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ANÁLISIS
Columna
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Un error esférico

Que los árboles no nos impidan ver el bosque. El Estatut sigue siendo un buen Estatut. Sería mejor si una propuesta tan sensata y democrática como la de rebajar la barrera electoral del 5 al 3% hubiera sido aceptada. Y mejor aún si se hubiera sustituido la expresión "idioma valenciano" por la de "valenciano" sin más. Pero podría haber sido peor. Podría haber sido una carta otorgada desde Madrid, si el PSOE y los grupos minoritarios en el Congreso hubiesen pasado por encima del PP que, guste o no, ostenta la voluntad mayoritaria de los valencianos. Y aún peor hubiera sido quedarse con el Estatut de 1982. Por eso resulta tan difícil de entender el viaje a ninguna parte que emprendió Ignasi Pla cuando condicionó su voto afirmativo a la reforma de la barrera electoral y a la supresión de la expresión "idioma valenciano".

La dirección de los populares albergaba el inconfesable deseo de que el Estatut fracasara
La aprobación de las enmiendas sin el PP hubiera supuesto un conflicto de legitimidades

Seamos realistas, pidamos lo imposible, debió pensar el secretario general del PSPV cuando creyó que el presidente Camps podía actuar al margen de la estrategia global del PP. Y se estrelló, claro. Es lo que sucede cuando alguien se encuentra fuera de tiempo, de ocasión y de oportunidad. Esta es la hora en que nadie ha encontrado una explicación lógica a la iniciativa de Pla, tan quijotesca -por alucinada y solidaria con los partidos minoritarios- como inútil.

Es probable -sólo probable- que Pla, al apostar por introducir estas enmiendas en un texto pactado y cerrado con los populares, buscara cumplir su compromiso con Esquerra Unida y el Bloc, recuperar un protagonismo político perdido en beneficio de Francisco Camps, y agudizar las tensiones internas en el PP. Si tales eran sus objetivos, qué duda cabe que ha alcanzado el segundo para su desgracia política; respecto del primero, mejor hubiera sido no haberlo intentado a la vista del chaparrón de descalificaciones que le han endosado aquellos cuyos intereses pretendía defender; y en cuanto al tercero las versiones son contradictorias. Desde presidencia de la Generalitat, se insinúa que Pla había pactado con Zaplana su iniciativa contra Camps y desde el PSPV que el presidente había garantizado un acuerdo que dejaba malparado a Zaplana.

El error de Pla ha sido esférico. Se mire por donde se mire, es un error. Si creyó que podía haber sacado adelante sus enmiendas con el apoyo de la actual mayoría en el Congreso de los Diputados frente al PP, se equivocaba. Una decisión de semejante calibre habría creado un conflicto de legitimidades con las Cortes Valencianas imposible de aceptar. Y si pensó que la dirección del PSOE iba a apoyarle hasta el final en su aventura, también erró. El acuerdo entre Zapatero y Mas sobre el Estatut de Cataluña descolocó a Pla. La modificación de la ley básica de los valencianos siempre ha ido paralela a la de los catalanes. Por extraño que parezca, no se entiende la una sin la otra. El PSOE siempre ha hecho del Estatut valenciano una referencia para el catalán. Pla lo sabía, pero debió olvidársele. A la dirección federal de su partido, no. Y cuando el PP lanzó su penúltima ofensiva contra el estatuto catalán con la recogida de firmas, el valenciano se convirtió en el mejor argumentario para visualizar las contradicciones de los populares. Por eso, en la negociación contra reloj del miércoles pasado se vivieron situaciones paradójicas.

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El PSOE, con Alfredo Pérez Rubalcaba, quería cerrar la negociación como fuera, mientras que Císcar se afanaba en buscar un acuerdo que le permitiera a Pla salvar la cara. La dirección nacional del PP (Rajoy, Acebes, Zaplana, éste con algunas razones añadidas) se negaba a ceder un milímetro con el inconfesado deseo de que el Estatut descarrilara para no verse atrapados en sus contradicciones. Camps -"no em demanes més, Ignasi"- y Pla, condenados a entenderse para no fracasar ambos, y la mayoría de la ejecutiva del PSPV exigiendo a su líder que aguantara, que era tanto como pedir el fracaso del Estatut.

Más paradojas: EU y el Bloc reclamando que Madrid -el denostado y centralista Madrid- impusiera su voluntad por encima de la de la mayoría de los valencianos que votan PP. Y la última: El fracaso de este Estatut sólo habría servido para mantener el actual que es, de todas todas, peor.

A Pla no hay quien lo entienda. No se pueden dar respuestas confusas a cuestiones que ya son complejas de por si. Los ciudadanos lo saben y se espantan.

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