_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hay riesgos, pero no los que se dicen

Si ustedes son lectores habituales de la sección de internacional de los periódicos ya estarán al tanto de que en Latinoamérica la "izquierda" está ganando una elección tras otra. La explicación habitual de este "giro" a la izquierda del continente es que el modelo neo-liberal ha fracasado y que las sociedades que han visto frustradas sus expectativas de desarrollo han optado por confiar en la "alternativa" de izquierdas para solucionar los problemas de crecimiento y equidad del continente.

Puede que nos guste -o no-, pero es una interpretación demasiado simple de la complejidad latinoamericana. En ella, los énfasis están colocados en aspectos que son razonablemente verdaderos, pero que no son toda la historia de lo que está pasando en América Latina. En primer lugar, la idea del "fracaso reciente del modelo de economía de mercado" es cuestionable. En los últimos tres años, la región ha estado creciendo a una tasa que multiplica por cinco el promedio de los últimos 25 años y, como consecuencia de ello, y según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), 13 millones de latinoamericanos han salido de la pobreza y 10 millones de la miseria. Puede ser poco o quizá que llegue tarde, pero esta realidad invalida algo que se da siempre por hecho: que la región no crece y que la pobreza aumenta imparablemente.

Lo que puede estar ocurriendo en la otra orilla del Atlántico no nos es indiferente a los españoles ni moral ni económicamente

Porque esa imprecisión lleva a la bienintencionada idea de que, para crecer, América tiene que, previamente, resolver su desigualdad. Moralmente quizá sea deseable, pero la secuencia normal ha sido primero crecer para que las políticas de distribución de la renta -que sí suele hacer la izquierda- reduzcan la pobreza y la desigualdad. Y ahí esta el ejemplo de éxito de Chile.

En segundo lugar, la idea de una izquierda latinoamericana unida tras un proyecto programático común es sencillamente un mito de un pasado en el que se mezclan ejes inverosímiles, variados movimientos sociales, boinas rojas y camisetas del Che. Pero basta un poco de sosiego para darse cuenta de que nada tienen que ver Lula o Tabaré con Chávez, y poco con Kirchner. Y que el Gobierno de la primera mujer presidente de Chile cuenta con retos, instrumentos e instituciones muy distintos a los que tiene Evo Morales o quien después de abril sea presidente en Perú.

El continente no corre el riesgo de fracturarse en dos bloques que respondan al imaginario colectivo de "izquierdas" y "derechas". Más bien el riesgo es que -independientemente del color del partido del Gobierno- los países a los que les ha ido razonablemente bien en la globalización persistan en su integración en la economía mundial y que, por el contrario, aquellos a los que que les ha ido mal o regular opten por excluirse de la integración. Y eso en la región no es nuevo. Ha pasado reiteradamente en su historia. Y cuando ha ocurrido, la búsqueda de las vías nacionalistas a la prosperidad no han venido acompañadas de más democracia y más libertades, sino, por el contrario, de más populismo y más demagogia. De más caudillismo, más corrupción -si cabe- y más arbitrariedades.

La diferencia para los españoles -empresarios e inversores- es que esta vez lo que puede estar ocurriendo en la otra orilla del Atlántico no nos es indiferente, ni moral ni económicamente. Por eso es tan importante no dejarse llevar por análisis simplistas. Si realmente estamos convencidos de que desarrollo y democracia tienen que ser inseparables, hay que ser implacables con todo y todos aquellos que reiteradamente juegan a los dados con la economía, las libertades políticas y el respeto a los adversarios.

Y si, por el contrario, creemos que en los países "en desarrollo" se puede, tácticamente, limitar ciertas libertades y transigir con la ruptura de algunas reglas a cambio de crecer más, aunque sea con más equidad, pues dígase. Pero sin tapujos. Y sabiendo que, a lo peor, hay alguien que se acuerde de que también aquí, hace muchos años, nos decían que para la democracia y sus instituciones había que esperar a que llegáramos a los 5.000 dólares de renta per cápita.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_