La epopeya del ángel caído
Todo en John Milton (16081674) parece predispuesto a la epopeya: él mismo fue un verdadero titán, un revolucionario que arremetió contra las instituciones de su tiempo sin decaimiento ni moderación. Eximio latinista, defendió la causa puritana contra anglicanos y católicos, y publicó la Aeropagitica (1644), insuperado discurso en favor de la libertad de imprenta. Contrario al despotismo de los Estuardo, durante la guerra civil apoyó la decapitación de Carlos I (1649) y fue "secretario de lenguas" de Cromwell; mientras ejercía esa función perdió definitivamente la vista, hacia 1652. La monarquía volvió al poder, pero Milton no rebajó la proclama de su encendido ideal republicano. Los historiadores suponen que sólo el enorme prestigio de que ya gozaba por entonces lo salvó de que Carlos II, hijo del rey ejecutado, firmara su sentencia de muerte. Pero no lo exoneró de la antipatía de algunos grandes críticos, como T. S. Eliot, quien dijo que Milton había escrito en inglés "como si se tratara de una lengua muerta". Es cierto que en este punto Eliot seguía a dos autoridades magnas: Adisson, quien escribió que "la lengua inglesa ha sucumbido bajo el peso de Milton"; y el doctor Johnson, para quien El Paraíso perdido es una obra prodigiosa, pero compuesta "en ninguna lengua".
PARAÍSO PERDIDO
John Milton
Edición bilingüe de Bel Atreides
Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2005
730 páginas. 25 euros
EL PARAÍSO PERDIDO
John Milton
Edición bilingüe de Enrique López Castellón
Abada. Madrid, 2005
951 páginas. 58 euros
Milton escribió su obra ma-
yor entre 1658 y 1663; la publicó primero en diez libros, en 1667; y luego, en 1674, en doce -para aproximarse mejor a su modelo favorito: la Eneida-. Como la epopeya virgiliana, El Paraíso perdido se abre in media res: con Satán ya caído en desgracia. El poema remonta la aventura diabólica para mostrar la lucha del bien y el mal, en todos los aspectos imaginables. La gran paradoja de la inspiración miltoniana es que Satán no sale mal parado de la contienda: es el auténtico protagonista, el que tiene mayor profundidad psicológica y una elocuencia más sublime. Se ha dicho que si la Comedia de Dante representa la catedral católica y gótica de la poesía europea, el poema de Milton equivale al gran templo barroco del calvinismo. En todo caso no es la menor de las muchas curiosidades de este monumento el hecho de que Milton haya escrito una obra épica de inspiración religiosa para defender la que fue su principal convicción: el poder del libre albedrío, la capacidad moral como el primer atributo humano.
Como Góngora, Milton es
un raro al que sólo el enorme poder de su genio le ha asegurado un lugar central en el canon. Johnson dijo que El Paraíso perdido es una "exhibición completa de la fuerza sumada del estudio y el genio". Ahora nuestras librerías ofrecen dos accesos distintos a ese espectáculo imponente.
Al modo de Horacio en Espa
ña con que Menéndez Pelayo historió la suerte del poeta latino en nuestra lengua -y la historia de nuestra poesía a través de esas versiones- habría que estudiar las traducciones de Milton: es curioso el hecho de que El Paraíso perdido, poema de más de diez mil versos, parece tener más ediciones castellanas que cualquiera de los grandes dramas de Shakespeare: desde la primera traducción parcial de Jovellanos (de 1777), pasando por las dos completas del siglo XIX (de Benito Ramón de Hermida y de Juan de Escoiquiz, ésta en prosa y autocensurada para no ofender "los ritos y usos de la Iglesia católica"), la versión de Dionisio Sanjuán (Aguilar, 1952) y la de Esteban Pujals (Cátedra, 1986; reeditada en 2003 por Espasa), la de Manuel Álvarez de Toledo (Universidad de Cádiz, 1988) y la de Julio Trujillo (Alba, 1997), entre varias otras. Las traducciones en verso suelen preferir el endecasílabo, como lo hace Enrique López Castellón, responsable de una de las dos nuevas versiones que ahora aparecen. Argumenta que el alejandrino hubiera sido otra opción defendible, pero el metro de once sílabas le permite "asegurar una lectura amena, atractiva y, sobre todo, comprensible" -aunque habría que evaluar hasta qué punto esos adjetivos se pueden aplicar sin dolo a la obra original-. Ello le obliga, además, a aumentar en un tercio la cantidad de versos, hasta superar los trece mil. Ante la misma pregunta, Bel Atreides -responsable también de la versión completa del Preludio de Wordsworth (ediciones DVD, 2003)- responde: "El verso usado como apta contraparte del pentámetro yámbico original es el amétrico trocaico, porque ofrece la mayor flexibilidad para adaptarse a las secuencias de Milton". Esto le permite mantenerse fiel al número de versos del original e incluso a la estructura gramatical del complejo periodo miltoniano, rico en subordinaciones encadenadas. Atreides maneja un amplio registro léxico -acaso un tanto permisivo en la invención de neologismos- y una encomiable y sostenida plasticidad; su versión es notablemente fiel sin incurrir en perífrasis, en literalidad ni en dureza de dicción.
Milton encabezó su poema
con una muy célebre diatriba contra la rima. Amparándose en Horacio y Virgilio, decreta que "la rima no es ni un complemento necesario ni un verdadero ornamento del poema o el buen verso (...) sino el invento de una era bárbara para dar realce a una mísera temática". Es una bendición para los traductores, a quienes les ahorra una decisión y un expediente siempre complicado. Harold Bloom escribe que El Paraíso perdido es "un reto casi infinito incluso para sus lectores más asiduos". Qué decir, entonces, de sus traductores. Estas dos flamantes versiones son una renovada invitación a visitar uno de los palacios poéticos más lujosamente barrocos de las literaturas europeas.
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