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Columna
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El hilillo

Quisiera empezar la columna contándoles un cuento maravilloso; un enorme pequeño relato de Pedro de Miguel. Nuestro narrador va andando por la calle, de repente se cruza con un hombre mayor al que se le ha quedado un hilo rojo pegado a la ropa. Para retirárselo acerca su mano al hombro del anciano y éste sonríe y se la coge suavemente. Se ponen a hablar. Será "una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas". Luego se separan y el narrador promete al anciano que la próxima vez que le vea le saludará y que incluso podrán tomarse un café juntos, para seguir charlando. Se aleja unos pocos pasos, pero algo le hace volverse y entonces ve cómo el anciano saca el hilo rojo y vuelve a colgárselo del hombro, como "una culebrita". Como un cebo para pescar a otro interlocutor durante un rato.

Un buen relato es aquel en el que vemos cómo una anécdota pequeña, casi insignificante, se pone a crecer y a crecer, a rebasar sus propios límites, a expresar muchísimo más de lo que cuenta. Como aquí, donde esa inocente estrategia del viejo del hilillo nos habla inmensamente no sólo de su soledad sino, y sobre todo, de su resistencia y su confianza en el otro, en los demás; en que, ahí fuera, en una calle cualquiera, hay alguien capaz de acercar muy suavemente la mano a su hombro para quitarle un hilo inoportuno y aliviarle luego la sensación de aislamiento. En un buen relato tampoco hay detalles inútiles. En realidad no hay detalles, todos los elementos son imprescindibles; todos, los grandes y los pequeños, tienen la misma talla. Y a veces son los más sencillos -un humilde hilo rojo-, los menos aparatosos, los que recogen más y mejor el sentido narrativo, los que resumen del modo más rotundo y limpio su verdad.

Esta quiere ser una columna festiva. No hablaré por lo tanto de la otra culebrilla que habita nuestra actualidad y cuya imagen también expresa mucho más de lo que dice y, sobre todo, de lo que calla. Hoy acudo al hilo rojo porque en la vida real, como en la buena ficción, la mejor noticia, o la mejor manera de la noticia, se concentra muchas veces en lo que parece un detalle, un acontecimiento menor. Frente a las tragedias del mundo, a los argumentos acaparadores del debate político-social o a los grandes titulares de la vida privada, el que unas cuantas mujeres se incorporen al desfile que inaugura una fiesta patronal puede parecer poca cosa. Y ni siquiera alcanzar el estatuto de buena noticia por coincidir o coexistir con la constancia de la violencia de género. Y es verdad que el pasar de los días es un sumar de víctimas; y que el anuncio de que la sociedad Gaztelubide había aceptado incorporar aguadoras a su tamborrada, se produjo en el contexto del brutal asesinato de Begoña Behoyo.

La imagen de esas 12 mujeres acompañando por primera vez la izada de bandera en San Sebastián será un detalle comparado con las grandes noticias del mundo, pero es, como el hilo rojo del cuento, un detalle esencial cuya significación rebasa los límites de la anécdota que la contiene y expresa una historia mayor. La historia de la aplicación, por fin, de una lógica democrática básica que, sin embargo, estaba pendiente (como muchas de las que afectan a las mujeres) y cuyas hebras se trenzan ahora en torno a la Ley de Igualdad, a la determinación municipal; y a la exigencia y/o aprobación (y/o aceptación) de la ciudadanía. Un buen relato cuenta siempre dos historias, la evidente (el encuentro con el anciano) y la principal (la resistencia y la confianza que expresa el hilo). Las imágenes mezcladas de la fiesta donostiarra bien hablan por sí mismas. Y también aquí la historia principal tiene que ver con la resistencia y la confianza: la tradición se vuelve Cultura a través de los valores que encarna; y se perpetúa por su capacidad de transformarse, de volcarse al presente. A un presente de valores igualitarios, bien cosidos.

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