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Columna
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Narices ensimismadas

Uno de los mayores problemas de los políticos municipales es que a veces resultan demasiado municipales. Cuando alguien se empeña en mirarse la punta de la nariz, es difícil que vea lo que está más allá de su nariz. Bien es cierto que la política municipal consiste en buena medida en esa observación nasal intensiva, lo que no quita que a veces haya que observar un poco las narices ajenas, siquiera sea para reafirmar el orgullo en la propia.

Si me permiten ustedes la anécdota autobiográfica, les diré que vivo en un pueblo en que existe una palabra maldita. Una palabra que la pronuncias delante de un político municipal, sea del signo que sea, y pega un respingo. Una palabra tabú. Una palabra ante la que cualquier autoridad encoge la susodicha nariz. No se trata de una palabra mágica ni de un conjuro maléfico capaz de transformar a un concejal en sapo ni nada parecido. Es una palabra corriente: peatonalización.

Los políticos de mi pueblo le han cogido pánico a esa palabra, ellos sabrán por qué, ya que no parecen tenerles el mismo miedo a palabras y expresiones mucho más inquietantes, tales como desarrollo sostenible, recalificación o plan parcial. A consecuencia de ese miedo, no sólo no peatonalizan ni una sola calle, no sólo se acogen con entusiasmo al concepto difícil de "calle semipeatonal" (que sólo han aplicado a un tramo de una calle céntrica y que consiste al parecer en suprimir las aceras y en permitir que pasen los mismos vehículos que antes, a cualquier hora del día y de la noche), no sólo eso, ya digo, sino que además están construyendo un aparcamiento en pleno centro, cuyo único acceso posible es una calle tan estrecha, que no pueden pasar a la vez una persona y un coche. Por si fuese poco, para acceder a ese aparcamiento hay que cruzar buena parte del centro, lo que no hará sino saturar de tráfico una zona que debiera estar reservada para la expansión ociosa de los paseantes, sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de un pueblo eminentemente turístico... a menos, claro está, que las estadísticas indiquen que los turistas vienen buscando el disfrute de la contaminación acústica y de la contaminación tradicional.

Si tienes el valor de pronunciar delante de un político de mi pueblo la palabra maldita, la réplica es invariable: "Es que eso sería un caos". Sí, desde luego. Un caos. Copenhague, que tiene algo así como 1.400.000 habitantes, puede alardear de tener la calle peatonal más larga del mundo, pero me imagino que aquello debe de ser un caos. Sin ir tan lejos, el centro de Oviedo, que tiene más de 200.000 habitantes, está peatonalizado en su mayor parte, pero aquello debe de ser otro caos. Aquí, sin embargo, que somos unos 25.000 vecinos, no podemos permitirnos el lujo de padecer ese caos urbano que trae consigo la peatonalización. Estamos condenados a disfrutar del orden: los coches por todas partes y los peatones por donde pueden. Para evitar el caos.

Disculpen, por favor, el localismo de este artículo, pero es que esta sección tiene mucho de conversación de barra entre amigos casuales. Perdón, en fin, por mirarme la nariz. Pero es que hay veces en que le tocan a uno las narices.

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