"Avances", "mejoras"
En su último artículo, critica Savater a aquellos que en privado condenan este o aquel aspecto de la política gubernamental, y sin embargo callan su posición por no favorecer al PP. La verdad es que el problema existe. No está lejos el debate sobre los papeles de Salamanca, y la falta de explicaciones por parte de la ministra de Cultura, tan exuberante en atuendo como áspera en palabras, dejaba entrever que realmente podía estar teniendo lugar un expolio. Alguien que no conociera la lista de documentos devueltos a la Generalitat, cuya pertenencia a la misma resulta evidente, podía sentirse tentado por sumarse a los enemigos de la entrega, pero, ¿quién puede respaldar por unos papeles a alguien como el alcalde de Salamanca? Otro tanto sucede en el caso del nuevo Estatuto catalán. Apetece poco secundar la táctica del muro, incompatible con la vida democrática.
Sin embargo, el proyecto de nou Estatut está ahí y la euforia del acuerdo con CiU no ha de ocultar que si bien se han limado los aspectos formalmente anticonstitucionales -la nación catalana como base de la nueva organización del poder, las competencias "excluyentes", la soberanía financiera-, sigue en pie una definición de la estructura y de las relaciones políticas que nos lleva a la formación de un Estado dual, regido incluso simbólicamente por el principio de la bilateralidad (presidencia alternativa de la Comisión Generalidad-Estado, posición "determinante" en decisiones que conciernan a Cataluña). Hay un espacio de poder reservado para Cataluña, ampliable -en el plano fiscal el Consorcio "podrá transformarse en la Administración Tributaria de Cataluña"-, y un grado de participación en las decisiones del Estado difícilmente compatible con la asignación constitucional de la soberanía a la nación española. Todo ello sin contar las cláusulas que pueden bloquear los mecanismos de redistribución territorial y el panorama que se avecina de relegación institucional del español a lengua secundaria, cuyo uso puede en ese espacio catalán ser sancionado. A la propensión a ceder en una negociación interminable le llama Rubalcaba "avances" y "mejoras". Dudoso.
Tal vez éste sea el mayor riesgo que implica la política de reforma estatutaria asumida por el Gobierno de Zapatero: los arreglos de superficie se hacen ignorando las cuestiones de fondo, tanto las relativas a la Constitución como a los procesos sociales. Con mucha mayor gravedad que el tema del idioma, ahí está la supuesta "pacificación" del País Vasco, que pudiera implicar una excarcelación general en caso de pacto Estado-ETA-Batasuna, con los etarras falsamente arrepentidos imponiendo un dominio basado en la violencia y el odio sin tener que recurrir al terror. Lo muestra el episodio de Azkoitia, donde el Comisionado para las Víctimas, ya que sin facultades legales, pudo muy bien desplazarse para manifestar su apoyo a la viuda-concejal cercada: mala paz será la que permita la consolidación en la sociedad vasca de un totalitarismo capilar, por la pinza de los dos sectores del nacionalismo sabiniano. Pensemos que Azkoitia no es un bastión de Batasuna. A pesar de ello, la terrible realidad mostrada por Tele 5 nos llevaba a Alemania 1932.
Menos mal que al día siguiente del horror azkoitiarra, un bien construido filme de Manuel Gutiérrez Aragón nos devuelve a la idea de felicidad, con una tierna historia de amor localizada en Cuba, donde la pureza de dos jóvenes guapísimos se impone a todas las acechanzas del mal. Lástima que el guionista Senel Paz esté hoy lejos de los acentos críticos de Fresa y chocolate, después de apoyar la detención de disidentes de 2003, y eso se note en la descripción de ese mal, encarnado en la imagen tópica de la Cuba prerrevolucionaria por burdeles de lujo, macarras simpáticos pero desalmados -un Perugorría excelente bailarín, actor desigual- y hombres de poder tripudos, rijosos y corruptos. Hasta la evasión tipo balseros estaba ya entonces prefigurada. En la escena de la barbería, Perugorría clama contra los periódicos y los políticos en período electoral y pide que venga alguien que acabe con la corrupción y las elecciones. Hermoso mensaje, anuncio del futuro, y garantía del triunfo de la pureza, armada por supuesto. Allí sí que ha habido "avances" y "mejoras". Nuestro Gobierno así parece estimarlo.
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