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Columna
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Un artista del hambre

En la portada del diario El Mundo del lunes veo la foto de un señor con semblante grave. A primera vista, y teniendo en cuenta el gran tamaño de esa foto -aproximadamente el de un CD- pienso que es algún ministro. Luego, al leer el titular, descubro mi error. Dice así: "Si no escolarizan a mi hija en castellano haré huelga de hambre". Más abajo, y en letras más pequeñas, pone: "Si Cataluña se independiza y la única lengua es el catalán, yo lo respetaré, pero hoy por hoy esto es España". Según parece, el señor de la foto no quiere que su hija reciba las clases en catalán. Por eso profiere esta amenaza, tan preocupante: "Si en marzo de este año no cambia algo, me plantaré ante el Palau de la Generalitat y me declararé en huelga de hambre intermitente. Solo o acompañado, no me importa".

No había oído nunca el concepto de huelga de hambre intermitente, pero me parece muy interesante. Algo intermitente, según el diccionario, es algo que se interrumpe y se reactiva, generalmente en intervalos regulares. Pero ¿en qué intervalos? Como el diccionario no lo especifica, el señor es libre de decidirlos. Naturalmente, no empleará intervalos superiores a un mes, porque en ese caso moriría. Y no creo que el señor esté dispuesto a morir de hambre, porque si no, lo habría anunciado. Además, si muriera, entre otras cosas terribles no podría asistir a esa hipotética independencia de Cataluña de la que habla. Es lo que decía Brassens: "Muramos por las ideas, sí, pero de muerte lenta".

Claro que los intervalos tampoco pueden ser de dos minutos. En este caso, no sería una huelga de hambre, sería una dieta hipocalórica como las que hace Robert de Niro cuando tiene que interpretar a un personaje oscarizable. No es fácil decidir la intermitencia de una huelga, la verdad. Como es natural, no todo el mundo tiene la disposición de ánimo para el ayuno que tenía ese personaje de Kafka, un artista del hambre que se exhibía en ferias y se ofendía cuando alguien le intentaba hacer caer en la tentación deglutidora. De manera que, con toda mi buena voluntad, me he tomado la libertad de diseñarle a este padre la huelga intermitente que se merece.

Empieza el 1 de marzo a las diez de la mañana. Su primer tramo dura cinco horas, hasta las tres de la tarde, momento en que se interrumpe para que el señor pueda ingerir algo sólido y ser visitado por un médico. Tras la visita, yo le propongo alguno de los platos del cocinero Santi Santamaría. Por ejemplo, sus sabrosos langostinos con espuma de lima y vieras, su tentador buey de mar con hinojo o su delicioso ravioli de liebre. Puede regarlo con champán francés, para, de este modo, boicotear el cava catalán, que nunca está de más.

Luego, la huelga se reanudará por espacio de seis horas, hasta las diez de la noche. A esa hora, el huelguista puede tomarse unos huevos fritos con foie y un chucho de crema. Pero, atención, porque aquí viene el tramo más duro del ayuno. El hombre no ingerirá nada de nada por espacio de 10 horas. Ni siquiera un vaso de leche. (Si fuese muy duro, podría tomar agua con azúcar). Así que a las nueve de la mañana del día 2 de marzo, y teniendo en cuenta que lleva tanto tiempo sin comer, tomará un café y una palmera de chocolate. Y, luego, nueva interrupción hasta las doce del mediodía, hora en que -si le apetece- se tomará una cervecita y unas almendras energéticas a modo de picoteo. Espero que esta huelga sólo finalice el día en que este señor pueda ver cumplida su reivindicación. Mientras tanto, en sus horas de soledad en la tienda de campaña, no se aburrirá. Seguro que estará bastante ocupado atendiendo a los medios de comunicación, aceptando ofertas para ser tertuliano o vendiendo los derechos cinematográficos de su historia a Antoni Ribas, hombre que comprendería como nadie lo que es dormir en el duro suelo de la plaza de Sant Jaume por un ideal.

moliner.empar@gmail.com

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