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Columna
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La huella del gigante

Lluís Bassets

Se ha desplomado un gigante y su caída hace correr ríos de tinta. Son parte de los ritos fúnebres que ya se han iniciado antes de la partida y de las tareas de albaceas, legatarios y herederos, de identidad todavía por determinar. Elogios y denigraciones son, a efectos prácticos, equivalentes. La risa de unos es el sollozo de los otros y viceversa, como cabe esperar en una geografía tan estrecha e intensa en odio y violencia. Y sonoros y apasionados, como corresponde a la dimensión del personaje, al que ya se ha comparado con el padre de la patria que fue David Ben Gurion. Su huella es extensa y profunda, en su país y en la región, física incluso, tal como ha señalado el arquitecto israelí Eyal Weizman, que le denomina arquitecto de las ruinas. Este hombre cuya vida se apaga, además de guerrear, no ha parado de construir y destruir asentamientos propios y ajenos, muros y calles, túneles y carreteras.

No hay confusión en el mapa del luto: le llorarán los israelíes, incluso quienes no le votaban y le detestaban; y los palestinos, los árabes y los musulmanes, se sentirán aliviados. Alguna excepción habrá: en sus propias filas, sin ir más lejos, donde hay quien considera, aunque parezca un sarcasmo, que ha traicionado el sueño del Gran Israel, la tierra legitimada por la Biblia y cercada por un muro de acero que quiso el sionismo radical de Zeev Jabotinsky, y que él mismo prosiguió tenazmente, con su incansable activismo colonizador.

Con Gaza o sin ella, no le perdonan sus enemigos, humillados ante sus victorias, su invulnerable arrogancia y su escasa piedad. "Para los palestinos, no puede haber nada peor que Sharon. Tienen ahora la esperanza, muy contenida, de que quien le reemplace, sea quien sea, no podrá ser más duro", dice el dirigente palestino moderado Yasser Abd Rabbo en declaraciones a Le Monde. Aunque probablemente se equivocan: tras guerrear toda su vida, ahora había tomado el camino del realismo, y éste le llevaba a renunciar al gran relato ideológico del Israel bíblico para hacer más sólido y seguro el Israel efectivo. Porque quería seguridad para los suyos, admitió el derecho de los palestinos a un Estado y pudo imponer su autoridad para desmantelar las colonias en Gaza. Habrá que ver qué quiere y puede hacer quien le suceda.

Su legado, pretendido por muchos, es la única propuesta sólida y tangible que hay ahora mismo encima de la mesa. No es un plan de paz, pues la paz, como Simón Peres ha señalado, siempre es cosa de dos y no puede ser unilateral e impuesta. Pero es lo que más se le parece y lo que da más seguridades a los israelíes e incluso puede llegar a ofrecérselas a todos, incluidos los palestinos. ¿O acaso alguien cree que una tercera Intifada conseguirá lo que no obtuvo la segunda? Tras la desconexión de Gaza vendrá la de Cisjordania: muy corta para el gusto de los palestinos y desacorde por supuesto con las resoluciones de Naciones Unidas. Una instalación insalvable (valla o muralla, el nombre es cuestión de propaganda) separará a los dos pueblos; aunque dejará dentro de Israel a los árabes de ciudadanía israelí. A los palestinos les quedará un territorio cercado, cuarteado, e inferior al de las fronteras de 1967, donde se les permitirá que organicen un simulacro de Estado o intenten salir de su laberinto. Esto será posible gracias al apoyo decidido, casi incondicional, de Washington, que hace ya tiempo ha dejado de presentarse como un mediador honesto y equidistante entre palestinos e israelíes.

¿Y qué hay frente a este plan, fabricado con la ayuda inestimable del terrorismo palestino, de la war on terror de Bush y de la ruina política del mundo árabe en general? ¿Cómo no va a imponerse Sharon, vivo o muerto, con plenas facultades o sin ellas, con heredero claro o sin él? Por eso ahora Kadima, su nueva formación política, se dispone a ocupar un amplio espacio en el centro parlamentario. De ahí que la única opción sea sacar provecho de lo que hay, como hizo la UE en Gaza al apoyar la creación del paso de Rafah hacia Egipto, la primera frontera exterior de los palestinos sin pasar por Israel. El inconveniente mayor aparece a 15 años vista y lo determina la demografía. Es el tiempo que tiene Israel para hacer de verdad la paz antes de que los árabes sean mayoría (un 58% de la población entre el Jordán y el mar, según recientes estimaciones). El legado de Sharon permite ganar tiempo, una vez más, y la única incógnita es saber si del otro lado saldrá, por ventura, la iniciativa valiente y audaz que devuelva la esperanza en primer lugar a los palestinos y como consecuencia a la región entera.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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