Miradas sobre el paisaje

¿Qué tipo de ficción es el paisaje? ¿Cuándo y dónde nace y cómo entra el ser humano en relación con él? ¿Qué clase de conocimiento, solitario o colectivo, podemos encontrar en la representación pictórica de la naturaleza y de qué forma la lingüística, la historia y la antropología han llegado a construir una idea de paisaje etnocéntrica, culturalmente marcada? La idealización del paraíso perdido no es una práctica humana universal. Javier Maderuelo lo explica con intensidad argumentativa en El paisaje. Génesis de un concepto donde, conocedor de los originales e inmensos que fueron sus logros en la pintura (Piero della Francesca, los Bellini, Leonardo, Durero, Giorgione), la arquitectura y la jardinería (Brunelleschi, Alberti, Palladio) y la literatura (la Biblia, la Odisea, la Divina Comedia, Boccaccio), emprende una orgullosa travesía por la historia, desde la Antigüedad, partiendo de las culturas romana y china, hasta el siglo XVI, con las imágenes de Toledo pintadas por El Greco. Lástima del parón histórico -y aquí puede que el autor prepare un nuevo estudio sobre el valor estético de los nuevos mundos que alimentan el imaginario artístico de la modernidad- pero es en el siglo XVII cuando se consolida el concepto de paisaje, que empieza a formar parte de los vocabularios cultos y cala definitivamente en la pintura, destilando un género autónomo que dará origen a otros subgéneros, como la marina o la vedutta italiana.

Avisa el historiador que el

paisaje no es un ente objetual, más bien se trata de "una relación subjetiva entre el ser humano y el medio en que vive, relación que se establece a través de la mirada". Así, estamos ante una "historia de la mirada", o una historia del esfuerzo de aprendizaje visual y de la evolución en las interpretaciones que hombres y mujeres hemos tenido que experimentar a lo largo de muchos siglos para entender la certidumbre y la improbabilidad del entorno que habitamos, superando los tabúes de la mitología y la religión.

Javier Maderuelo localiza el primer intento de representación de un paisaje en Europa, en los frescos pintados por Giotto en la iglesia de San Francisco, en Asís, y lleva este periodo de formación del concepto del lugar como objeto de placer estético hasta el año 1603 en que Hendrick Goltzius dibuja el que se supone primer paisaje totalmente autónomo: una vista de las dunas de los alrededores de la ciudad holandesa de Haarlem. Las razones para entender el enorme aprecio de los holandeses por este género las sitúa el autor en su floreciente actividad cartográfica y topográfica y en un cierto sentido calvinista del trabajo: "En Holanda, la tierra era algo que la gente tenía que crear con su propio esfuerzo. Cada metro cuadrado era el resultado de una labor difícil y costosa y, por tanto, había que usarlo con la más estricta economía". Fidelidad a la tierra, a la geografía. Cultura a todas luces.