Vigilancia
Provoqué un prodigio el domingo pasado: hablé del regreso del Guernica de Picasso hace 25 años, cuando el Guernica jamás había estado en España, si no consideramos territorio español nuestro pabellón en la Exposición Universal de París de 1937. Parece rarísimo regresar a un lugar donde no se ha estado antes, y pido perdón por el error absurdo. En las conmemoraciones picassianas que vienen, no sé si lucirá la bandera de la República, la que ondeaba en el pabellón de España en París. Los españoles tenemos con las banderas un problema psicopatológico, más que político.
Ayer leía en estas páginas, en la columna de Eugenio Suárez Palomares, que la Fiscalía de Granada acusa a dos falangistas de ultrajar a España por añadir a la bandera el águila que usaba el franquismo. No es ésa la bandera que describe exactamente la Constitución, sólo roja, amarilla y roja, estandarte de la flota de Carlos III y bandera nacional desde 1843, excepción hecha de los años de la Segunda República. El vigente escudo de España, superpuesto a la bandera, no aparece en la Constitución, sino que se implantó por ley de 1981, hace ahora 25 años.
La Falange es un partido minúsculo, prácticamente sin votos, es decir, casi inexistente, partido legal que profesa notoria admiración por el pasado, por la bandera del pasado, izada en sus sedes, en el centro de Granada, por ejemplo, en la calle de los Reyes Católicos. La Fiscalía granadina ha decidido perseguir el uso de la bandera de tiempos de Franco, porque enarbolarla es un desprecio a España, su bandera, sus valores constitucionales y sus ciudadanos, según cuenta Eugenio Suárez Palomares, con quien muchas veces estoy de acuerdo, pero no esta vez, cuando dice que "no está mal este gesto de la fiscalía".
Yo quisiera defender el derecho de los falangistas a rendir culto a la bandera borbónica de Franco, y a participar en las elecciones con sus banderas del pasado, que, por lo que sé, no han sido declaradas fuera de la ley. La bandera de Franco les ha dado cierto éxito coyuntural, propagandístico, gracias a la Fiscalía de Granada, que presta atención a Falange, aunque sea un partido sin votos, visto mayoritariamente como resto de un pasado en el que sólo prosperó Franco, uno de los tres vencedores de la Guerra Civil española, junto a Mussolini y Hitler. Franco es el único de los tres que todavía es venerado en monumentos públicos, como el fundador de Falange, Primo de Rivera.
Aunque esa perseverancia me duela, defiendo el derecho falangista a enarbolar la bandera de Franco. Si el fiscal de Granada tiene razón, la Justicia perseguirá las banderas de la República, que sustituyen una franja roja por otra morada, y esas feas banderas castrense-deportivas que flamean sobre campos de fútbol y campamentos militares con el toro de Veterano Osborne en lugar del escudo nacional. Lo peor no es que un asunto de importancia equiparable al peso político real de los falangistas adquiera una relevancia inmerecida: lo peor es que la democracia española, más quisquillosa cada día, se acostumbre al uso arbitrario del Código Penal como texto esencial de discusión o disuasión política.
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