_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los rituales del recuerdo

El pasado domingo se cumplía el primer aniversario de la muerte en Durango de Ofelia Hernández, a la que un bárbaro asesinó brutalmente en presencia de sus hijos. Al cumplirse un año del suceso, los medios de comunicación daban noticia de la concentración organizada en su recuerdo e insistían en la persistencia de la violencia machista. La concentración no fue el único acto en memoria de Ofelia. Hubo algún otro. Otra cosa es que éste no fuera muy bien recibido: también a este respecto las crónicas son claras.

El párroco de Durango ofició la misa dominical en recuerdo de Ofelia y, si uno hace caso de los periódicos, el hecho casi se interpretó como una provocación. Un periodista da cuenta del acto con sintaxis que trasluce el malestar: "El párroco se limitó a citar el nombre de la guatemalteca, a modo de aniversario de su muerte". Y consigna también la crítica de una ciudadana de Durango: "Extraña que, siendo el día que es, los curas no hayan informado de la encartelada". Afortunadamente, no todo el pueblo de Durango fue tan insensible al drama de Ofelia Hernández como su monstruoso párroco. Lo dice el periodista: "No obstante, las feministas, políticos o simpatizantes de EAJ-PNV, EA, Aralar, Mugarra Bilgunea, Ezker Batua, PSE y PP sí mostraron su repulsa". Menos mal que existen esas valerosas organizaciones, capaces de dar ejemplo y de poner en su sitio al párroco en cuestión.

El cristianismo ha llegado a tal extremo de desprestigio social que ni siquiera se concede a sus practicantes el beneficio de la duda. Al periodista le escandaliza que el cura "se limite" en la misa a citar a Ofelia, "a modo de aniversario de su muerte". De cierta edad para abajo, casi nadie sabe lo que es la eucaristía, pero a un periodista debería exigírsele que se enterara de algo, por ejemplo, mirando en Internet. Ya que va a denunciar la frialdad del párroco ante un hondo drama humano, conviene fundamentar tal insensibilidad con las insignificancias a las que el cura dedicó el día. Porque, en efecto, lo que hizo el cura fue ofrecer la misa en recuerdo de la mujer asesinada.

Difícilmente un católico podría, desde su particular visión del mundo, realizar un gesto más explícito, más sincero, más valioso que ofrecer la misa en sufragio del alma de Ofelia Hernández. Pero la sociedad no es que ya no adjudique ninguna "eficacia" a la celebración litúrgica: es que ni siquiera reconoce en ella la honrada expresión de un sentimiento. Se podría argumentar que la concentración civil aportaría también un elemento de denuncia, pero ése no era el contexto del día: afortunadamente, el asesino se encuentra en prisión, de modo que el aniversario, en la iglesia o en la calle, era una ocasión para honrar a una mujer desaparecida. Lo asombroso es que la celebración de la misa en nombre de Ofelia no mereciera siquiera ese mínimo valor.

Lo acaecido en Durango es la crónica de un paso más en la ocupación de la realidad por una nueva ética hegemónica, una ética que, como todas las que en el mundo han sido, se encargará de proscribir la precedente hasta su completa eliminación. La misa en recuerdo de Ofelia no era ya ni alternativa ni siquiera complementaria a la concentración civil. La concentración civil era "lo obligatorio" y lo otro algo vago e indescifrable: al parecer, nadie comprendía el gesto de elevar una oración por Ofelia Hernández, en medio del largo y complicado rito católico, rito aún algo solemne, a pesar de las chuscas vulgarizaciones litúrgicas que impuso el Concilio Vaticano II.

La educación laica, que se presenta como remedio a todos nuestros males, acaso pueda solventar un día estas pequeñas lagunas, porque realmente el cura de Durango no estuvo ni cicatero, ni insensible ofreciendo una misa en recuerdo de Ofelia. De hecho, para él eso era más importante que ponerse un cuarto de hora detrás de una pancarta de plástico. Otra cosa es que muchos no comprendieran el gesto, ni se sintieran en el deber de comprenderlo. A lo mejor es necesaria esa "historia de las religiones" por la que suspira algún teólogo. Pero a lo mejor la suerte de tal historia, en nuestro sistema educativo, no vaya a ser mucho mejor que la de la historia a secas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_