Perito en alijos
Montero Glez (su fe de vida en www.monteroglez.com) es un escritor singular, que se machaca el cuerpo, abajo, en Tarifa, a base de pesas y otras medidas (su pecholobo, en un reciente ejemplar de Qué Leer), que escribe una literatura en plan gonzo, o gonsó, que dirían sus personajes que hablan en nazarí del Estrecho, a lo Hunter S. Thompson, bien amojamada aquélla por la prosa carpetovetónica de Cela, a quien imita, cuando se siente inspirado; incluso, en este revoltijo de Manteca colorá, que vale para cualquier viaje, ida o venida, para recibir por detrás o a pecho descubierto, tanto da, hay ciertos menudillos esperpénticos del Valle de Los cuernos de don Friolera, inevitable referencia cuando se halla talento en el barullo de guardias civiles, carabineros, adúlteras apechugadas y demás comparsas. Cabría encontrarle, a Montero Glez, influencias cinéfilas (hermanos Farrely, Álex de la Iglesia), pero le priva la vía literaria políticamente incorrecta, provocadora y, en ocasiones, audaz (con metáforas conseguidas, "le metió un tozolón que le vidrió el mirar", ¿bien, no?). Se maneja estupendamente, en su atrevida y delirante prosa, con las onomatopeyas propias de "bocadillos" de tebeo; borda un lenguaje rompedor, cañero y cañí, que bien parece haber mojado pluma en los charcos de El Papus, El Jueves o, desde luego, El Víbora. Monta un buen cristo entre peritos en alijar fardos, hábiles como un tahúr consumado, y señores oficiales de la benemérita con mando en plaza, y sueldos extras. Crea un héroe antihéroe, El Roque, carne de presidio, semidiós de la mala vida, que no respeta, en su soledad, ni lo más sagrado, y va el tipo ése y de improviso se lleva por delante, a lo Vietcong, un helicóptero de vigilancia aduanera, o séase, vigilansiaduanera, de resultas de lo cual, bucanero de fardos del Estrecho, se refugia en el pedrusco Perejil, islote patrio desde lo de Trillo, y desde ahí, como Tarik el moro, se apresta, héroe de cómic y de celuloide, a perpetrar la más sanguinaria de las venganzas. Los personajes de Montero Glez a veces tienen los laureles lingüísticos de Don Friolera, oficial de carabineros que no pudo atar corto a su señora, pero con más frecuencia hunden sus hablas y sus conductas en el barro del sargento Aransibia o como tuviera a bien llamarse aquel miles gloriosus de tebeo y de cine. No digo que no moleste, y sí que, esta cutrez con la que nos salpica el paño; que no hastíe, algo, tanta recurrencia a la onomatopeya y a la traslación fonética del habla nazarí, allá por Barbate y otras costas cristianas, pero en el fondo hay un interesante ejercicio lingüístico, una sabiduría narrativa notable para contarnos una vez más, en definitiva, uno de los grandes temas literarios: la soledad del héroe, la imposibilidad de librarse como de un esparadrapo pelma de su destino y el no poder hacer suya, para siempre, con manteca o sin ella, a su ideal caballeresco. Yo me lo he pasado muy bien con esta novela del Estrecho. Reclamaciones, en ventanilla.
MANTECA COLORÁ
Montero Glez
Del Taller de Mario Muchnik
Madrid, 2005
182 páginas. 12 euros
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