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Columna
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Llamas

Arden estos días troncos y ramajes en prácticamente toda la geografía larga y estrecha del País Valenciano. La hoguera celebra con júbilo, rodeada de frío, el cambio de los días que diseñan los astros, según los eruditos. O quizás las llamas honran al santo eremita que llegó de Oriente para bendecir a cuanto animal doméstico hubo y hay desde el sur de Francia hasta Algeciras, según la creencia popular. El fuego, por lo demás, siempre tuvo un valor purificador, de ahí el perverso uso que de él hacían los inquisidores de antaño o la muchachada hitleriana de hogaño. Con un cariz mucho más festivo y envueltas en el natural jolgorio, se queman aquí las maldades en la hoguera de San Antonio, y Forcall, en la abrupta comarca de Els Ports, ofrece cada año y por estas fechas la más fina estampa del evento.

Pero el fuego purificador de todos los torquemadas que en el mundo han sido no consiguió exterminar a herejes o disidentes; ni las llamas irracionales de los nazis borraron de la historia las obras literarias que odiaban, ni en la hoguera festiva del Santo más santo de todos los valencianos, como afirma el estudioso Àlvar Monferrer, desaparecen nuestras maldades cotidianas y públicas como el fuego de estos días. Si tal fuese el caso, es decir, si las llamas consiguiesen prender y purificar las maldades públicas y cotidianas, en las celebraciones antonianas del próximo año no tendríamos que quemar la ira, maldad que impide al espíritu humano discernir o distinguir una cosa de otra. La ira es una maldad, a lo peor engendrada por la adversidad, que le impide al cabeza de filas de los conservadores castellonenses discernir entre lo que es un adversario en la cancha política y un ratero analfabeto. Carlos Fabra tachó, ese otro día frío y con la lengua caliente, al subdelegado del Gobierno central en Castellón de "ignorante y canalla", seguramente porque los aeropuertos, campos de golf y entramados político-empresariales le nieblan la vista, y contempla a un ignorante donde hay un poeta y no de lo malos; un canalla donde siempre se vislumbró una honrada biografía profesional y privada; una "persona despreciable y de malos procederes", tal y como define el diccionario el término "canalla", donde el vencindario sólo distingue la figura de un adversario político, que a lo mejor no se dobla ante el dedo autoritario, que no ordenancista, del provincial presidente de la Diputación. Malos tiempos para el fuego purificador que no consigue la desaparición de las maldades del lenguaje, o de determinados lenguajes que revelan el carácter de los hombres, según unos conocidos dísticos del clásico Catón. Poco pueden las figuras alegóricas o la llamas de Forcall ante tanto exceso y dislate verbal que crispa y envenena el acontecer cotidiano.

Cuando el año próximo ardan de nuevo troncos y ramajes, la maldades estarán ahí. Lo mismo que estarán esa serie de declaraciones agresivas y victimistas que hablan de que se nos quiere fastidiar y paralizar obras y no invertir y San Antonio sabrá qué más desde Madrid, porque aquí le dio la barrunta al vecindario de votar a los conservadores. Cuando de lo que se trata es de cumplir y hacer cumplir leyes y ordenanzas, que se exigen para construir aeropuertos, a lo peor innecesarios. Pero las declaraciones están ahí unilaterales, sin confrontación o contraste con opiniones o pareceres opuestos, en los informativos autonómicos que controlan los conservadores del partido de Fabra. Otra maldad, sin purificar por el fuego antoniano, es esa carencia de contraste en las informaciones, que quizás sume votos, pero resta vergüenza democrática.

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