Japón para occidentales
Regreso a la dirección del responsable del oscarizado musical Chicago, Rob Marshall, Memorias de una geisha documenta con precisión dos asuntos: uno, la querencia del director por el cultivo, bien que actualizado, de los viejos (y a lo que parece, incombustibles) géneros clásicos del Hollywood del sistema de estudios (allí, el musical; aquí, el melodrama). Dos, una tendencia, muy del cine americano de ahora mismo, de vender exotismo, prioritariamente oriental: en este sentido, Memorias de una geisha es al melodrama lo que El último samurái al cine de aventuras, vale decir, costosos vehículos en los que, además de vender una historia (en este caso, basada en un best-seller leído por medio mundo), se ofrece una visión del Japón de hace unas décadas hecha no con el sutil pincel del matiz, sino con el brochazo gordo de la superficialidad del producto para amplias plateas.
MEMORIAS DE UNA GEISHA
Dirección: Rob Marshall. Intérpretes: Zhang Ziyi, Michelle Yeoh, Gong Li, Ken Watanabe, Suzuka Ohgo, Cary-Hiroyuki Tagawa. Género: melodrama, EE UU, 2005. Duración: 145 minutos.
Así, si en el filme de Tom Cruise se nos vendía la postrera batalla de un mundo agonizante, el Japón anterior a las reformas Meiji, aquí se nos muestra un país que pasa, en sólo un par de décadas, de la aventura militarista en Manchuria a la derrota que siguió a Hiroshima y Nagasaki y la ocupación americana. Y si allí eran los códigos de honor samurái los que servían de cemento para una peripecia añejamente militarista, aquí se nos invita a acercarnos al mundo poco frecuentado (no por cualquier conocedor del cine japonés clásico: ahí está buena parte de la filmografía del gran Kenji Mizoguchi para recordarnos cómo era la realidad de las geishas) de las señoritas de compañía, de las "obras de arte en movimiento" que eran esa peculiar mezcla de acompañantes y prostitutas de lujo.
Por lo demás, el filme se aguanta bien no por su profundidad, quedó dicho, ni por el dominio de las claves culturales del Japón clásico de su responsable, sino porque las muy melodramáticas situaciones que la trama ordena (por cierto, protagonizadas por tres actrices chinas) son tan viejas como el cine y siguen resistiendo bien lo que por delante se les ponga: baste con decir que el arranque del filme es una copia de Las dos huerfanitas, una de las historias más apolilladas del género, para entender de qué estamos hablando. Y a la postre, de la sala se sale con el convencimiento de haber contemplado una bellísima colección de cromos, sabiamente musicados por el veterano John William y bien interpretados por el trío de bellas... y a otra cosa.
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