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Columna
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Aniversarios

Hay ciertos aniversarios que se evocan en la sangre y en el degüello, y se escriben desde muy adentro, como si se escribieran con las tripas: "Veinticinco años de paz lleva Federico García Lorca en su barranco (...) Veinticinco años de paz llevan las viudas de los trabajadores forzados que socavaron el macizo de Cuelgamuros, para dar lugar a la basílica cavernícola (...) Veinticinco años de paz lleva la Universidad española consagrada a desenterrar y venerar las reliquias de Santo Tomás (...)". Salvador de Madariaga se despachó a gusto, en un largo y revelador artículo acerca de aquella pomposa impostura del dictador, construida sobre montones de cadáveres y escombros, y a lo que se ha oído recientemente, persisten residuos de una nostalgia del golpismo decimonónico que aún le tira a alguno que otro. La Marcha Verde, enmascarada por las ambiciones anexionistas de la dinastía alauí, y condimentada en la perola de una traición pactada a tres bandas, que unos y otros, de todos los palos, nunca han sido capaces de enmendar, por vergüenza torera, esa Marcha Verde y de la ignominia celebra sus treinta años, en medio de una represión despiadada, en los territorios ocupados, por las armas, del Sáhara Occidental, de la que no escapan ya ni las mujeres ni los niños, ni los hogares, ni, por supuesto, los defensores de los derechos humanos, ni cuantos apelan a las resoluciones de la ONU y al prometido referéndum de autodeterminación, que se expiden en papel mojado, para sonrojo de la comunidad internacional y de muchas conciencias. Ni los veintitrés años de las masacres de Sabra y Chatila, en Beirut, donde tres mil palestinos y libaneses fueron desmembrados por las tropas israelíes, al mando de Sharon. La actualidad es obstinada y ha vuelto a exhibir todas esas y algunas más atrocidades, y las está ventilando, otra vez, en el pronunciamiento de un alto jefe militar, en la tiranía y el desprecio de Mohamend VI, en el coma de Ariel Sharon, en un hospital de Jerusalén. Si a quien recuerda habría que sacarle un ojo, a quien olvida habría que sacarle los dos. Ay, qué de banquillos vacíos quedan aún en La Haya.

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