días, en la web de unos consultores sobre responsabilidad social corporativa, leí un mensaje titulado Hacen falta héroes. Me dejó preocupado. ¿Es que ser una persona o una empresa responsable exige comportamientos heroicos, de esos que los anglosajones definen como "ir más allá del cumplimiento del deber"? Si es así, estamos apañados. Porque héroes, lo que solemos llamar héroes, hay pocos. Y desde luego, no tenemos derecho a pedir a todo el mundo que se comporte heroicamente cada día.

Reconozco que fui apresurado en mi crítica, porque cuando leí el artículo vi que quería decir otra cosa. Lo que el consultor buscaba eran personas destacadas, famosas, sea en el mundo de la empresa o en el del espectáculo, los deportes, la política, la ciencia o el arte. Lo que él quería era poder citar a personajes que todo el mundo conoce, para ponerlos como ejemplo en sus trabajos de responsabilidad social corporativa: no en vano es un consultor, que necesita clientes. Y reconozco que conseguir que alguien te encargue una consulta bien pagada para elaborar un código ético, un programa de relaciones públicas o un curso de formación del personal debe de ser difícil, tal como está el mundo de la consultoría hoy en día. Más aún: al final de su artículo el consultor acababa confesando que lo que quería era patrocinadores, es decir, gente que pusiese dinero para llevar a cabo actividades de promoción, primero de la responsabilidad social, y segundo (y me parece que esto era lo principal para él), de su propia consultoría.

El mundo está lleno de héroes, de esos que nunca recibirán una medalla pero la merecen

De todos modos, me sigue preocupando que pensemos que la responsabilidad social de la empresa es cosa de héroes. La verdad es que pienso que el mundo está lleno de héroes, de esos que nunca recibirán una medalla, pero que la merecen. No hace falta que mencionemos a médicos que se juegan la vida para curar enfermos: en el mundo de la empresa hay muchas organizaciones, y muchos directivos en ellas, que se esfuerzan por cuidar el medio ambiente, tratar bien a sus proveedores, atender delicadamente las necesidades de sus trabajadores, prestar un mejor servicio a sus clientes, cumplir escrupulosamente las leyes (incluso me atrevería a afirmar que también las leyes fiscales)... y que se van cada día a la cama preocupados porque aún no han hecho bastante por los demás.

Lo que propongo es generalizar el concepto de héroe, para incluir a los héroes anónimos de cada día, los que, simplemente, cumplen con su deber cada día, todos los días, en todo lo que hacen, y sin perder la sonrisa -que es una forma de ser heroico, haciendo la vida agradable a los demás-. Entonces, sí: tenemos necesidad de héroes. Y tenemos muchos héroes en el mundo de los negocios. Lo que necesitamos, en definitiva, son personas corrientes responsables.

El problema (¿o la ventaja?) de esta definición rebajada de heroísmo es que los que lo practican nunca se sentirán héroes. Para empezar, cometen errores, como todos los demás, y son muy conscientes de ello. Probablemente los héroes también los cometen: el hombre que salta al río a salvar a un niño que se ahoga no tiene la previsión de dejar en un lugar seco los donuts que llevaba a casa. A los héroes les perdonamos sus errores. Los héroes de andar por casa no se perdonan a sí mismos: piden perdón, si procede, y vuelven a empezar: "la próxima vez que me tire al río", dicen, "procuraré que los donuts no se echen a perder".

Otra razón para no sentirse héroes: siempre quedan muchas cosas por hacer. Quizá están esforzándose por mejorar el clima humano de su empresa, pero no tienen tiempo de impulsar la innovación, la atención al cliente o el cuidado del medio ambiente. Cada día tienen retos nuevos y, claro está, cada día se quedan cortos. Pero eso me parece algo fabuloso. Ser responsable es, por supuesto, no hacer cosas mal de modo clamoroso, pero sobre todo es luchar por la excelencia. Y la decisión de qué es excelente la toma cada uno, cada día. Cada empresa, cada directivo, tendrá su propia definición de excelencia, de responsabilidad, y no podemos afirmar que una es mejor o pero que otra.

Una empresa química o minera se esforzará, por ejemplo, en cuidar el medio ambiente, porque ahí es donde, probablemente, su impacto en la sociedad puede ser mayor y más importante. Un pequeño tendero quizá se centre en la atención al cliente. Un taller de confección probablemente encontrará en el respeto y cuidado de sus trabajadores el núcleo de su responsabilidad social. Y unos grandes almacenes quizá cuiden de que la cadena de suministro de sus productos sea coherente con el comercio justo y con los derechos humanos. Cada uno debe encontrar su nicho de responsabilidad social. Y luchar ahí. Y cuando alcancen la excelencia en ese campo, abrir otro y volver a empezar. Y claro, trabajando de esa manera, no hay manera de sentirse héroes. Pero, probablemente, acabarán siéndolo.

Antonio Argandoña es profesor del IESE.

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